Jap¨®n muestra por primera vez sus c¨¢maras de la muerte
La ministra de Justicia ha abierto el debate sobre la pena capital, en un pa¨ªs donde ni siquiera el reo sabe la fecha de su ejecuci¨®n
Dicen que en Jap¨®n hay dos cosas que est¨¢n rodeadas de un extremo secretismo: una, la vida dentro del palacio imperial; otra, todo lo que rodea a la pena de muerte.
Parte de ese secretismo se ha venido abajo hoy. Por primera vez, los medios de comunicaci¨®n japoneses han podido entrar en la c¨¢mara de la muerte en el penal de Tokio. El complejo est¨¢ formado por cinco estancias, y durante la visita no se mostr¨® la soga. Las im¨¢genes muestran unas salas limpias, de colores neutros, y que nadie asociar¨ªa a las ejecuciones por su aspecto.
La pena capital en Jap¨®n se realiza por ahorcamiento. Es as¨ª desde 1873, cuando se sustituy¨® el degollamiento por la horca. No hay apenas oposici¨®n en la opini¨®n p¨²blica: el 86% de los japoneses se mostraba a favor de la pena de muerte en una encuesta realizada por el Gobierno en febrero pasado, cinco puntos por encima que una encuesta similar realizada en 2004.
Pese a este apoyo f¨¦rreo al castigo m¨¢ximo, los japoneses no reciben informaci¨®n sobre las ejecuciones. Los medios de comunicaci¨®n locales no publican im¨¢genes, y de hecho, rara vez se informa de estas.
La ministra de Justicia, Keiko Chiba, es la encargada de firmar las sentencias en el pa¨ªs. Es una firme opositora a la pena capital. Pese a ello, el pasado 27 de julio mand¨® ejecutar a dos reos: Kazuo Shinozawa, de 59 a?os, condenado por la muerte de seis mujeres en el incendio de una joyer¨ªa en 2000, y Hidenori Ogata, de 33 a?os, sentenciado por matar a un hombre y una mujer en 2003. Las dos ejecuciones pon¨ªan fin a una moratoria no escrita, por la que no se hab¨ªa ejecutado a ning¨²n preso en el ¨²ltimo a?o. Siete personas fueron ajusticiadas en los primeros meses de 2009.
Estas dos ejecuciones puede que hayan marcado un punto de inflexi¨®n, al menos en el secretismo sobre la pena capital. La ministra, algo ins¨®lito hasta la fecha, fue la encargada de presenciar las ejecuciones, y despu¨¦s compareci¨® ante la prensa. "Me ha hecho pensar de nuevo profundamente sobre lo que significa la pena de muerte y de nuevo siento con toda firmeza que es necesario una discusi¨®n fundamental sobre la pena capital", declaraba para anunciar que el gobierno iba a revisar todo el proceso. Las im¨¢genes difundidas hoy buscan mostrar, as¨ª, parte del proceso a los japoneses.
El reo no sabe la fecha de su ejecuci¨®n
107 personas esperan en el corredor de la muerte a ser ajusticiados. La pena de muerte en Jap¨®n tiene un componente a¨²n m¨¢s s¨¢dico si cabe que en otros pa¨ªses donde se aplica el castigo m¨¢ximo: el sentenciado no sabe cu¨¢ndo va a ser la ejecuci¨®n. Puede pasar a?os en el corredor de la muerte, hasta que una ma?ana se presenta el guardia de la c¨¢rcel para comunicarle al reo que le ha llegado la hora. Las organizaciones contrarias a la pena de muerte, como Amnist¨ªa Internacional , denuncian esta tortura psicol¨®gica que supone no saber qu¨¦ d¨ªa se va a cumplir la sentencia. Los distintos gobiernos han ido heredando la misma excusa: con esta pr¨¢ctica, aseguran, se intenta evitar crear la ansiedad en el reo ante la fecha inminente de su muerte.
La pena de capital se aplica en siete penales de Jap¨®n. Pocas personas han tenido, hasta ahora, acceso a las instalaciones. Esa informaci¨®n ni siquiera llega a los familiares del ajusticiado, que suelen recibir la notificaci¨®n de que la ejecuci¨®n se ha cumplido a trav¨¦s del abogado del reo. El ocultismo afecta tambi¨¦n a los propios pol¨ªticos. En 2003, por primera vez en las ¨²ltimas tres d¨¦cadas, una comisi¨®n compuesta por nueve parlamentarios pudo visitar el penal de Tokio.
El d¨ªa de la ejecuci¨®n, seg¨²n los pocos testimonios que hasta ahora han transcendido , el reo es conducido a una sala contigua, donde hay c¨¢nticos religiosos, como los sutras, que narran pasajes de la vida de Buda. De la ejecuci¨®n son testigos el director del penal y al menos un funcionario de la oficina del fiscal, que certifica que le pena se ha cumplido. Este redacta un informe a su superiores, pero tiene terminante prohibido hablar del ajusticiamiento. El reo se confiesa en una sala contigua con un sacerdote. La sala de ejecuciones, de paredes de madera, tiene el suelo acolchado. En medio cuelga una soga. Los encargados de accionar la palanca que hace vencer la trampilla son tres funcionarios del penal. En una sala contigua, sin vistas a la soga, pulsan a la vez tres botones. Solo uno de ellos acciona realmente la trampilla. As¨ª se pretende evitar que el funcionario sufra alg¨²n tipo de trastorno psicol¨®gico, o pueda ser se?alado como verdugo.
Una vez cumplida la ejecuci¨®n, el reo debe permanecer entre uno y cinco minutos colgado, aunque este periodo se puede prolongar a juicio del director del penal, que act¨²a de maestro de la ejecuci¨®n.
Las organizaciones contrarias a la pena de muerte, denuncian adem¨¢s, las escasas garant¨ªas jur¨ªdicas. En un sistema donde prima sobre todo la confesi¨®n del culpable, las organizaciones de derechos humanos denuncian que los presos puedan estar hasta 23 d¨ªas sin contacto con los abogados, y que adem¨¢s, la asistencia letrada no sea obligatoria en los interrogatorios policiales. Tampoco hay l¨ªmite de edad, y en el corredor de la muerte hay presos octogenarios. Las mismas organizaciones tambi¨¦n denuncian que entre ese centenar de presos que no saben la fecha de su ejecuci¨®n, hay varios enfermos mentales .
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