Las cicatrices de la guerra
El Bagdad de hoy a trav¨¦s de los ojos de la enviada especial de EL PA?S a la capital iraqu¨ª
Cuando se ha vivido en el infierno, el purgatorio resulta aceptable. "La situaci¨®n est¨¢ mejorando", admite la mayor¨ªa de mis amigos en Bagdad. La mejora consiste en que el Tigris no aparece cada ma?ana lleno de cad¨¢veres, ha dejado de haber atentados casi diarios y por la noche ya no se oyen los tiroteos que eran la norma hace apenas a?o o a?o y medio. No es poco.
Pero a los iraqu¨ªes adultos no se les ha olvidado que la capital de su pa¨ªs tuvo un d¨ªa avenidas flanqueadas por palmeras, jardines primorosamente cuidados y restaurantes a las orillas del Tigris. Los menores de 30 a?os, esa estampa id¨ªlica, s¨®lo la han visto en las fotos del ¨¢lbum familiar. Desde 1980, tres guerras y una d¨¦cada de sanciones se han ocupado de desdibujar las aspiraciones de urbe moderna que un d¨ªa tuvo Bagdad.
No s¨®lo las actividades militares se han cargado el asfalto, el mobiliario urbano y las palmeras (tras las que al parecer se escond¨ªan los insurgentes), sino que enormes muros de hormig¨®n han parcelado la ciudad entre comunidades ¨¦tnicas, religiosas y con acceso o no a los pases que, a modo de llave m¨¢gica, permiten acceder a ciertos enclaves. Adem¨¢s, muchos de los edificios destruidos en 2003, siguen agujereados.
Las cicatrices de la guerra est¨¢n por todas partes. Tambi¨¦n en el ¨¢nimo de la gente. La mayor¨ªa apenas tiene fuerzas para ocuparse de su aseo personal (algo dif¨ªcil cuando el agua y la luz se cortan con frecuencia) y menos a¨²n para preocuparse de unos espacios comunes a los que en esta parte del mundo nunca se ha prestado mucha atenci¨®n de todos modos. Las calles est¨¢n sucias y la basura se acumula en las esquinas junto a las carcasas de veh¨ªculos quemados en alg¨²n atentado. Si el califa Al Mansur levantara la cabeza...
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