Un hondure?o muerto durante el frustrado regreso de Zelaya
Un joven de 19 a?os muere en los choques entre el Ej¨¦rcito y los seguidores del presidente depuesto, a quien los militares impidieron aterrizar en el aeropuerto de Tegucigalpa
Isis Obed Murillo ten¨ªa 19 a?os, pero su cara era la de un ni?o. Su nombre ser¨¢ recordado con tristeza y con rabia en Honduras, porque ayer -a eso de las cuatro de la tarde y frente al aeropuerto de Tegucigalpa- un soldado cuadr¨® su rifle, apret¨® el gatillo y la bala asesina -?hay alguna que no lo sea?- entr¨® por la nuca del muchacho. Isis estaba all¨ª para esperar un regreso que no se produjo. El de Manuel Zelaya, presidente de Honduras hasta que un comando del Ej¨¦rcito lo secuestr¨® y lo sac¨® del pa¨ªs para, inmediatamente despu¨¦s, colocar en su lugar a un tal Roberto Micheletti, cuya frase m¨¢s repetida es: "Esto no es un golpe de Estado".
Pero s¨ª es un golpe de Estado, claro que es un golpe de Estado. Si esto no fuera un golpe de Estado, Micheletti no estar¨ªa sentado ahora en la Casa Presidencial, el cuerpo de Isis no estar¨ªa tendido en la morgue del Hospital Escuela y esta cr¨®nica no se tendr¨ªa que estar escribiendo en medio de un toque de queda. Un toque de queda que es cada noche m¨¢s largo y m¨¢s siniestro. Ayer, cuando el periodista se acerc¨® al hospital para indagar el n¨²mero cierto de v¨ªctimas durante los incidentes del aeropuerto, descubri¨® una realidad hasta entonces oculta. Una enfermera cuyo nombre no debe ser mencionado se prest¨® a guiarlo por salas atestadas de heridos de bala. "Est¨¢n llegando desde hace varias noches", explica, "la polic¨ªa los trae y los deja aqu¨ª. Todos tienen disparos recibidos durante el toque de queda. Algunos llegan muy mal. F¨ªjese en aquel, Marco, le dispararon en el cuello. Est¨¢ muy grave. Nada de eso sale en los diarios".
A espaldas del hospital, en medio de una calle sin asfaltar, se encuentra la morgue. Isis Obed Murillo est¨¢ aqu¨ª. Lo trajeron esta tarde, casi directamente desde el aeropuerto de Tegucigalpa. El muchacho, como muchos otros hondure?os, hab¨ªa ido a esperar la llegada de Manuel Zelaya. El Gobierno surgido del golpe ven¨ªa repitiendo desde primera hora de la ma?ana que no permitir¨ªa que el avi¨®n venezolano que tra¨ªa a Zelaya desde Washington -donde la OEA hab¨ªa suspendido a Honduras- aterrizara en Toncont¨ªn. Pero all¨ª estaban ellos, sus partidarios, j¨®venes y mayores, mujeres y hombres, muchos con el rostro del Ch¨¦ en sus camisetas y otros sin camiseta siquiera, luchando contra el calor y la emoci¨®n como buenamente pod¨ªan. A pesar de la negativa, Zelaya declar¨® desde el avi¨®n: "Estar¨¦ llegando en 30 minutos". Y fue m¨¢s o menos entonces cuando sus partidarios reunidos alrededor del aeropuerto intentaron acercarse m¨¢s a las pistas, que ya hab¨ªan sido tomadas por un gran despliegue del Ej¨¦rcito. Fue entonces cuando los soldados recibieron la orden de cargar con dureza. La acci¨®n incluy¨® numerosos disparos. Isis Obed ya se marchaba. Pero un balazo lo alcanz¨® por detr¨¢s, en la cabeza.
Hay unas im¨¢genes de televisi¨®n grabadas por los periodistas Francho Bar¨®n y Arturo Lezcano que son sobrecogedoras. Un hombre porta el cuerpo inerte de Isis durante largo rato, ayudado por otros, que buscan desesperadamente una ambulancia. En medio de la confusi¨®n, ese hombre vestido con una camiseta amarilla que se va ti?endo de rojo a cada paso solo desea que Isis todav¨ªa respire, que no muera. Cuando por fin logra dejarlo en la cajuela de una camioneta que lo llevar¨¢ al hospital, el hombre se vuelve hacia la c¨¢mara y derrama todo su dolor, toda su rabia: "La gente ven¨ªa hacia atr¨¢s, porque ya estaban disparando. Y un militar, un antipatriota, un gorila maldito se cuadr¨® y le dispar¨® al amigo. Le peg¨® en la cabeza el balazo. A¨²n va respirando. Tenemos esperanza. Dios quiera que viva". Pero no vivi¨®. Isis ya se hab¨ªa convertido en el primer muerto del golpe de Estado preparado por el general Romeo V¨¢squez, el jefe del Ej¨¦rcito de Honduras, y consumado por Roberto Micheletti.
Tras ser reprimidos a balazos, muchos de los manifestantes maldijeron el nombre del cardenal ?scar Rodr¨ªguez, quien en una alocuci¨®n ante la naci¨®n se puso claramente del lado de los golpistas y exigi¨® al presidente Zelaya que no regresara al pa¨ªs para evitar un ba?o de sangre. "Estas son las balas asesinas ordenadas por el cardenal ?scar Andr¨¦s Rodr¨ªguez", dec¨ªa uno de los manifestantes mientras ense?aba varios casquillos recogidos del suelo, "porque bien dijo el cardenal que iba a haber sangre. ?Y hubo sangre! ?Hubo sangre!". Otro hombre lloraba agarrado a las rejas del aeropuerto: "Nos dispararon a quemarropa. No ten¨ªamos armas". De fondo, el eco de la palabra m¨¢s coreada durante toda la tarde, dirigida a los soldados: "Asesinos, asesinos".
Una palabra que tambi¨¦n se escuchaba anoche en el desbarajuste del Hospital Escuela. En un pasillo, con la bata llena de sangre, Denis D¨ªaz Sola, de 52 a?os, agricultor de profesi¨®n, le contaba a este peri¨®dico: "Yo estaba frente al aeropuerto cuando los soldados empezaron a disparar. A m¨ª me dieron un tiro en un test¨ªculo. Pude ver a muchos m¨¢s que ca¨ªan bajo las balas de los soldados".
A las diez de la noche -seis de la madrugada en Espa?a-, el presidente Manuel Zelaya compareci¨® ante la prensa en El Salvador, a donde su avi¨®n tuvo que dirigirse. Junto a ¨¦l, los presidentes de Ecuador, Argentina, Paraguay y El Salvador. Zelaya hizo un llamamiento a los soldados de su pa¨ªs para que no disparen m¨¢s contra la poblaci¨®n indefensa. Aun en el caso improbable de que la petici¨®n del presidente encontrase eco, ya ser¨ªa demasiado tarde. Demasiado tarde para Honduras. Definitivamente tarde para Isis Obed Murillo, un muchacho de 19 a?os con cara de ni?o.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.