"Tienes una cabeza muy bonita. Te la voy a quitar"
Los cuatro periodistas de 'The New York Times' cuentan su cautiverio en manos de soldados libios durante seis d¨ªas
Los cuatro periodistas del diario The New York Times que fueron secuestrados el pasado d¨ªa 15 de marzo y liberados el lunes han relatado su cautiverio en el diario, en una pieza que titulan "Los cuatro periodistas secuestrados en Libia afrontaron d¨ªas de brutalidad". Describen un trato violento en ocasiones, con alg¨²n episodio de amabilidad, hasta que fueron trasladados a un complejo militar en Tr¨ªpoli, donde pasaron cuatro d¨ªas en los que lucharon contra el aburrimiento leyendo obras de Shakespeare que encontraron en la celda. De all¨ª, gracias a la mediaci¨®n turca, fueron llevados a la frontera y liberados.
El drama de Anthony Shadid, Stephen Farell, Tyler Hicks y Lynsey Addario, que hab¨ªan entrado en Libia sin visado, comienza el martes 15 de marzo, cuando se dirigen en coche hacia las afueras de Ajdabiya, donde se libran duros combates entre los insurrectos y las milicias pro-Gadafi. Cuando iban hacia all¨ª, unos rebeldes a bordo de otro coche les avis¨®: "?Est¨¢n en la ciudad!", dijo un rebelde, en referencia a los soldados del r¨¦gimen. Temieron que los soldados hubiesen rodeado la ciudad y les hubiesen atrapado dentro, pero lo descartaron. Se equivocaban.
Cuando sal¨ªan de la ciudad, hacia Bengasi, vieron un puesto de control. Linsey avis¨® de que pensaba que eran soldados de Gadafi, pero no le hicieron caso. Pocos metros m¨¢s adelante, se percataron de la realidad. Eran soldados. Pasaron la primera l¨ªnea de uniformados, pero no la segunda, pese a que animaron al conductor, Mohamed, a que no parase. Una vez parados, un soldado abri¨® la puerta del conductor y ¨¦ste grit¨®: "Periodistas". De nada sirvi¨®. Sacaron a los cinco del coche.
En ese momento, se produjo un ataque rebelde al control. Las balas silbaron a su alrededor y los cuatro intentaron huir corriendo. Solo llegaron a ponerse a cubierto en una casucha donde hab¨ªa una mujer con un ni?o peque?o, que lloraban incontroladamente, y un soldado que los consolaba. All¨ª los soldados les apuntaron, les golpearon y les quitaron todo lo que ten¨ªan en los bolsillos. Los arrodillaron y los maniataron. "Solo quiero que no me violen", dijo Linsey a uno de sus compa?eros. Luego les hicieron tumbarse. Pese a que todos hab¨ªan sufrido experiencias similares en otros conflictos, pensaron que esta vez morir¨ªan. "Te sientes vac¨ªo cuando sabes que todo casi ha terminado", relatan.
"Disparadles", dijo un soldado, pero otro le cort¨®: "No puedes, son americanos". Entonces los ataron de pies y manos, subieron a Linsey, fot¨®grafa, a un todoterreno. Todos fueron golpeados, "sin importar que estuvieran atados o que Linsey fuese una mujer". Pero tambi¨¦n hubo momentos de amabilidad, cuentan, cuando les dieron d¨¢tiles y zumo de naranja y otras cosas de beber.
En ese momento, vieron un cuerpo tendido en el suelo, cerca del coche en el que viajaban. Temieron que fuera su conductor, Mohamed. No saben a estas alturas que fue de ¨¦l. Escriben entonces que tendr¨¢n que "vivir toda su vida con la carga de que un inocente muri¨® por nuestra culpa, por las equivocaciones que cometimos, por un art¨ªculo por el que nadie merec¨ªa morir. Ninguno art¨ªculo lo merece, pero est¨¢bamos demasiado ciegos", cuentan.
