Cara de hereje
Es bien conocido c¨®mo Anatole France se re¨ªa de la igualdad ante la ley: "La ley, en su magn¨ªfica ecuanimidad, proh¨ªbe tanto a ricos como a pobres dormir bajo los puentes". Pon¨ªa as¨ª el viejo bibliotecario el dedo en la llaga que despu¨¦s estrujar¨ªa Marx, al notar c¨®mo tambi¨¦n los derechos que consagra la ley sirven solamente para algunos: de nada, por ejemplo, me aprovecha que el derecho me de libertad de mandar sobre mi propiedad cuando no tengo propiedad; de expresar mi opini¨®n, cuando la lucha por sobrevivir no me deja tiempo para formarla; o de demandar, cuando no tengo c¨®mo pagarme el abogado.
Al margen de lo econ¨®micamente torpe que resulta la propuesta marxista para combatir este problema (y, por cierto, del rol protag¨®nico que tuvo en sumir a pa¨ªses enteros en la pobreza) la realidad del mismo es innegable. De hecho, pienso que entenderlo puede ayudar en la olvidada y necesaria tarea de comprender (y no s¨®lo condenar) la desconcertante indiferencia, por decir lo menos, que muestra tan consistentemente en elecciones y encuestas buena parte de la poblaci¨®n m¨¢s pobre de Latinoam¨¦rica (y, paradigm¨¢ticamente, la rural) ante opciones tan groseramente antidemocr¨¢ticas como la de Ch¨¢vez en Venezuela, la de Morales en Bolivia, la de Correa en Ecuador o la de Fujimori (por la derecha) y Humala (por la izquierda) en el Per¨².
Sin la satisfacci¨®n de las necesidades b¨¢sicas, todo discurso sobre libertades se oye vac¨ªo
En realidad, vista desde esta perspectiva, esta indiferencia es hasta l¨®gica. Lo que las instituciones democr¨¢ticas buscan, despu¨¦s de todo, es garantizar las libertades de los ciudadanos frente a los abusos del poder. No deber¨ªa de sorprender, pues, que aquellos para quienes estas libertades no son m¨¢s que humo -caminos ut¨®picos cuyo recorrido no pueden costear- les importe poco todo el dise?o institucional (la separaci¨®n de poderes, el estado de derecho, la libertad de prensa, etc¨¦tera) que existe para conservarlas, mientras reciban a cambio esas otras cosas (agua, luz, vivienda, salud, puentes, caminos, empleo y dem¨¢s) que, siendo m¨¢s tangibles, sirven para cubrir las necesidades b¨¢sicas sin cuya satisfacci¨®n todo discurso sobre libertades se oye vac¨ªo. Cosas ¨¦stas que los caudillos exitosos se cuidan muy bien de proveer constantemente, aunque sea, como en el caso de Ch¨¢vez y sus colegas "bolivarianos", creando una prosperidad falaz a costa de la sensatez econ¨®mica y del futuro cercano.
La propaganda del general Odr¨ªa, el popular caudillo peruano de los cincuenta cuya dictadura Vargas Llosa retrat¨® en Conversaci¨®n en la catedral, sintetizaba muy bien todo esto al resumir con su eslogan central el porqu¨¦ de la vulnerabilidad del pueblo latinoamericano a las propuestas autoritarias: "?Democracia no se come!".
Naturalmente, no pretendo implicar que democracia y bienestar material sean contradictorios -es m¨¢s, creo que, al menos en el largo plazo, es al rev¨¦s-. Tampoco, ciertamente, que los pobres sean incapaces de aspiraciones superiores a las que dictan nuestras necesidades primarias. Pero s¨ª decir que todos necesitamos primero tener estas necesidades resueltas y que es entendible que, por ejemplo, viviendo bajo la luz del queroseno y sin agua corriente, sobre un piso de tierra y con la noche fr¨ªa en la piel, como vive mucha gente en los Andes rurales, uno est¨¦ dispuesto a apoyar al caudillo autoritario del que, por x, j o k, ha cre¨ªdo (err¨®neamente, claro) que es el ¨²nico que podr¨¢ solucionarle esos problemas. Y que acaso ayudar¨ªa a entender -y combatir- las pulsiones totalitarias que persisten, pese a todo, en buena parte de los electorados latinoamericanos, partir por aceptar que la necesidad tiene, tambi¨¦n en lo que toca a democracia, cara de hereje.
Fernando Berckemeyer es abogado.
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