El hombre que construye esperanzas
En la entrada principal del centro ortop¨¦dico de Kabul -uno de los seis del Comit¨¦ Internacional de la Cruz Roja (CICR) en Afganist¨¢n- se alinean decenas de pacientes en una bancada de hierro. Hace calor, pero prefieren permanecer al aire libre y no a la sombra en una sala de espera techada. Debe ser un miedo at¨¢vico a que nadie repare en ellos, a que les olviden. Unos son v¨ªctimas de la guerra; otros, de la ausencia de paz. En 21 a?os de funcionamiento el centro ha tratado a cerca de 90.000 pacientes con problemas de movilidad. Las minas antipersonas (m¨¢s de 10 millones plantadas durante 30 a?os de conflictos), los proyectiles, las balas, los accidentes de tr¨¢fico y la polio, entre otras enfermedades, han creado un ej¨¦rcito de invisibles que no distingue sexos ni edades, pues en esto de la desgracia no hay tanta discriminaci¨®n.
A veces, los enteros, las personas a las que no les falta nada visible en su f¨ªsico, se sienten de otro mundo y no quieren saber una palabra de los mutilados. Sucede en Sierra Leona, Angola y Camboya, entre otros lugares: los amputados son la memoria constante de que lo ocurrido fue real y de que existen culpables individuales y colectivos, criminales a los que no alcanza la justicia.
El italiano Alberto Cairo, 55 a?os, director y alma m¨¢ter del centro del CICR, lleg¨® a Kabul en 1990, dos despu¨¦s de su apertura. "Hab¨ªa d¨ªas que de 50 pacientes, s¨®lo 20 entraban en la categor¨ªa de v¨ªctimas de guerra. La decisi¨®n fue abrirlo a todos. La ausencia de vacunas en un conflicto genera otro tipo de v¨ªctimas que tambi¨¦n son tambi¨¦n de guerra. No pod¨ªamos rechazarlos por no haber pisado una mina". Esa decisi¨®n, multiplic¨® el trabajo. Desde entonces cada a?o tratan a una media de 6.000 nuevos casos, mil de ellos heridos por las minas y las balas. De los 40 trabajadores iniciales se ha pasado a los 320, casi todos discapacitados. "Es la mejor terapia psicol¨®gica para los nuevos, ver que existe esperanza y que podr¨¢n llevar a una vida casi normal".
El centro del CIRC de Kabul fabrica en sus talleres piernas ortop¨¦dicas (lleva cerca de 180.000) y sillas de ruedas (11.000). Cada a?o recibe a 75.000 minusv¨¢lidos entre antiguos y nuevos para nuevos tratamientos. "Son pacientes para toda la vida. Aqu¨ª tenemos trabajo para 40 a?os o m¨¢s", dice Cairo. Son seis centros en todo el pa¨ªs con 700 empleados y ahora el CICR planea abrir uno el a?o que viene en Helmand, una de las provincias sure?as de mayor actividad insurgente donde se desarrollan frecuentes combates con las tropas internacionales. "Es donde debemos estar porque es donde est¨¢n ahora las personas que nos necesitan. Los talibanes conocen nuestro trabajo y saben que somos neutrales y que socorremos a todas las v¨ªctimas".
Cairo naci¨® en Cheva (norte de Italia) hace 55 a?os. Es alto, 185 cent¨ªmetros, y extremadamente delgado. Estudi¨® para abogado pero la vida lo arrastr¨® hasta Kabul como fisioterapeuta. "Cuado llegu¨¦ me pareci¨® una ciudad espantosa. Dije: 'Aqu¨ª no podr¨ªa vivir'. Llevo 19 a?os y no tengo intenci¨®n de marcharme. ?ste es mi sitio y ¨¦sta gente es mi familia". Se levanta a las 4.30 de la madrugada y trabaja hasta las seis de la tarde, a veces m¨¢s. Apenas ve la televisi¨®n y no acude a las fiestas de los expatriados. Lee mucho; ahora est¨¢ pose¨ªdo por 2666 de Roberto Bola?o, y no echa de menos la vida que qued¨® atr¨¢s, ni a su Italia del alma. "Cuando dices que eres italiano, la gente responde: 'Berlusconi'. Es terrible. Creo que todos los italianos tenemos un Berlusconi dentro. Es la ¨²nica explicaci¨®n de que le voten tantos".
A Cairo le gustan las rondas por el centro ortop¨¦dico. Hace varias todos los d¨ªas. Charla en dari (idioma que domina) con los pacientes y los trabajadores, se interesa por sus problemas y bromea con ellos. Parece un fabricante de sonrisas.
Ha escrito un libro hermoso (Historias de Kabul; no s¨¦ si traducido al castellano). No puede hablar de pol¨ªtica afgana, ni las elecciones ama?adas ni de la guerra porque el mandato de neutralidad del CICR se lo impide, pero s¨ª de esperanzas concretas, las que est¨¢n en cada una de las pr¨®tesis fabricadas, en cada persona que vuelve a caminar y en cada microcr¨¦dito concedido (la tasa de devoluci¨®n del dinero es del 93% y un 65% de permanencia del negocio) para que los m¨¢s d¨¦biles puedan sentirse parte de una sociedad que ans¨ªa la paz. Y se la merece.
Con este hombre extraordinario que pide no ser retratado como un santo ("no lo soy; s¨®lo hago mi trabajo") los Cuadernos de Kabul llegan a fin. Quiz¨¢ haya m¨¢s en el futuro. En Afganist¨¢n o en cualquier parte de las ?fricas. Siempre donde existan historias que se puedan escuchar, contar y escribir.
Lea todas las cr¨®nicas de 'Cuadernos de Kabul' escritas por Ram¨®n Lobo desde Afganist¨¢n
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