Llega entonces la primera noche, que no esperaban superar. Pero tambi¨¦n superaron nuevas batallas con los rebeldes al amanecer, y entretanto los soldados les dieron comida y cigarrillos. "Esta es la moral del islam, la moral de Gadafi. Tratamos a los prisioneros con humanidad", le dijo un soldado a Anthony. No entienden los soldados c¨®mo los periodistas no comprenden que est¨¢n luchando contra unidades de Al Qaeda e islamistas del pa¨ªs.
En la madrugada del mi¨¦rcoles los despiertan y otro grupo de soldados los rodea. Son m¨¢s agresivos, los atan de pies y manos, les tapan los ojos y los golpean. Manosean a la chica. Los suben a un blindado y media hora despu¨¦s est¨¢n al otro lado de Ajdabiya. All¨ª les interroga alguien a quien llaman sheik (jefe). Tienes una cabeza muy bonita. Te la voy a quitar para pon¨¦rmela yo. Te la voy a cortar,", le dice a Tyler. Otro le dice a la chica: "Podr¨ªas morir esta noche. Quiz¨¢ s¨ª, quiz¨¢ no".
Por la ma?ana del miercoles 16 les llevan a Sirte, localidad natal de Gadafi, en todoterrenos. Al atravesar varios controles, los soldados los insultan llam¨¢ndoles "perros sucios". Se sienten como "trofeos de guerra". "Por vez primera, sabemos c¨®mo es estar desorientado por estar con los ojos vendados, tener esposas de pl¨¢stico en las mu?ecas hasta que se te duermen las manos". En Sirte, les llevan a una c¨¢rcel, a una celda en la que hay unos jergones, una botella para orinar, una jarrita de agua y una cesta de d¨¢tiles. Se preguntan si alguien sabe d¨®nde est¨¢n.
Al poco, Anthony es sacado de la celda para ser interrogado. "?C¨®mo has podido entrar sin visado? ?No sabes que podr¨ªan matarte y nadie lo sabr¨ªa?", le preguntan. Al d¨ªa siguiente, jueves, mientras esperan un avi¨®n que les llevar¨¢ a Tr¨ªpoli, son golpeados de nuevo. Vuelven a atarlos y la chica sufre nuevos manoseos. Finalmente, suben al avi¨®n y se preguntan si est¨¢n todos; les parece que si siguen juntos tienen una oportunidad.
Les llevan a Tr¨ªpoli, donde los recoge un veh¨ªculo policial que apesta a or¨ªn. "Abajo EE UU", les dicen. De all¨ª, tras una discusi¨®n de los captores sobre su destino, probablemente una discusi¨®n entre polic¨ªas y soldados sobre qui¨¦n debe tener la custodia, los llevan a un complejo de la inteligencia militar, donde les dan leche y zumo de mango. Un hombre les dice que no les van a pegar m¨¢s, que estar¨¢n seguros, que nadie les maltratar¨¢. Nadie lo hace a partir de entonces.
Es cuando les llevan a un centro de detenci¨®n donde hay estanter¨ªas con un diccionario de alem¨¢n y cinco obras de Shakespeare. A los hombres les ponen ch¨¢ndals y a la chica le dan una camiseta con la leyenda "Magic girl" y ropa interior. Por la noche, les vendan los ojos para recibir a unos visitantes. Es un funcionario del ministerio de Exteriores que les dice que "est¨¢n bajo la protecci¨®n del Estado". Varios funcionarios m¨¢s se disculpan por lo que les ha ocurrido y preguntan a Linsey si la han violado. Uno hace notar la diferencia entre el ej¨¦rcito libio y las milicias pro-Gadafi. Pasan all¨ª cuatro d¨ªas, matando el aburrimiento con las obras de Shakespeare y pregunt¨¢ndose que habr¨¢ sido del conductor. Mientras est¨¢n en esta celda, llegan los bombardeos de la coalici¨®n para establecer la zona de exclusi¨®n a¨¦rea y se preguntan si no ser¨¢n usados como escudos humanos.
Los funcionarios del Ministerio libio de Exteriores les informan de que quieren entregarlos formalmente, una entrega entre dos estados. Hablan de que diplom¨¢ticos americanos o ingleses tienen que viajar a Tr¨ªpoli, pero finalmente, son los diplom¨¢ticos turcos los que sirven de intermediarios y los llevan a la frontera.
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