El secuestro imposible de do?a Jacinta
La justicia mexicana pone en libertad a una ind¨ªgena a la que conden¨® a 21 a?os por secuestrar a seis polic¨ªas de ¨¦lite
?Pudo do?a Jacinta, una mujer ind¨ªgena de 1,50 de estatura y 80 kilos de peso, secuestrar sin armas a seis polic¨ªas mexicanos de ¨¦lite? Todo el mundo en su sano juicio responder¨ªa que no, menos un juez de Quer¨¦taro que la conden¨® sin escucharla a 21 a?os de prisi¨®n y la mantuvo entre rejas tres a?os y un mes. Hasta ahora. La Fiscal¨ªa General de la Rep¨²blica, abrumada por la presi¨®n medi¨¢tica, no tuvo m¨¢s remedio que confesar que no ten¨ªa pruebas contra do?a Jacinta Francisco Marcial, vendedora de nieves (helados) y aguas frescas.
-?C¨®mo se siente?
-Contenta.
Fue lo ¨²nico que acert¨® a declarar do?a Jacinta tras salir de prisi¨®n. "Contenta". Porque durante los ¨²ltimos tres a?os, primero en otom¨ª y luego en el espa?ol precario que aprendi¨® en prisi¨®n, la palabra que m¨¢s repiti¨® sin que ni la polic¨ªa, ni el fiscal ni el juez le hicieran caso fue: "Inocente". S¨®lo cuando una organizaci¨®n de Derechos Humanos, el centro Miguel Agust¨ªn Pro Ju¨¢rez, decidi¨® tomar su defensa y airear el caso en la prensa, la justicia mexicana empez¨® a moverse inc¨®moda. Pero no por la suerte de la mujer ind¨ªgena, que a¨²n tuvo que pasar una buena temporada m¨¢s en prisi¨®n, sino por la imposibilidad de mantener la acusaci¨®n a la luz del d¨ªa. Este peri¨®dico visit¨® a Do?a Jacinta a finales del pasado mes de junio en la prisi¨®n de Quer¨¦taro. Y en medio del patio, a veces entre l¨¢grimas, esto fue lo que cont¨®.
Que todo empez¨® el 26 de marzo de 2006. Que aquel domingo, seis polic¨ªas de la Agencia Federal de Investigaci¨®n, sin uniformes ni placas que los acreditasen como tales, llegaron al mercado ambulante de la comunidad ind¨ªgena de Santiago Mexquititl¨¢n y que arramblaron con diversa mercanc¨ªa bajo el pretexto de que se trataba de pirater¨ªa. Que los comerciantes se enfadaron, los rodearon y les pidieron la identificaci¨®n. Que los polic¨ªas se negaron. Que la tensi¨®n creci¨®. Que la situaci¨®n se iba poniendo cada vez m¨¢s fea hasta que a uno de los jefes policiales se le ocurri¨® una soluci¨®n: pagar¨ªan los destrozos causados y aqu¨ª paz y despu¨¦s gloria. Que a los comerciantes les pareci¨® bien siempre que uno de los polic¨ªas se quedara con ellos mientras el resto iba a por el dinero.
Tambi¨¦n cont¨® do?a Jacinta que de aquello no se enter¨® hasta despu¨¦s de la misa de once. Se acerc¨® a ver el alboroto y fue entonces cuando un fot¨®grafo de prensa la retrat¨®, en tercera o cuarta fila, en actitud pac¨ªfica, mirando. Pero fue esa fotograf¨ªa, s¨®lo esa fotograf¨ªa, la que utiliz¨® la polic¨ªa para detenerla, y el fiscal para acusarla de secuestro, y el juez para condenarla a 21 a?os sin siquiera escucharla. Ahora que por fin do?a Jacinta est¨¢ libre y "contenta", queda otra pregunta m¨¢s dif¨ªcil de responder que la que abre esta cr¨®nica: ?cu¨¢ntas Jacintas m¨¢s, mujeres ind¨ªgenas y pobres, dormir¨¢n esta noche injustamente en alguna prisi¨®n mexicana?
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