Esto no es una ley
Un decreto para registrar tel¨¦fonos m¨®viles desnuda el surrealismo legal en M¨¦xico
Se presenta actualmente en el Palacio de las Bellas Artes de la Ciudad de M¨¦xico, una espectacular exposici¨®n del pintor surrealista belga Ren¨¦ Magritte, que nos recuerda su cl¨¢sica y transgresora pipa, en la que debajo de la imagen de una pipa, o lo que normalmente todos llamar¨ªamos una pipa, Magritte escribi¨® la leyenda ceci n'est pas une pipe (esto no es una pipa), un gesto anarquista, trasgresor, de ruptura, que buscaba poner de manifiesto lo arbitrario del lenguaje.
Es una exposici¨®n muy oportuna, para recordarnos que en M¨¦xico muchas cosas no son lo que deben que ser. Aparecen ante nosotros como gui?os o atisbos de la realidad. Como tentativas, intenciones, como buenos deseos o como proyectos.
M¨¦xico es un pa¨ªs surrealista en muchos sentidos. Con frecuencia su hogar nato y una fuente inagotable de inspiraci¨®n. La patria chica a la que todo buen surrealista desea volver antes de morir. M¨¦xico es el lugar en el que el surrealismo pierde su sentido trasgresor y cobra vida y presencia. Se dice un poco en broma, pero con mucha frecuencia, que si los escritores surrealistas hubieran nacido en M¨¦xico, hubieran sido simples cronistas de sociales o escritores costumbristas.
Hagamos un ejercicio intelectual. P¨®ngase por un momento a pensar ?Qu¨¦ hubiera sido de Magritte si hubiera publicado el famoso cuadro de la pipa en M¨¦xico, o si hubiera dibujado sus cajas-concepto con motivos mexicanos?
Se imagina por ejemplo un cuadro con una Constituci¨®n en la que hubiera escrito abajo "esto no es una Constituci¨®n"; otro con un dibujo de Felipe Calder¨®n y hubiera escrito abajo "esto no es un Presidente"; otro dibujo con el Palacio de San L¨¢zaro y hubiera escrito "esto no es un Congreso"; una m¨¢s, en la que pinta a un polic¨ªa y dice "esto no es un polic¨ªa", la ¨²ltima, una en la que dibuja la ley del registro de tel¨¦fonos m¨®viles y le pone "esto no es una ley." ?Se da cuenta? ?Qu¨¦ hubiera tenido de trasgresor?
En M¨¦xico Magritte pierde sentido. Magritte deja de ser Magritte. Magritte abandona el surrealismo. Porque en M¨¦xico los trasgresores se diluyen. La realidad se trasgrede sola. Elevamos el umbral de tolerancia al absurdo. Porque sencillamente en la cotidianeidad mexicana, muchas cosas no son lo que dicen ser, no son lo que deben ser.
D¨¦jeme analizar brevemente un caso: la ley del registro de tel¨¦fonos m¨®viles.
Partimos de un problema real. En M¨¦xico se han desbordado las extorsiones telef¨®nicas. Muchos ciudadanos hemos sido victimas o hemos visto de cerca las extorsiones telef¨®nicas. Cr¨¦ame, si usted no la ha vivido, es una experiencia muy desagradable que le quita a uno la tranquilidad. Llamadas de amago, muy fuertes, que nos sorprenden, en las que nos piden dinero a cambio de la libertad de un familiar o de la promesa de no hacernos da?o, porque tienen informaci¨®n sobre nosotros, saben donde vivimos, donde trabajamos y donde est¨¢n nuestras familias.
No hay cifras reales. La mayor¨ªa no denunciamos. Algunos expertos han revelado que hay m¨¢s de 4 mil extorsiones al mes, aseverando que los casos se han multiplicado 833 veces en 8 a?os. (Diario Reforma 16/4/2010)
Bien, ante ese problema, empieza el surrealismo mexicano a ponerse de manifiesto.
No le har¨¦ justicia a todo lo que pas¨®, en tan breve recuento. Pero es toda una comedia de errores, puertas falsas y actores bufos. Lo primero que salta a la vista en que antes nadie lo pens¨®. A ninguna autoridad se le ocurri¨® pensar que era bueno tener con tiempo, un registro de usuarios de los tel¨¦fonos m¨®viles. Ante tan "peque?a omisi¨®n", surge la idea de crearlo. Buen principio. Desfilan proyectos, modelos, debates, resistencias, estudios, pros y contras, que literalmente nos toman a?os.
Por fin se acuerda un modelo, se discute en el Congreso, lo avala la autoridad y se aprueba una ley. El mandato: los ciudadanos tenemos que registrar de buena fe nuestro celular mediante un mensaje de texto con nuestra clave de poblaci¨®n. Los delincuentes tienen que registrar su celular. No se r¨ªa es verdad. Se establece una fecha l¨ªmite. Si no se registra oportunamente se cancelaran los tel¨¦fonos. Sencillamente dejar¨¢n de funcionar.
