Por favor, ?tengo radiactividad?
El enviado especial de EL PA?S se somete a las pruebas radiol¨®gicas por las que est¨¢n pasando los japoneses
Con objeto de ver en qu¨¦ consiste la prueba de detecci¨®n de radiactividad en personas y saber si ten¨ªa trazas de radiaci¨®n tras varios d¨ªas recorriendo las zonas afectadas por el terremoto -o viceversa-, este enviado especial busc¨® un lugar en Tokio donde se realizara esta medici¨®n. No fue demasiado complicado. Tras conseguir el tel¨¦fono del Instituto Nacional de Ciencias Radiol¨®gicas, una simple llamada bast¨®. Una hora m¨¢s tarde, estaba all¨ª.
El instituto se encuentra en la ciudad de Chiba, unos 40 kil¨®metros al este de Tokio, repartido en un conjunto de edificios entre jardines. En uno de los bloques, ha sido habilitado un sal¨®n con biombos, mesas y l¨ªneas trazadas en el suelo. En el interior, hay una quincena de personas protegidas con mascarillas, batas blancas y los zapatos envueltos en bolsas m¨¢s all¨¢ del tobillo.
En primer lugar, me preguntan d¨®nde y cu¨¢nto tiempo he estado para determinar si merece la pena o no hacer el control. Luego, quieren saber si la ropa que llevo es la misma que vest¨ªa cuando viaj¨¦ por el este, el centro y el noreste de la isla Honshu, a m¨¢s de medio centenar de kil¨®metros, sin embargo, de la central nuclear. Tras contestar que parte de la ropa era la misma, me piden que rellene un papel con mis datos.
A continuaci¨®n, uno de los t¨¦cnicos coge mi mochila y comienza a pasarle el contador Geiger por el exterior. Cuando hago gesto de abrir la cremallera, me dice que "no hace falta". Al mismo tiempo, otro de los cient¨ªficos sit¨²a la alcachofa de un segundo medidor a unos dos cent¨ªmetros de la parte superior de mi cabeza y la recorre despacio mientras vigila la unidad de medici¨®n. Mis ojos no se apartan tampoco de la pantalla. La aguja no se mueve. Despu¨¦s, contin¨²a la inspecci¨®n alrededor del cuello -el yodo radiactivo es particularmente peligroso para el tiroides-, desciende el detector cerca del pecho en l¨ªneas paralelas, lo pasa por las palmas y el dorso de las manos y recorre las piernas. Mis ojos siguen sin pesta?ear la aguja que parece permanecer inm¨®vil. Otro t¨¦cnico comprueba los zapatos. Me pide que levante primero un pie y luego otro para medir ambas suelas. Tras finalizar el control, que ha durado alrededor de cinco minutos, un joven rellena el formulario con los resultados, me dice que est¨¢n dentro de los l¨ªmites normales y escribe al final del papel: 'No problem!'
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