El fot¨®grafo de la Cruz Roja
En ciudades como Kabul, donde no hay fotomatones, surgen tipos singulares como el que se gana la vida en la calle sacando fotos de carn¨¦
En Kabul no hay fotomatones, esas cabinas con cortina sucia donde el interesado en retratarse simula expresiones de una seriedad ins¨®lita (los pasaportes siempre provocan una tentaci¨®n de eternidad). En Kabul, en realidad, no hay nada: es una ciudad a medio destruir en espera de que alguna guerra nueva, o la misma con otro collar, termine el trabajo del picapedrero.
En ciudades as¨ª surgen tipos singulares como Amin, el fot¨®grafo callejero que se planta cada d¨ªa delante del centro de rehabilitaci¨®n de amputados del Comit¨¦ Internacional de la Cruz Roja. Su trabajo es el retrato, peor a¨²n: la foto carn¨¦. Armado con una caja negra de color rojo despliega sus malabarismos de quita y pon la tapa que permiten el paso de la luz para despu¨¦s de un tiempo aparecer como un ilusionista con unas p¨¢lidas fotograf¨ªas en blanco y negro que impresionan al interesado, poco acostumbrado a la duplicaci¨®n de su imagen.
"Compr¨¦ esta c¨¢mara hace m¨¢s de 10 a?os. Me cost¨® 6.000 afganis [el equivalente a 120 d¨®lares]. No s¨¦ cu¨¢ntos a?os tiene, s¨®lo que es muy vieja", dice se?alando el aparato que m¨¢s parece una antig¨¹edad que una c¨¢mara en activo. "No he pensado en venderla. Nadie puede vender su trabajo", dice. Cajas negras como la suya, pese a las rozaduras y las arrugas de viejo, se cotizar¨ªan bien caras en el Primer Mundo, tan aficionado a decorar la vida con las cosas del Tercero.
"Creo que hace tiempo amortic¨¦ la c¨¢mara. Cada d¨ªa hago unas 150 fotos. Trabajo seis d¨ªas a la semana. Estoy aqu¨ª [delante del centro de rehabilitaci¨®n] de ocho de la ma?ana a cuatro de la tarde y gano, descontado los gastos de papel y l¨ªquidos, 150 afganis las d¨ªa [tres d¨®lares]. Cobro 15 afganis por cada dos fotos".
Los clientes se sientan en un taburete delante de la caja negra de color rojo y se afanan en peinarse, alisarse o desenredarse la barba, o colocar mejor el gorro o el turbante, para salir favorecidos. Despu¨¦s de todo, poco importan las m¨¢quinas que se tiene enfrente, cada hombre es un proyecto de soledad que desea ser recordado guapo y feliz. Amin, que por alguna raz¨®n no sonr¨ªe, observa al cliente en sus cosas mientras ¨¦l se afana con las suyas. Cuando ambos terminan de moverse, uno con la c¨¢mara, otro con el cabello, llega el momento delicado que exige del objeto, en este caso sujeto, una quietud absoluta para no salir movido.
El hombre que ha tomado cerca de 477.000 fotograf¨ªas en su vida profesional no tiene c¨¢mara de fotos en su casa ni le gusta retratar a su familia. Va y viene a su c¨¢mara de caja negra, que deja guardada en la recepci¨®n del centro de la Cruz Rioja, como quien va al trabajo, a un puesto de cajero en un banco, o de lo que sea que no genera felicidad ni pasi¨®n. Horas y horas fotografiando compatriotas de un pa¨ªs en el que el tiempo es vertical, no avanza, s¨®lo sube y baja dependiendo de quien hace la guerra. En un lugar donde cada d¨ªa es una repetici¨®n cansina del anterior hasta los m¨¢s optimistas tienen dificultades para ser felices. Quiz¨¢ por eso Amin nunca sonr¨ªe, porque ¨¦l y su c¨¢mara saben que hasta la esperanza tiene fecha de caducidad.
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