Las tropas de EE UU asumen el control de Hait¨ª para garantizar la ayuda humanitaria
Helic¨®pteros norteamericanos desembarcan en los terrenos del palacio presidencial.- Los soldados de EE UU trabajan para mejorar el destruido puerto para abrir la puerta al grueso de la ayuda
Nadie piensa que 15.000 botellas de agua y 14.000 bolsas de comida vayan a terminar con la sed y el hambre de los haitianos. Nadie se imagina que con 50 paracaidistas a bordo de cuatro helic¨®pteros se pueda acabar, por el ¨²nico hecho de aterrizar en los jardines del destruido palacio presidencial, con el caos y el pillaje que siguen castigando a Puerto Pr¨ªncipe. Pero con esas dos acciones, ejecutadas simult¨¢neamente, las tropas de Estados Unidos comenzaron a tomar el control para garantizar la ayuda humanitaria. Y lanzaron el mensaje que la misi¨®n de Naciones Unidas no hab¨ªa logrado transmitir en siete d¨ªas: "Ya estamos aqu¨ª. Y os vamos a ayudar". ?Pura parafernalia? Tal vez, pero si algo necesita el pueblo de Hait¨ª estos d¨ªas es, adem¨¢s de agua y comida, un poco de esperanza.
Si de paso alguien se percata -por primera vez en siete d¨ªas- de que el puerto de la ciudad est¨¢ destruido y de que es vital arreglarlo sin demora, mucho mejor. De eso tambi¨¦n se olvid¨® Naciones Unidas. Y en eso estaban ayer trabajando a toda prisa -esta vez en silencio- el capit¨¢n John Littel y el teniente Tim Mc Callister.
Littel pertenece a la Guardia Costera. Mc Callister, a la Marina de Estados Unidos. Para llegar hasta ellos hace falta atravesar la ciudad y su paisaje de olores imposibles. El del polvo que desprenden las casas del centro cuando son saqueadas. El de la basura descomponi¨¦ndose o ardiendo en las esquinas.
El olor dulz¨®n de la muerte, que hasta ahora siempre ven¨ªa acompa?ado de la imagen terrible de los cuerpos hinchados, apenas cubiertos por pl¨¢sticos o mantas, pero que ahora asalta al paseante a traici¨®n, desde las entra?as de los edificios destruidos, como un recordatorio de lo que guardan.
Hay todav¨ªa otro olor, que ya estaba aqu¨ª cuando lleg¨® el terremoto, y es el de la podredumbre que rodea tambi¨¦n a los mercados m¨¢s pobres de los pa¨ªses m¨¢s pobres de ?frica. Es el olor que el capit¨¢n Littel y el teniente Mc Callister perciben cuando el aire sopla desde la tierra hacia el puerto.
Los dos oficiales norteamericanos y el pu?ado de hombres a su cargo trabajan en silencio. Sin publicidad. De hecho, para llegar hasta ellos hay que franquear un pesado port¨®n de hierro y esgrimir el mejor salvoconducto para moverse en Puerto Pr¨ªncipe: ser blanco.
Sin que nadie se lo haya dicho, el guardi¨¢n negro del puerto deja pasar sin preguntas al blanco, mientras que da con la puerta en las narices al propietario de la moto que lo lleva por la ciudad.
Littel y Mc Callister dice que llegaron el lunes a Hait¨ª y se pusieron a trabajar. Su misi¨®n era poner el puerto a punto para que los buques con la ayuda y los soldados empiecen a llegar cuanto antes. Pero lo que vieron era peor de lo que les hab¨ªan contado. "El principal muelle", explic¨® Mc Callister, "est¨¢ inservible. Las gr¨²as se hundieron en el agua por efecto del terremoto. M¨¢s de 400 metros del atraque est¨¢n bajo el agua. El mar tambi¨¦n engull¨® dos carretillas de las que extraen los contenedores de los barcos para depositarlas en los camiones. Es un desastre...".
Mientras, a s¨®lo unos metros, los helic¨®pteros tomaban el palacio presidencial, los buzos del teniente Mc Callister se sumerg¨ªan y sal¨ªan otra vez a la superficie para hacer una evaluaci¨®n r¨¢pida de la viabilidad del puerto. La primera conclusi¨®n lleg¨® un rato despu¨¦s. "Tal como est¨¢ ahora, no podremos utilizar m¨¢s del 20% del puerto...".
El dato no puede ser m¨¢s grave. El 80% de los productos que necesitaba Hait¨ª en su lamentable vida cotidiana llegaba por el puerto. Los alimentos, las medicinas, los materiales para la construcci¨®n, los veh¨ªculos y el material de apoyo a la misi¨®n de la ONU, que hasta la fecha del terremoto ten¨ªa aqu¨ª desplazados a cerca de 9.000 soldados y polic¨ªas y 2.000 t¨¦cnicos.
"La gente", reflexiona el teniente de la Marina mientras observa a uno de sus soldados que va y viene con un mapa enmarcado del puerto, "ha estado muy pendiente del aeropuerto, sin darse cuenta de que, aunque es verdad que por aire llegan las cosas m¨¢s r¨¢pidamente, el 90% de la ayuda tiene que llegar por el puerto. Un solo barco de carga equivale a 100 aviones...".
De regreso a la ciudad, el guardi¨¢n negro tiene que abrir de nuevo el port¨®n de hierro. Al hacerlo, el olor que llega del puerto penetra hasta hacerse insoportable. Y cuando la velocidad de la moto logra dejarlo atr¨¢s enseguida es relevado por otro, de polvo, de cad¨¢veres.
El paisaje de la destrucci¨®n -del que s¨®lo se han salvado unos cuantos edificios oficiales- es tan rotundo que los mandos del portaaviones Carl Vinson han prohibido a sus soldados ver las im¨¢genes en televisi¨®n.
La CNN s¨®lo se puede ver en los camarotes de los oficiales. Por eso, cuando los periodistas que viajan a bordo regresan al buque despu¨¦s de un viaje en helic¨®ptero sobre la ciudad, los soldados les ruegan que les ense?en de soslayo las im¨¢genes de la tragedia, lo que sigue sucediendo a s¨®lo tres millas de su buque reci¨¦n pintado.
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