Cuadernos de Kabul
El enviado especial de EL PA?S retoma su diario sobre la vida cotidiana en Afganist¨¢n antes de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales
Jugar al f¨²tbol sin burka
Palwasa tiene 20 a?os y es defensa central. Se mueve con autoridad, anticipa muy bien las jugadas y tiene buen toque de bal¨®n. No ha o¨ªdo hablar de la pel¨ªcula 'Quiero ser como Beckham' porque nunca va al cine
El futuro est¨¢ en la frontera
Roohul¨¢ sue?a con estudiar empresariales. Su obsesi¨®n es viajar a Canad¨¢
El oficio de no pensar
Existe un tri¨¢ngulo entre Afganist¨¢n, Pakist¨¢n y Cachemira del que los medios de comunicaci¨®n escribimos y hablamos mucho. La imagen que proyecta tanta informaci¨®n es la de unos territorios habitados por gentes que dedican una parte considerable de su tiempo a hacerse la guerra en nombre de dios o del diablo
A los talibanes no les gusta la m¨²sica
Al o¨ªdo le cuesta a veces acostumbrarse a las m¨²sicas extranjeras, que la cultura universal no existe, es la nuestra que se vende en todos los mercados.
El volador de cometas
Cuando Zabur mira al cielo no ve dioses ni princesas ni dragones ni sue?os, s¨®lo ve un vac¨ªo pre?ado de nubes y vientos en los que un buen volador de cometas sabr¨¢ jugar con la altitud y los cambios de direcci¨®n exactos para cortar las de los dem¨¢s.
El cuidador del cementerio de los ingleses
En este cementerio no hay muertos que caminan. Los occidentales somos as¨ª, nos morimos tan ignorantes como vivimos
El frente huele a cinco estrellas
Cada guerra tiene un oasis amurallado. En Afganist¨¢n se llama hotel Serena
Un herrero en el mercado de los p¨¢jaros
M¨¢s que herrero parece un preso, un ¨¦mulo crecido del ni?o del pijama de rayas. Lo suyo no es el nazismo y los campos de exterminio, sino el destajo y la muerte lenta entre vapores insanos, martillazos y calor.
Cuando ser mujer es el problema
Afganist¨¢n no es un pa¨ªs para hero¨ªnas que decidan escapar del 'burka' de sus madres y abuelas y retarle a la tradici¨®n desde profesiones poco adecuadas
La esperanza empieza en el teatro
Kabul, de noche, es un r¨²n r¨²n de generadores, una ciudad oscura en la que los focos de los coches descubren la cortina de polvo que cada d¨ªa se mete en los pulmones de la gente y en los ojos
El fot¨®grafo de la Cruz Roja
En ciudades como Kabul, donde no hay fotomatones, surgen tipos singulares como el que se gana la vida en la calle sacando fotos de carn¨¦
El cavador que planta Internet
Kabul no es Madrid, pero Madrid en algunas de sus calles podr¨ªa ser Kabul. Aqu¨ª no rugen grandes m¨¢quinas excavadoras obsesionadas con multiplicar los aparcamientos.
El ni?o que vende zumos de fruta
La capital afgana est¨¢ inundada de vendedores callejeros, muchos de ellos ni?os que no acuden al colegio por ayudar a su familia
El banquero de la calle
Amin Jon tiene 30 a?os y es banquero a su manera. Lo suyo no son las grandes operaciones burs¨¢tiles ni financiar OPAS hostiles
El privilegio de morir de muerte natural
El miedo a la gripe A se extiende tambi¨¦n en Kabul
El tr¨¢fico de Kabul es una demostraci¨®n de lo que es una sociedad en la que cada uno negocia constantemente los l¨ªmites
El hombre que construye esperanzas
En la entrada principal del centro ortop¨¦dico de Kabul -uno de los seis del Comit¨¦ Internacional de la Cruz Roja (CICR) en Afganist¨¢n- se alinean decenas de pacientes en una bancada de hierro.
El libro es un lujo que s¨®lo se huele
Parece un espacio m¨¢gico arrancado de El Cairo de Naguib Masouf o el Bagdad de Las mil y una noches, un remanso de paz en el que no se escuchan los cl¨¢xones.
