Un legado para la humanidad
Los supervivientes temen que aquella tragedia caiga en el olvido y se vuelva a repetir
El 6 de agosto de 1945, a las 8.15 de la ma?ana, la aviaci¨®n estadounidense lanz¨® por primera vez una bomba at¨®mica contra objetivos civiles. La ciudad elegida fue Hiroshima, al oeste de Jap¨®n; era, entre otras razones, uno de los motores de la maquinaria militar de un pa¨ªs en guerra que a¨²n no se hab¨ªa rendido a pesar de los sucesivos ultim¨¢tums de las potencias aliadas. Pocos minutos antes, en un oscuro presagio, los B-29 hab¨ªan aparecido en el cielo sobrevolando la ciudad en su hora punta de actividad.
Una de las superfortalezas, llamada Enola Gay, transportaba la bomba de uranio que EE UU bautiz¨® con el nombre de Little Boy. No hubo tiempo para huir: un fulminante resplandor desgarr¨® el cielo y, al instante, se hizo la oscuridad. 120.000 personas murieron en el acto y otras decenas de miles perecieron al finalizar el a?o. Gran parte de Hiroshima qued¨® aniquilada, borrada del mapa.
Tres d¨ªas despu¨¦s, la misma pesadilla se repet¨ªa en Nagasaki. Esta vez fue Fat Man, una bomba de plutonio similar a la que hizo estallar EE UU en Alamogordo (Nuevo M¨¦xico) pocos d¨ªas antes para probar sus efectos. Aunque de mayor potencia que la de Hiroshima (22 kilotones frente a 15 kilotones), result¨® algo menos mort¨ªfera gracias a que las colinas que rodeaban la ciudad redujeron su impacto. 73.884 personas murieron al instante en Nagasaki y otras 75.000 perecieron en los meses siguientes.
Era dif¨ªcil imaginar que aquella desgracia pudiera proceder de la mano del hombre. Incluso algunos creyeron que aqu¨¦l era un fen¨®meno de la galaxia. Una nueva palabra surgi¨® entonces en el habla popular sustituyendo al fr¨ªo t¨¦rmino de "bomba at¨®mica": pikadon, formada por las onomatopeyas del rel¨¢mpago ("pika") y del trueno ("don"). La tendencia al eufemismo de la sociedad japonesa y las ra¨ªces animistas ligadas al sinto¨ªsmo ayudaban as¨ª a asimilar lo ocurrido.
Jap¨®n en 1945
Pero la guerra no fueron s¨®lo las bombas. En agosto de 1945 Jap¨®n era ya un Estado empobrecido que hab¨ªa destinado todos sus recursos a no perder las tierras conquistadas a golpe de bayoneta y superioridad racial. Acomplejado frente a las potencias europeas, el pa¨ªs llevaba casi cuatro d¨¦cadas en guerra, dirigiendo una pol¨ªtica brutal de expansi¨®n imperialista (sobre todo a partir de 1930) y colonizaci¨®n que quit¨® la vida a millones de asi¨¢ticos.
Por entonces, un tercio de la poblaci¨®n japonesa viv¨ªa en la calle, mal alimentada; las epidemias se suced¨ªan, la mortalidad infantil se elevaba tan r¨¢pidamente como la delincuencia. La locura suicida del primer ministro Hideki Tojo, pat¨¦tico admirador de Hitler y alentador de los kamikaze, parec¨ªa capaz de llevar al l¨ªmite su lema propagand¨ªstico de "Cien mil corazones de Jap¨®n laten como una ¨²nica familia en esta guerra emprendida para la supervivencia del Imperio".
Tambi¨¦n por entonces Okinawa ya hab¨ªa sido escenario de la batalla m¨¢s sangrienta del Pac¨ªfico (131.000 bajas japonesas frente a 12.000 estadounidenses) y Tokio hab¨ªa sufrido uno de los peores bombardeos de la Historia. 97.000 personas murieron en un solo d¨ªa, el 9 de marzo de 1945, en la capital japonesa, devoradas por las llamas de los 700.000 cilindros incendiarios que arrojaban 333 superfortalezas B-29. Otras 65 ciudades quedaron devastadas por los bombardeos. Kioto, gracias a su valor arquitect¨®nico, qued¨® a salvo.
