La frontera cerrada entre Irak e Ir¨¢n
El paso fronterizo de Josrav¨ª, s¨ªmbolo de la reconcialicion entre Ir¨¢n e Irak, no admite viajeros ni mercanc¨ªas desde febrero
La verja est¨¢ cerrada. El moderno paso fronterizo de Josrav¨ª, s¨ªmbolo de la reconciliaci¨®n entre Ir¨¢n e Irak tras su guerra de los a?os ochenta, no admite viajeros ni mercanc¨ªas (salvo combustible) desde el pasado febrero. "Es una decisi¨®n unilateral de los iraqu¨ªes porque no pueden garantizar la seguridad", justificaba recientemente el gobernador de la ciudad iran¨ª de Qasr-e Shir¨ªn, Shahriar Haydari. A apenas 150 kil¨®metros de Bagdad, Josrav¨ª lleg¨® a recibir hasta 10.000 personas diarias, en su mayor¨ªa peregrinos. Ahora la falta de movimiento contrasta con la acusaci¨®n estadounidense de que Teher¨¢n arma a la insurgencia iraqu¨ª.
"No hemos detectado ning¨²n intento de pasar armas a Irak", afirma Haydari durante una charla con un peque?o grupo de periodistas a escasos metros de la verja. El gobernador tambi¨¦n desestima la posibilidad de su contrabando debido a los campos de minas que dej¨® el Ej¨¦rcito de Saddam que en los primeros a?os de la guerra ocup¨® esta zona.
Asegura adem¨¢s que no se ha producido ning¨²n incidente con los estadounidenses que patrullan al otro lado de la frontera, en la provincia de Diyala. "Hasta ahora no hemos tenido problemas con ellos. De aqu¨ª hacia el Norte, hay desplegadas fuerzas kurdas, pero hacia el sur hay estadounidenses apoyando a los iraqu¨ªes", admite con naturalidad.
El cierre de la frontera se siente en Qasr-e Shir¨ªn, una ciudad que qued¨® totalmente destruida tras la ocupaci¨®n iraqu¨ª entre 1980 y 1982, y que hoy cuenta con 5.000 habitantes. Han desaparecido los miles de peregrinos que hac¨ªan un alto a la ida o a la vuelta de su viaje a las ciudades santas chi¨ªes de Kerbala y Nayef, en Irak, y con ellos los ingresos que dejaban. Los hoteles est¨¢n vac¨ªos y las calles tambi¨¦n. S¨®lo el mercado fronterizo parece mantener su actividad habitual, pero el polic¨ªa que vigila el acceso dice que est¨¢ prohibido a las mujeres.
"El paro es muy elevado, yo dir¨ªa que ronda el 70%", afirma Numa Moshtaghi. Este joven profesor de ingl¨¦s es el ¨²nico miembro de su familia con empleo estable. "Ni mis t¨ªos ni mis hermanos tienen trabajo", apunta antes de a?adir que no es un caso aislado. Entre las ruinas del palacio de Josro, unas jeringuillas dan testimonio de los efectos que esa falta de horizontes est¨¢ teniendo sobre la poblaci¨®n local. "Tenemos un gran problema con la droga", admite preocupado.
Moshtaghi es kurdo como la mayor¨ªa de los habitantes de Kermanshah. Muchos de ellos atribuyen a esa circunstancia el abandono del Gobierno central, a pesar de que esta provincia, que comparte 350 kil¨®metros de frontera con Irak, fue una de las m¨¢s castigadas por la guerra. "Recibi¨® 1.126 bombardeos iraqu¨ªes sobre zonas civiles y buena parte de las 180 toneladas de armas qu¨ªmicas que Sadam utiliz¨® contra las zonas fronterizas de Ir¨¢n", recuerda el vicegobernador provincial Rezvan Madani al recibir a una delegaci¨®n japonesa con motivo del D¨ªa contra las Armas Qu¨ªmcas.
"Hasta hace un par de a?os no nos han prestado ninguna atenci¨®n, a pesar de que la mayor¨ªa sufrimos distintas enfermedades como consecuencia", se queja Khosro Azizi, de 72 a?os, una de las v¨ªctimas de aquellos ataques, en Zardeh, a tres horas por carretera de la capital provincial. Este pueblo fundado por los sas¨¢nidas junto a un cauce podr¨ªa ser un paraje id¨ªlico. Sin embargo, su aspecto deslavazado confirma el olvido que denuncia Azizi.
No es el ¨²nico. Junto a la tumba del m¨ªstico Babayadegar, en el mismo sitio que hace ahora 19 a?os varios cientos de peregrinos fueron alcanzados por los gases iraqu¨ªes, se repiten las protestas. "Apenas 70 personas reciben una peque?a asignaci¨®n de las 700 que han presentado solicitudes, pero sus expedientes est¨¢n bloqueados", afirma un parroquiano. "Ni siquiera tenemos m¨¦dico", apunta otro.
Ali Arani asegura que en otros pueblos cercanos "hay enchufados bien atendidos y pagados". Como Azizi, Arani luce los enormes bigotes que les identifican como miembros de la secta de los alialahi, que las autoridades consideran una desviaci¨®n del chi¨ªsmo oficial. Kiumarshu Safari, un vecino cristiano, no tiene duda de que est¨¢n discriminados. "Por kurdos y por nuestras creencias religiosas", afirma ante la aprobaci¨®n generalizada del grupo que se ha congregado en torno a la periodista.
"No ser¨¢ porque no hemos dado m¨¢rtires a la patria", interviene Maryam Fathi, una mujer de 25 a?os, cuyo hermano muri¨® en la guerra y cuyo marido arrastra problemas pulmonares desde entonces. "Mi hijo tiene asma y no podemos afrontar el precio de los medicamentos", se queja con el peque?o de dos a?os en brazos.
"No les importan nuestros m¨¢rtires, s¨®lo nuestras creencias", insiste Abede Haydari (sin relaci¨®n con el gobernador del mismo apellido), en referencia que la mayor¨ªa de la poblaci¨®n son alialahi o zoroastrianos. "Hay pueblos de 5.000 habitantes que tienen 20 m¨¢rtires; nosotros con 2.000 hemos tenido 350 v¨ªctimas, pero como no seguimos el chi¨ªsmo oficial no nos hacen ning¨²n caso. No podemos aceptar a este gobierno si no nos respeta", lanza al aire.
A partir de ese momento la conversaci¨®n deriva por caminos peligrosos y el grupo empieza a dispersarse. "?C¨®mo es posible que estemos llevando ayuda a Palestina y a Hezbol¨¢, cuando la gente aqu¨ª se est¨¢ muriendo? Nuestros gobernantes conocen las callejuelas de L¨ªbano y Palestina, pero le aseguro que no saben d¨®nde est¨¢ nuestro pueblo. Es lo que nos preguntamos todos. Otros tienen miedo a decirlo en alto, pero yo no", afirma este hombre robusto que trabaja como pe¨®n. M¨¢s tarde, cuando la periodista abandona el lugar, ve a Haydari que est¨¢ siendo interpelado por varios agentes de seguridad de paisano.
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