Las patatas de Bamiy¨¢n saben a guerra
Detr¨¢s de unas elecciones desastrosas, de la guerra constante desde hace 30 a?os, los coches bombas y los cohetes recientes sobre la sure?a ciudad de Kandahar, la vida siempre se empe?a en descubrir otros caminos.
Obama deber¨ªa escuchar a este hombre
El Obama afgano no es negro sino de origen mongol, que tambi¨¦n es un problema. Se llama Ramazan Bashardost, tiene 45 a?os, pertenece a la etnia minoritaria de los hazaras.
Las barber¨ªas tienen la culpa del desastre
Las barber¨ªas de Kabul tienen la culpa de que todo est¨¦ saliendo tan mal en Afganist¨¢n. De que la guerra contra lo que parec¨ªa una banda de desarrapados con turbante y Kal¨¢shinkov de tercera mano vaya por mal camino.
Tengo un problema: me quieren matar
Malalai Joya tiene un serio problema: la quieren matar. Esta mujer menuda, de 35 a?os, casada, sin hijos, diputada sin esca?o y que vive en la clandestinidad, es uno de los s¨ªmbolos de la lucha de la mujer afgana.
Cazadores de recompensas en Chicken St
Un peque?o ej¨¦rcito de ni?os pobres y algo sucios patrulla por Chicken Street en busca de extranjeros. No son peligrosos, s¨®lo cazadores de recompensas con un radar en los ojos.
Democracia es comer como nosotros
Winston Churchill dijo que EE UU y Reino Unido eran dos pa¨ªses separados por un mismo idioma. Sucede tambi¨¦n con los padres y los hijos; los hombres y las mujeres.
Los esclavos de la panader¨ªa de Kartace
El d¨ªa de las elecciones, cuando todos ten¨ªan miedo a las bombas de los talibanes, Abdul Shokon se despert¨® como de costumbre a las tres de la madrugada.
No fumar para morir mejor
En los pa¨ªses donde se puede morir por cualquier causa, sea de salud o armas, no se fuma o se fuma poco. Sucede en ?frica. All¨ª s¨®lo aspiran tabaco el hombre blanco y los negros que lo imitan.
Pasi¨®n por el cine
En Charicar, un bullicioso pueblo tayiko a los pies del valle del Panchir, es d¨ªa de mercado. En v¨ªspera de la fiesta nacional afgana, que se celebra hoy, hombres, mujeres y ni?os ocupan sus calles...
El ni?o del zoo de Kabul quiere volar
El zool¨®gico de Kabul es tan pobre como el pa¨ªs que lo acoge. El taquillero Freidum est¨¢ sentado al otro lado de la ventanilla sobre una silla desdentada.
Oficios de miseria alrededor de un Kebab
Los restaurantes de comida afgana en Kabul no tendr¨ªan mucho ¨¦xito en Espa?a y hasta es posible que las autoridades sanitarias los clausuraran por falta de higiene.
El bar que odian los talibanes
Rugula tuvo poco trabajo ayer en la barra de L'Atmosphere, el bar-restaurante de Kabul que los talibanes han se?alado como candidato a ponerle una bomba.
Los ni?os que quieren ser m¨¦dicos
La ciudad vieja de Kabul, al otro lado del monte de la televisi¨®n, huele a polvo y arena. En 2001 parec¨ªa Grozni o Dresde: una alfombra de edificios derruidos en los que no cab¨ªa una bala ni un muerto.
Hoteles, Kapuscinski y la competencia
Ryszard Kapuscinski ten¨ªa una man¨ªa en sus viajes: personalizar la habitaci¨®n del hotel en la que iba a pasar tiempo durante una cobertura informativa.
Desagradable recordatorio para los testigos de la guerra
La noticia del accidente del fot¨®grafo Emilio Morenatti y del camar¨®grafo indonesio Andi Jatmiko en una carretera de Kandahar ha conmocionado a la creciente colonia de periodistas en Kabul.
La seguridad y el miedo
Quien invent¨® el miedo invent¨® el negocio. Y la guerra es uno de los mejores para los que no hacen cuentas con la conciencia. Kabul, como antes Bagdad, se est¨¢ llenando de guardias privados armados hasta los ojos.
El tr¨¢fico
La capital de un pa¨ªs acostumbrado a las guerras es una ciudad sucia y ca¨®tica tomada por el tr¨¢fico y los bocinazos. Se nota que no existe la costumbre de seguir las normas.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.