Sin embargo, la saturaci¨®n de la propaganda nacionalista imped¨ªa a la mayor¨ªa del pueblo saber que el pa¨ªs estaba perdiendo la guerra. Las bombas y el holocausto vinieron brutalmente a poner fin a una contienda fan¨¢tica, larga y penosa que el pueblo estaba deseando terminar. El pa¨ªs qued¨® traumatizado y con sus recursos agotados.
Una paz amenazada por el olvido
Sesenta a?os despu¨¦s, las bombas at¨®micas contin¨²an matando en silencio. Las huellas de las radiaciones perduran en la llamada "enfermedad at¨®mica" como para que el hombre nunca olvide lo que fue capaz de hacer. ?se es el mensaje que lanzan incansablemente Hiroshima y Nagasaki cada a?o por estas fechas, cuando el mundo parece dispuesto a recordar.
Actualmente, los propios japoneses empiezan a enterrar su pasado en la ignorancia de las nuevas generaciones. Los supervivientes protestan, unos con resignaci¨®n y otros con ¨ªmpetu, que el Jap¨®n de hoy ha olvidado el precio que se pag¨® por conseguir la paz. Uno de los debates que m¨¢s atemorizan a los hibakusha (v¨ªctimas supervivientes de la bomba) es la posible reforma del principio pacifista de la Constituci¨®n japonesa, vigente desde la ocupaci¨®n estadounidense del general McArthur, que impide al pa¨ªs participar en cualquier conflicto armado que no sea por defensa propia.
El nuevo orden internacional tras los atentados del 11-S y la guerra de Irak ha cambiado los intereses de EE UU en el Pac¨ªfico. Desde hace unos a?os la Administraci¨®n Bush, que mantiene a casi 40.000 marines estacionados en el archipi¨¦lago, presiona a Jap¨®n para que sus tropas puedan participar activamente en los conflictos internacionales. La idea beneficia a la conservadora clase pol¨ªtica nipona, que ve en el "rearme" (Jap¨®n cuenta ya con uno de los ej¨¦rcitos mejor dotados del mundo, pero limitado a la autodefensa) una forma de impulsar el nacionalismo. Sin embargo, la sola posibilidad levanta la ira tanto de los supervivientes de las bombas como de los vecinos asi¨¢ticos que sufrieron las agresiones del militarismo nip¨®n.
Para los hibakusha, la ¨²nica esperanza de preservar la paz es mantener viva la memoria de lo que ocurri¨®, y esa esperanza se desvanece. Dentro de un tiempo ya no estar¨¢n aqu¨ª para ense?ar al hombre sus errores, advierten los supervivientes ante la mirada dormida de los j¨®venes. En el Parque Memorial de la Paz de Hiroshima, las ruinas del antiguo Sal¨®n Provincial de Exposiciones resisten al paso del tiempo. En 1996, la Unesco lo declar¨® Patrimonio de la Humanidad, en un acto excepcional, por su "herencia que transmite a los hombres su pasado hist¨®rico".
Hoy, los recuerdos de la guerra se superponen, en el orgullo herido de los japoneses, con los a?os dorados que vinieron despu¨¦s. El Jap¨®n anterior va quedando sepultado por lo que la minor¨ªa cr¨ªtica del pa¨ªs ha dado en llamar la "amnesia colectiva", inflada de revisionismo. Muchos prefieren identificarse con una etapa que arranc¨® de la posguerra y que llev¨® a Jap¨®n a ser la segunda econom¨ªa mundial. Para las generaciones que crecieron con la imagen amable de apuestos marines repartiendo chocolatinas en las calles, hablando ingl¨¦s y coqueteando con se?oritas que abandonaban felices sus kimonos para vestir faldas tra¨ªdas de Occidente, prevalece la imagen de un Jap¨®n triunfante, avanzado, con derecho a independizarse de EE UU y tener una autonom¨ªa militar. Y son muy pocos los que conocen las atrocidades que el ej¨¦rcito del Sol Naciente cometi¨® en Asia.
Al principio, las consecuencias de las radiaciones fueron incalculables. Muy pronto los m¨¦dicos se percataron de la capacidad destructiva que ¨¦stas ten¨ªan a medio y largo plazo sobre la salud. Los cient¨ªficos proclamaron que en Nagasaki y Hiroshima no volver¨ªa a crecer un solo brote de hierba en al menos 75 a?os. Pero no hubo que esperar mucho tiempo para que las dos ciudades recuperaran su vegetaci¨®n exuberante, alimentada de nuevo por las lluvias de junio, como un s¨ªmbolo de la fr¨¢gil esperanza que a¨²n mantienen hoy sus habitantes.
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