En la frontera hasta el amanecer
Miles de refugiados de varias nacionalidades llegan cada d¨ªa a los puestos de control libios
La noche saca a la luz una frontera distinta a la que se lleva viendo los ¨²ltimos d¨ªas. Bajo la luz verdosa de los focos fluorescentes, los polic¨ªas tunecinos dormitan contra el cristal de la cabina donde se sellan los pasaportes. La relajaci¨®n es tal que uno puede pasar por su lado, recorrer unos 50 metros, llegar hasta una verja azul y abrirla para adentrarse unos metros m¨¢s, ya en tierra libia. En frente, en el puesto de control libio, tampoco parece haber mucho movimiento: unos cuantos hombres en la azotea y algunos coches con militares deambulan a las cuatro y media de la ma?ana por la zona. Unos refugiados africanos que huyen del conflicto tratan de conciliar el sue?o junto a una tapia mientras esperan su turno para entrar en T¨²nez. Unos pasos m¨¢s y en seguida un polic¨ªa tunecino pide desde la cancela que se retroceda r¨¢pidamente. Eso es todo; diez metros de Libia y vuelta a T¨²nez.
Incluso si se lograra pasar el puesto de control, uno se dar¨ªa de bruces con los numerosos checkpoints que la polic¨ªa de Gadafi todav¨ªa mantiene activos en la carretera que va hacia Tr¨ªpoli. No es la ruta para llegar hasta all¨ª. La buena por este lado del oeste para llegar a una de las ciudades tomadas por la oposici¨®n al dictador, nadie la ha descubierto todav¨ªa.
Un grupo de chinos se acerca desde Libia arrastrando sus maletas. Serios y disciplinados, a¨²n con el casco y el mono de trabajo, se acercan en fila india hacia una parte trasera del control tunecino donde aguardan para ser atendidos. Alguno hace el gesto de cortarse el cuello con la mano en se?al de amenaza cuando se le pregunta por lo que han visto en el camino. El polic¨ªa que no deja pasar la frontera aprovecha el momento para pluriemplearse, saca un fajo de billetes y ofrece a los refugiados cambio de moneda.
La sobriedad china contrasta con la desorganizaci¨®n de los egipcios. Llegan a miles y manifiestan su enfado porque ning¨²n representante de su Gobierno haya ido a recogerlos o a darles informaci¨®n sobre qu¨¦ va a ser de ellos.
La madrugada esconde los rostros de muchos refugiados tras las mantas. Un desfile de colores chillones recoge pan en una tienda de campa?a instalada por la Cruz Roja. Hace un fr¨ªo de muerte. El viento se instala en los cuerpos y les obliga a encogerse bajo las luces del puesto de control. Desde lejos solo se ven formas raras movi¨¦ndose lentamente por el recinto.
Con las primeras luces del d¨ªa, empiezan a llegar algunos curiosos. Los tunecinos, movidos por su propia revoluci¨®n y los acontecimientos de los ¨²ltimos d¨ªas -tres muertos el pasado s¨¢bado tras un nuevo estallido de los disturbios- han adoptado la revuelta de los libios y las protestas de los refugiados egipcios y despliegan sus banderas. "?T¨²nez, T¨²nez!", gritan los egipcios, para darles las gracias.
Unos momentos despu¨¦s comienzan a llegar los primeros periodistas a la frontera. La jornada empieza a recobrar la actividad de todos los d¨ªas. Un ciudadano de Bangladesh se calienta las manos en unas brasas mientras recuerda lo que ha visto en la carretera. Pregunta a d¨®nde puede ir pero como es l¨®gico, no obtiene respuesta.
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