Se registran miles de tel¨¦fonos con los nombres m¨¢s curiosos y ficticios. Miles de registros a nombre de Carlos Sliim, de Felipe Calder¨®n y de artistas y deportistas famosos. La gente se burla. No lo tomamos en serio. Es claro. Muchos registros similares de veh¨ªculos y otros temas han fracasado antes y la autoridad ha dado marcha atr¨¢s. La ciudadan¨ªa piensa ?por qu¨¦ ahora tendr¨ªa que ser diferente?
Muchos ciudadanos desconf¨ªan. Preocupaci¨®n por dar nuestra clave a una base de datos que seguramente se filtrar¨¢. Ha pasado antes. Temor de darle m¨¢s informaci¨®n al enemigo.
Por supuesto, apenas la mitad se hab¨ªa inscrito. La autoridad apretaba el paso para que nos registr¨¢ramos, cuando a los diputados, en un acto de sumo populismo legislativo, se les ocurre aprobar una pr¨®rroga por un a?o. Se aprob¨® en la C¨¢mara una pr¨®rroga. Nuevamente confusi¨®n. Dudas en la gente. Espera. Durante varios d¨ªas miles de usuarios a la expectativa.
Registrar o no registrar, esa era la cuesti¨®n. Parec¨ªa pel¨ªcula de suspenso. Finalmente, el Senado en un acto de reivindicaci¨®n a la ley rechaza la prorroga. La sociedad se desborda. Caos. Desorden. Va en serio. El d¨ªa D. Fecha fatal en la que se suspender¨¢n los m¨®viles no registrados. Filas en los centros de atenci¨®n de las empresas telef¨®nicas. Gente formada desde la madrugada. P¨¢ginas web saturadas. Ciudadanos que se levantaban en la madrugada para mandar sus mensajes, porque todos los sistemas estaban desbordados.
En eso est¨¢bamos cundo una empresa de telefon¨ªa extranjera, de la nada, dice que no suspender¨¢ el servicio de sus usuarios. Reta a la autoridad. Se desgarran las vestiduras. La autoridad amaga. Se habla de la ley. Sigue el proceso. La convencen. Todo sigue. De pronto otra empresa obtiene un amparo, con suspensi¨®n, lo que significa que le permite no cancelar el servicio exclusivamente a sus usuarios. Por lo tanto, desde ahora, unos s¨ª otros no.
La comedia sigue. Todo es una facha. Llega la fecha l¨ªmite y la autoridad, que no puede procesar los registros. decreta una "pr¨®rroga t¨¦cnica". No se cancela ning¨²n m¨®vil. Empiezan a surgir todas las carencias e inconsistencias del registro. Las autoridades reconocen que la ley tiene huecos, no hay reglamento, que no se pens¨® en todo, que tomar¨¢ tiempo, que hay que depurar, que se suspender¨¢ poco a poco.
Conclusi¨®n: Hoy despu¨¦s de esta tragicomedia nacional, tenemos un registro que no sirve para nada, se han gastado in¨²tilmente cantidades infames de recursos p¨²blicos, le han quitado tiempo a los ciudadanos cumplidos, no hay un solo m¨®vil cancelado, y hoy mientras usted lee estas l¨ªneas, varios ciudadanos ser¨¢n extorsionados por tel¨¦fono m¨®vil.
Claramente, eso no es la ley. Una ley es una decisi¨®n colectiva, pensada, tomada, que se ejerce con plena autoridad. Una ley es un ordenamiento que se discute en el Congreso, pero que una vez que se acuerda, se aplica y se lleva hasta sus ¨²ltimas consecuencias. Que se asume con la fuerza y la autoridad de un estado democr¨¢tico.
Pero la ley del registro de tel¨¦fonos m¨®viles pone de manifiesto una vez m¨¢s la actitud del mexicano ante la ley. Nuestro surrealismo legal. Nuestro surrealismo general. Los mexicanos no tomamos la ley en serio. Para nosotros no es norma. Es una idea, es una especie de proyecto, de ruta, una tentativa, una buena intenci¨®n. Una vez, m¨¢s obed¨¦zcase pero no se cumpla.
La ley convertida en juego, en broma, en relajo nacional. La ley burlada, vulnerada, violada. La ley que no vale la pena ser cumplida, ni respetada. La ley que no es ley, y que no sirve como ley.
La Presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Consuelo S¨¢izar concluye la presentaci¨®n del magn¨ªfico cat¨¢logo correspondiente a la antes citada exposici¨®n de Magritte, diciendo: "Con el mundo invisible de Ren¨¦ Magritte en el Palacio de Bellas Artes, se cumple el vaticinio de Octavio Paz, que vio en M¨¦xico el espejo magn¨¦tico en el que deber¨ªan reflejarse los grandes creadores del surrealismo." En ese espejo magn¨¦tico, como la pipa de Magritte, sencillamente, esto no es una ley.
Sabino Bastidas Colinas es analista pol¨ªtico.
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