"Tengo un problema: me quieren matar"
La diputada afgana Malalai Joya, s¨ªmbolo de la lucha de la mujer afgana, vive amenazada en la clandestinidad
Malalai Joya tiene un serio problema: la quieren matar. Esta mujer menuda, de 35 a?os, casada, sin hijos, diputada sin esca?o y que vive en la clandestinidad, es uno de los s¨ªmbolos de la lucha de la mujer afgana contra una estructura mental, pol¨ªtica y social machista y violenta que las condena a una vida de invisibles. Cambia constantemente de casa de apoyo protegida por un grupo de guardaespaldas y fieles ayudantes. "Me han intentado matar cinco veces y s¨¦ que lo intentar¨¢n de nuevo y es posible que un d¨ªa lo logren pero no pienso renunciar ni marcharme al extranjero. Mi lucha est¨¢ aqu¨ª".
La Loya Jirga (la Gran Asamblea) -un instrumento democr¨¢tico en la tradici¨®n afgana en la que los notables de todo el pa¨ªs se reun¨ªan para tomar decisiones por consenso- del 17 de diciembre de 2003 cambi¨® la vida de Joya. Cuando tuvo la oportunidad de hablar arremeti¨® contra "la presencia de los criminales de guerra mis¨®ginos que hab¨ªan destrozado Afganist¨¢n convirti¨¦ndola en el centro de guerras internacionales". Se refer¨ªa los jefes de las distintas facciones mujaidines, considerados por la mitolog¨ªa popular h¨¦roes en la lucha contra el invasor sovi¨¦tico, y que si alguna vez lo fueron se dejaron el cr¨¦dito en las luchas posteriores entre ellos y en las matanzas de civiles en las que nadie queda libre de culpa. Hubo murmullos, nervios, gritos e intentos de retirarle la palabra. En un instante Malalai Joya se convirti¨® en una celebridad para la mitad del pa¨ªs y en un demonio para la otra mitad. Su problema es que las armas y la indecencia est¨¢n en manos de la mitad que le ha condenado a muerte.
Cuando pisa la calle deja atr¨¢s a sus guardaespaldas que m¨¢s que protegerla atraer¨ªan las miradas y se esconde bajo una burka, que en su caso es vida. Viaja mucho por el extranjero para denunciar la situaci¨®n de la mujer en su pa¨ªs y la presencia de las "tropas de ocupaci¨®n". Nunca lo hace por el aeropuerto de Kabul, donde ser¨ªa detenida, sino de forma clandestina. Fue expulsada del Parlamento pese a haber sido elegida en 2005 por la provincia de Farah. Su delito: decir que era una asamblea de narcotraficantes, asesinos, mis¨®ginos y burros.
Esos se?ores de la guerra son los que destrozaron la estructura social de Afganist¨¢n en la que gobernaban las barbas blancas, los ancianos de los pueblos que se reun¨ªan en consejos locales y regionales para tomar decisiones sobre su comunidad. No hab¨ªa gobiernos ni oposiciones, sino la obligaci¨®n de alcanzar consensos, de que nadie saliera derrotado, costara el tiempo que costara. Un tipo de democracia, que es el respeto a las minor¨ªas en el gobierno de las cosas de todos. Como en ?frica con los ancianos. Otra jerarqu¨ªa social desaparecida y sustituida por la corrupci¨®n, la violencia y la impunidad.
Han sido los 30 a?os de guerra y sus m¨²ltiples actores los que han destrozado un pa¨ªs hermoso lleno de gentes afables que desean tener futuro. Los talib¨¢n son un actor m¨¢s, una consecuencia radicalizada de la voladura de la estructura social mucho m¨¢s respetuosa con la mujer que la de ahora. A la comunidad internacional (excepto los brit¨¢nicos, claro) que mand¨® miles de soldados y millones de euros no debi¨® leer mucho a Rudyard Kipling. Una pena: le hubiera ahorrado disgustos.
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