?Hait¨ª es un infierno o la prensa exagera?
La situaci¨®n en Puerto Pr¨ªncipe es tan compleja que a menudo conviven situaciones contradictorias a escasos metros
Una semana despu¨¦s del terremoto, las l¨¢grimas se van secando, pero la lucha por la vida contin¨²a en Hait¨ª. En estas situaciones es donde m¨¢s necesaria se vuelve la risa. Y de la risa a la violencia, a veces s¨®lo dista un paso. Ayer se apostaron unos veinte soldados de Estados Unidos ante el hospital de La Paix con sus metralletas apuntando al suelo, sus gafas de sol, sus transmisiones de radio y sus gorras. De pronto se desat¨® una trifulca de gritos y empujones en la entrada del centro y el periodista hizo la cl¨¢sica pregunta a uno de los curiosos que presenciaban la escena:
-?Qu¨¦ ocurre aqu¨ª?
-Que ha habido un terremoto.
Efectivamente, hace una semana se produjo una cat¨¢strofe en un pa¨ªs catastr¨®fico. Pero lo que estaba ocurriendo es que un joven pretend¨ªa que lo atendieran los m¨¦dicos y el resto de los que hac¨ªan cola trataba de explicarle que el centro estaba atestado. Sin embargo, la respuesta espont¨¢nea del viandante no iba descaminada. Lo que ocurre aqu¨ª es que a pesar de todo el despliegue internacional, tras una semana de ver pasar aviones y helic¨®pteros, la ayuda no termina de llegar a las calles. ?O s¨ª que llega? Pablo Yuste, jefe de Emergencias de la Agencia Espa?ola de Cooperaci¨®n Internacional y Desarrollo (Aecid), responde: "La ayuda siempre va a parecer insuficiente, pero se est¨¢ ayudando much¨ªsimo a pesar de todas las dificultades de infraestructura. Yo suelo ser bastante cr¨ªtico, pero creo que la ONU ha actuado con una eficacia ejemplar".
Cerca del hospital de La Paix se encuentra la zona de los comercios, a la que algunos fot¨®grafos han calificado como la de "Los Palos". Se trata de varias calles situadas entre el Palacio Presidencial y el puerto, donde se encuentran las tiendas m¨¢s populares de la ciudad. Cuando los compa?eros buscan im¨¢genes de conflicto van all¨ª y siempre sale alguna. Como si fueran figurantes de una pel¨ªcula, ladrones, polic¨ªas y periodistas acuden cada d¨ªa a interpretar su papel. La realidad nunca defrauda a ninguno de ellos. Ayer se produjo al menos un saqueo generoso donde uno de los ladrones repart¨ªa cajas entre los que miran. Despu¨¦s de siete d¨ªas, se continuaba saqueando. Debajo de los escombros a¨²n hay tesoros para muchos. El Ej¨¦rcito haitiano vigilaba alg¨²n trecho, pero en el contiguo, varios ladrones se peleaban entre ellos por una lavadora. Uno de los saqueadores agarr¨® una piedra como una sand¨ªa y parec¨ªa que se la hab¨ªa a estampar a otro en la cabeza. Finalmente, se decidi¨® por estrellarla contra la lavadora. Algunos viandantes miraban y se re¨ªan. Pocos metros m¨¢s all¨¢, un delincuente deambulaba con un fusil recortado. Observaba tranquilo el inmenso bot¨ªn de edificios destruidos y apuntaba al cielo, con la culata en la cintura. La gente no reparaba demasiado en ¨¦l. Parec¨ªa una estampa com¨²n.
Ya se han rescatado miles y miles de cad¨¢veres. Pero la gente sigue sacando ahora de los edificios comida, muebles, madera y electrodom¨¦sticos. ?Es que no hay comida en Hait¨ª? S¨ª y no. Es frecuente ver mujeres con cartones de huevo en la cabeza y sacos cargados de v¨ªveres. No falta fruta, ni arroz, ni carne en los mercados callejeros. Se venden garrafas de agua a medio d¨®lar, el doble de lo que costaban antes del terremoto. Pero medio d¨®lar es mucho dinero en Puerto Pr¨ªncipe para la mayor¨ªa de sus tres millones de habitantes. Se vende pan en algunas tiendas y hay colas para comprarlo. Tambi¨¦n es verdad que hay miles de decenas de campamentos de afectados en donde la gente hace malabarismos para sobrevivir.
"Compramos pan, s¨ª. Pero no es f¨¢cil. Hay que encontrar una tienda que est¨¦ abierta, hacer la cola y volverte a tu campamento. Una vez aqu¨ª, en vez de com¨¦rmelo, lo vendo. Con el beneficio, compro especias y hacemos arroz. Podr¨ªa comprar directamente el arroz con especias, que es lo que hacen los de la chabola de al lado, pero as¨ª me sale m¨¢s barato", comenta Jean Vicent Centval, alojado en uno de los campamentos.
La l¨ªnea entre el infierno y el purgatorio puede depender de algo tan simple como de que llueva o no. Hay decenas de miles de personas en los campamentos, en los parques y en las aceras. Cuando uno las entrevistas, casi todas dicen lo mismo: "Que no llueva". Cayeron unas chispas y finalmente no llovi¨®. Tembl¨® la tierra un poco. Alguna gente se sali¨® de debajo de los techos pero volvi¨® a cobijarse en seguida.
Podr¨ªa ser peor, claro, todo podr¨ªa ser peor. En los cauces de los torrentes resecos de esta ciudad de colinas a¨²n podr¨ªa haber m¨¢s gente haciendo sus necesidades. En las aceras, a¨²n m¨¢s basura quemada o sin quemar; en los hospitales, menos m¨¦dicos y m¨¢s miembros por amputar; el aeropuerto a¨²n podr¨ªa ser m¨¢s peque?o de lo que es y podr¨ªa haber llegado menos ayuda. Pero dif¨ªcilmente podr¨¢ registrarse en el mundo un caso de una ciudad tan pobre con tant¨ªsimos edificios destruidos.
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