Abbottabad, el lugar donde Bin Laden pasaba desapercibido
La ciudad donde EE UU ha matado al l¨ªder de Al Qaeda es una villa somnolienta, sin recursos y puerta de entrada a los territorios m¨¢s monta?osos de Pakist¨¢n
Edgard Allan Poe demostr¨® en su narraci¨®n La Carta Robada que el sujeto de un delito pod¨ªa estar delante de las narices de los polic¨ªas y que estos no se dieran cuenta. Eso ha pasado con Usama Bin Laden y Abbottabad, una ciudad en la que a primera vista nada malo pod¨ªa pasar. Abbottabad, "la ciudad de Abbott", a la que da nombre el comandante brit¨¢nico James Abbott, que fund¨® la ciudad a mediados del XIX, era un destino gris, buc¨®lico, anodino, en la que se mezclaba el ambiente burgu¨¦s y conservador propio de una ciudad media de 150.000 habitantes que alberga una rancia academia militar y su condici¨®n de ser la puerta de entrada hacia los territorios m¨¢s agrestes, monta?osos e inaccesibles de la North-West Frontier Province (Provincia de la Frontera Noroeste, NWFP), situados entre Afganist¨¢n, Cachemira y con China a un tiro de piedra.
El fot¨®grafo Alfredo C¨¢liz y yo visitamos esta zona del pa¨ªs a finales de 2006 mientras realiz¨¢bamos un reportaje para EL PAIS Semanal sobre las fuentes del integrismo en Pakist¨¢n. Nunca previmos que Bin Laden estuviera tan cerca. Recuerdo Abbottabad como una villa vac¨ªa, somnolienta, rodeada de bosques y donde faltaba de todo desde el agua potable a la electricidad. Con m¨ªseros tenderetes a la orilla de la carretera; sin luz por las calles en la noche; plagada de edificios oficiales agrietados pintados en tonos crema y desperdigadas villas m¨¢s gigantescas que lujosas. Recuerdo Abbottabad con pocas mujeres en las calles y ataviadas con burka; con monumentos sin sentido como esa manada de caballos de m¨¢rmol que nos informaba que est¨¢bamos a 1.500 metros de altura; recuerdo Abbottabad repleta de militares con uniformes heredados de los brit¨¢nicos y tocados con inevitables mostachos punjab¨ªes; la terrible carretera que un¨ªa la ciudad con Islamabad, menos de 60 kil¨®metros de distancia, en la que el continuo tr¨¢fico de camiones engalanados como atracciones de feria hac¨ªan del viaje una tortura muy peligrosa. Recuerdo las laderas cubiertas de plantas de cannabis hasta donde se perd¨ªa la vista; a las ni?as muy peque?as con velo hasta las cejas en la escuela Estrella Naciente, a los ni?os perfectamente uniformados de negro como funerarios entonando himnos patri¨®ticos mientras se izaba la gloriosa bandera pakistan¨ª ante la mirada de los profesores con atuendos y actitudes castrenses. Todo dentro de esa peculiar teocracia pakistan¨ª que emparent¨® desde la Independencia en 1948 a los generales y los mul¨¢s y que dio a luz a miles de madrasas para desestabilizar el planeta.
Los hoteles de Abbottabad eran pobres, sucios y desvencijados; forrados de madera, con aspecto de albergues de monta?a clavados en una ciudad fantasma. En cada uno de ellos un soldado hac¨ªa guardia. Pregunt¨¦ a uno por el motivo: "Hay individuos terroristas por aqu¨ª", me contest¨®. En los restaurantes se alternaba la carne a la brasa con las pizzas para los escasos turistas y los cooperantes internacionales. Eso s¨ª, ni una gota de alcohol. No hay que olvidar que en esta zona del pa¨ªs gobierna el MMA (Muttahida Majlis-e-Amal) una coalici¨®n extremista de partidos religiosos, que han acabado con la m¨²sica, el cine, las bebidas alcoh¨®licas y han puesto enormes restricciones legales al papel de la mujer en toda la regi¨®n.
Alguien nos dijo que esta zona y m¨¢s all¨¢, en Mansehra, y en la frontera con Cachemira, a un centenar de kil¨®metros, hab¨ªan estado emplazados hasta mediados de la d¨¦cada de 2000 m¨¢s de 60 campamentos de entrenamiento para yihadistas provenientes de todo el mundo y dispuestos para combatir en Cachemira y Afganist¨¢n. Vimos ruinas de los mismos cerca de Mansehra y de la perdida Balakot, cerca de Cachemira. El terremoto de 2005 hab¨ªa acabado con muchos de ellos y otros hab¨ªan dejado de existir tras los atentados del 11-S que obligaron al ej¨¦rcito paquistan¨ª a tomar medidas cosm¨¦ticas. Sin embargo, a¨²n era posible cruzarse en este territorio perdido en torno al valle de Sir¨¢n y el r¨ªo Kunhar, con viejas camionetas pickup cargadas de hombres j¨®venes barbados, ataviados con ropa de camuflaje y armas. Nadie sab¨ªa de d¨®nde ven¨ªa ni a d¨®nde iban. Por contra, no se divisaba ni un solo soldado o polic¨ªa en la zona. Pregunt¨¦ a uno de esos j¨®venes si Bin Laden se escond¨ªa en la regi¨®n. Me contest¨®: "Preg¨²nteselo a la CIA, ?No trabajaba para ellos?"
Osama estaba delante de las narices de la polic¨ªa y nadie pareci¨® darse cuenta. Hoy, sin embargo, su refugio de Abbottabad no parece tan descabellado. Para empezar era una ciudad castrense. Y no hay que olvidar que los militares pakistan¨ªes y su poderos¨ªsimo servicio de inteligencia, el ISI (un Estado isl¨¢mico dentro del Estado isl¨¢mico), siempre fueron sus mentores, financiadores y aliados. Por otro, esta ciudad perdida se encuentra en un tri¨¢ngulo perfecto para la estrategia de Bin Laden y su organizaci¨®n. A mitad de camino de Islamabad y Rawalpindi (los dos centros del poder militar del pa¨ªs, del ISI, y de poderosas organizaciones cercanas a Al Qaeda, como la Mezquita Roja dirigida por Abdul Rashid Ghazi, asesinado por las fuerzas de seguridad). En segundo lugar, est¨¢ a menos de 200 kil¨®metros de Peshawar, la capital de la NWFP, la ciudad sin ley del yihadismo internacional entre Afganist¨¢n y Pakist¨¢n, a trav¨¦s del peligroso paso Khyber, donde es posible conseguir un Kal¨¢shnikov AK-47 por cien d¨®lares, y a una distancia similar de la disputada regi¨®n de Cachemira, uno de los puntos m¨¢s calientes del planeta y donde Pakist¨¢n e India, dos potencias nucleares, se enfrentan a trav¨¦s de personas interpuestas en una guerra nunca declarada ni concluida. En Cachemira acabaron muchos de los hombres de Bin Laden tras la retirada de los sovi¨¦ticos de Afganist¨¢n.
Abbottabad. Esa ciudad con aire de estaci¨®n de monta?a para los burgueses pakistan¨ªes, para sus oficiales de herencia brit¨¢nica, era el sitio adecuado en el momento adecuado para que Osama pasara desapercibido. Nadie pareci¨® darse cuenta. Hasta esta madrugada.
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