La rebeli¨®n de los miccosukees
La tribu india de la Florida se niega desde su territorio soberano a pagar impuestos personales y a colaborar policialmente en juicios por accidentes de tr¨¢fico
Esta tierra es m¨ªa. Ni pel¨ªculas, ni novelas. Realidad. Los indios miccosukees, de historia pac¨ªfica reconocida mucho m¨¢s que otros abor¨ªgenes norteamericanos, defienden esta frase porque se consideran un estado soberano en la zona de la Florida donde han sobrevivido a los invasores de sus tierras desde hace 500 a?os. Primero, a los espa?oles, y despu¨¦s, mucho peor, a los angloestadounidenses que casi los exterminaron hace dos siglos y acabaron por arrinconarlos en las zonas ancestrales de los Everglades, el pulm¨®n vegetal del sur del estado. Despu¨¦s, les concedieron privilegios como el juego y una soberan¨ªa que ahora se ha convertido en rebeli¨®n fiscal y policial.
Entre los indios del sureste, los miccosukees parecen como los hermanos bonachones y menos agraciados. Los seminolas se han llevado siempre la palma de fieros en las antiguas batallas (se les atribuye causar la herida que provoc¨® la muerte de Juan Ponce de Le¨®n, el primer gran explorador de la Florida) y de astutos hombres de negocios modernos.
Ambas tribus viven fundamentalmente del juego en sus casinos, pero los seminolas a mucho m¨¢s nivel. Siete recintos por s¨®lo uno de los miccosukees es la proporci¨®n. La compra de la cadena Hard Rock en 2006 fue el ¨²ltimo gran paso de los seminolas en un boyante camino comercial diversificado a varios campos. Su sagacidad les llev¨® despu¨¦s a ser los primeros en instalar en sus casinos m¨¢quinas "estilo Las Vegas" a cambio de pagar comisiones millonarias al estado. Fue tras un pol¨¦mico permiso del gobernador de la Florida ventilado en los tribunales por favoritismo.
Pero los miccosukees, a la chita callando, son los m¨¢s rebeldes. La ley de juegos de azar para los indios, aprobada por el Congreso en 1988 permite a las tribus regentar casinos, les exime de pagar impuestos generales y de hacer p¨²blicas sus ganancias. Pero los pac¨ªficos miccosukees tampoco quieren pagar los tributos personales como hacen otras tribus y s¨ª manda la ley. El tributo por lo que se reparten el poco m¨¢s de medio centenar de miembros y especialmente el que fue su presidente hasta el a?o pasado, Billy Cypress, por donde el esc¨¢ndalo ha tomado mayores proporciones. La tarjetas de cr¨¦dito del jefe han echado literalmente el humo de tres millones de d¨®lares en viajes y fiestas por todo el pa¨ªs y el Servicio de Rentas Internas (IRS), la Hacienda estadounidense se puso tras ¨¦l como una pieza codiciada.
El asunto del juego en la Florida ha sido hist¨®ricamente muy complicado, aunque se permite ya incluso fuera de las reservas indias al aprobarse en consulta popular tras largos a?os de rechazos. Pero las variantes complejas empiezan por los que tienen ventaja de origen. Los miccosukees, pese a una orden judicial, se niegan a facilitar su estado de cuentas al IRS, y al margen ya de competencias, el problema tiene un matiz paternalista que con otros ciudadanos quiz¨¢ no se sostendr¨ªa. En cualquier caso, seg¨²n muchos abogados, ya en el pasado luchas similares acabaron ganadas por el IRS. La cuesti¨®n es saber cu¨¢ndo.
Astucia
Los miccosukees son muy astutos y se agarran a que si son soberanos por ley, aunque un juez diga que se deben a una soberan¨ªa superior la orden no se podr¨¢ cumplir. Sus maniobras son muy sutiles. No se apuntaron a la ¨²ltima petici¨®n de m¨¢quinas tragamonedas como los seminolas en una acci¨®n de pura estrategia. A¨²n quieren m¨¢s. Se borraron de la carrera, porque aspiran a las de clase III, con ruleta, el m¨¢ximo de cualquier casino libre del mundo.
La tribu miccosukee, pese a abarcar menos negocio, se mueve publicitariamente tanto o m¨¢s que la seminola. Desde anunciar jornadas de puertas abiertas durante unos d¨ªas con todo su folklore, hasta patrocinar espacios del tiempo en programas de televisi¨®n.
Los miccosukees habitan al norte y centro de los Everglades y aunque reconocen que ya no puede vivir como sus antepasados, defienden su territorio como si a¨²n fueran ellos los ¨²nicos seres humanos residentes. En realidad, s¨®lo los turistas y los jugadores, de los que fundamentalmente viven, son ahora los invasores bienvenidos. Su territorio est¨¢ dividido en tres zonas. La mayor, Alligator Alley Reservation, su gran campo al borde de los manglares entre caimanes, los cocodrilos americanos, donde organizan excursiones y espect¨¢culos con los saurios; Tamiami Trail, tambi¨¦n al oeste de Miami, a unos 60 kil¨®metros, el equivalente a su residencia y oficina de operaciones, y Krome Avenue, donde s¨®lo est¨¢ el Casino, su principal centro de trabajo.
Precisamente en sus alrededores se han producido graves accidentes de tr¨¢fico y las discusiones sobre las competencias policiales tambi¨¦n se han sucedido. Tatiana Furry, por ejemplo, falleci¨® el 21 de enero de 2009 al chocar su veh¨ªculo con otro que conduc¨ªa un miccosukee. El informe de un perito independiente determin¨® que la mujer, capit¨¢n de yate, hab¨ªa sido la culpable y que ten¨ªa un nivel de alcohol en la sangre cuatro veces superior al permitido. Pero al indio Kent Billie le encontraron coca¨ªna y marihuana. La investigaci¨®n fue torpedeada por la flagrante falta de colaboraci¨®n de la polic¨ªa de la tribu. Otro conductor en un accidente que le ha dejado secuelas en un brazo y una pierna, a¨²n pleitea para pedir da?os y perjuicios por otro choque con un antiguo agente indio.
Los miccosukees pelean, pac¨ªficamente, por todo. Han ganado un juicio sobre la propiedad de websites con su nombre y hasta se metieron en la pol¨¦mica compra estatal de la compa?¨ªa azucarera Sugar Corp. situada entre el lago Okeechobee y los Everglades. Reclamaron judicialmente que ello perjudicar¨ªa y retrasar¨ªa los trabajos de restauraci¨®n del parque natural. Celosos ecologistas, discutibles contribuyentes.
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