"Nos vamos. Aqu¨ª la vida no vale nada"
Decenas de familias huyen de la violencia y la crisis que azota Ciudad Ju¨¢rez
Los Morales S¨¢nchez llegaron a Ciudad Ju¨¢rez hace 12 a?os. Casi tres d¨ªas en cami¨®n desde el Puerto de Veracruz. Les hab¨ªan dicho que aqu¨ª hab¨ªa mucho trabajo. Y no les enga?aron. Marisela S¨¢nchez recuerda que pis¨® la ciudad fronteriza con Estados Unidos un 21 de marzo: "Y el 22 ya estaba trabajando en una maquiladora". Ahora las cosas han cambiado. Falta trabajo. Y sobra violencia. Ciudad Ju¨¢rez es, con mucho, la ciudad m¨¢s peligrosa de M¨¦xico y tal vez del mundo. Los cementerios est¨¢n llenos y los parques vac¨ªos. Su hijo, Alfredo Morales S¨¢nchez, despu¨¦s de muchas l¨¢grimas, ha tomado una decisi¨®n: "Nos vamos. Aqu¨ª la vida no vale nada".
El viernes ya no quedaba nada por empacar. Los Morales S¨¢nchez y otro pu?ado de familias acaban de aceptar la invitaci¨®n del gobernador de Veracruz, el priista Fidel Herrera, para regresar a sus lugares de origen. "Nos van a pagar el viaje y la mudanza", aclara Marisela S¨¢nchez, "y tal vez nos ayuden a encontrar un nuevo trabajo, a emprender una nueva vida". Ser¨¢n 150 los veracruzanos que, en una primera expedici¨®n, huyan de Ciudad Ju¨¢rez aprovechando la ayuda oficial. Se calcula que otros 200.000 juarenses, de nacimiento o adopci¨®n, ya huyeron en los ¨²ltimos meses por sus propios medios, hacia Estados Unidos o hacia el interior de M¨¦xico, dejando tras de s¨ª m¨¢s de 60.000 casas vac¨ªas y un n¨²mero incalculable de sue?os rotos. "He tomado la decisi¨®n de irme", explica Alfredo Morales, "pero siento dolor, mucho dolor. Yo he llegado a amar esta ciudad. Aqu¨ª me cas¨¦, aqu¨ª fueron naciendo mis tres hijos, aqu¨ª hay gente a la que quiero y que me quiere. Pero, de esa reja para afuera, hay demasiados peligros...".
Marisela S¨¢nchez dice que sus nietos, como la mayor¨ªa de los cr¨ªos de Ciudad Ju¨¢rez, viven secuestrados en sus propias casas, condicionados y hasta contagiados por el miedo de sus mayores. "Tengo temor", reconoce, "de llevarlos al parque, de que se separen de m¨ª m¨¢s de dos metros. Y no crea que exagero. Ya hemos visto pasar muchas balas cerca. ?Se acuerda de aquel restaurante donde mataron a ocho? Pues est¨¢ justo enfrente de mi casa. Conoc¨ªamos a algunos de los que murieron. Gente normal. No todos los j¨®venes que mueren aqu¨ª son sicarios o andan en malos pasos. Algunas compa?eras de la f¨¢brica ya han perdido a dos hijos". La conversaci¨®n se adentra de lleno en la galer¨ªa de los horrores vividos. M¨®nica S¨¢nchez, la hermana de Marisela, recuerda aquel d¨ªa que unos pistoleros persiguieron a su v¨ªctima por los pasillos del supermercado en el que ella suele hacer la compra. Alfredo relata la noche en que, a s¨®lo unos metros de su casa, escuch¨® la banda sonora inconfundible de esta ciudad: "Primero unos disparos, luego un coche que sal¨ªa a toda prisa, quemando llantas, y ya enseguida el llanto de unas mujeres. Acababan de matar a un joven de 16 a?os en unas canchas de f¨²tbol".
Como si fuera verdad aquello de que las desgracias nunca llegan solas, la escalada de violencia en M¨¦xico coincidi¨® con la crisis econ¨®mica. El trabajo en las f¨¢bricas manufactureras empez¨® a escasear. Y a la violencia generada por la lucha emprendida por el gobierno de Felipe Calder¨®n contra los c¨¢rteles de la droga se uni¨® un incremento de la delincuencia com¨²n. "Ya el ¨²nico problema no es que te maten", explica M¨®nica S¨¢nchez, "tambi¨¦n estamos sometidos a las extorsiones telef¨®nicas. Nosotros un d¨ªa estuvimos a punto de caer en una. Nos llam¨® alguien haci¨¦ndose pasar por un familiar. Nos dijo que estaba retenido en la aduana y que ten¨ªamos que pagar 20.000 pesos (casi 1.200 euros) para evitar que lo metieran en la c¨¢rcel. Al final nos dimos cuenta de que era un enga?o. Llaman desde las c¨¢rceles. Y si el tel¨¦fono lo contestan los ni?os, les sonsacan informaci¨®n para luego cometer la extorsi¨®n. Desde entonces ya no dejamos que los cr¨ªos contesten. No pueden hacer nada las criaturas...".
Alfredo Morales no oculta su nerviosismo. Dentro de unas horas, sus hijos -de diez, ocho y siete a?os- pisar¨¢n por primera vez la tierra de sus mayores, conocer¨¢n a sus abuelos, a sus t¨ªos, a sus primos. Porque desde aquel d¨ªa de hace 12 a?os que Alfredo y su familia se montaron en un cami¨®n hacia Ciudad Ju¨¢rez no hab¨ªan tenido la oportunidad de volver de visita al Puerto de Veracruz. Ahora, la violencia y la crisis se han aliado para romperles aquel sue?o de un futuro mejor. Regresan derrotados. Pero vivos.
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