Desilusi¨®n y frustraci¨®n dos d¨¦cadas despu¨¦s
Los opositores al golpe ruso de 1991 se lamentan al ver en lo que han quedado sus aspiraciones de libertad y democracia
En un ambiente mitad de cumplea?os, mitad de velorio, los diputados y defensores de la Casa Blanca rusa -el entonces Parlamento y sede del reci¨¦n elegido presidente ruso Bor¨ªs Yeltsin, que plant¨® cara a los golpistas- festejaron hoy el D¨ªa de la Bandera, esa bandera tricolor que alzaron en aquellos ya lejanos d¨ªas de agosto de 1991 los opositores al retorno del comunismo y que hicieron fracasar a la junta que hab¨ªa derrocado a Mija¨ªl Gorbachov, confin¨¢ndolo en su dacha de For¨®s. Los festejos han estado marcados por la desilusi¨®n y frustraci¨®n que sienten los diputados y defensores de la Casa Blanca al ver el r¨¦gimen en que desemboc¨® finalmente su lucha por la libertad y la democracia.
Sergu¨¦i Fil¨¢tov, que en su tiempo ocup¨® el poderos¨ªsimo cargo de jefe de la administraci¨®n de Yeltsin, constat¨® con tristeza ?los intentos que hace el poder?, es decir, los actuales due?os del Kremlin, para no solo minimizar los acontecimientos de agosto de 1991, sino para ?reevaluarlos?, es decir, para revisarlos negativamente.
?Con ayuda del poder, paulatinamente los a?os noventa -los de la revoluci¨®n pac¨ªfica que acab¨® con el comunismo y que comenz¨® las reformas econ¨®micas y democr¨¢ticas- se convierten en a?os de tragedia?, se?al¨® el que otrora fuera unos de los hombres m¨¢s poderosos del pa¨ªs. Es decir, que en lugar de a?os de alegr¨ªa, de liberaci¨®n, de progreso, son vistos ya oficialmente como un periodo negro de la historia rusa.
Esto no es casual; refleja el sentir de la burocracia sovi¨¦tica, que no ha muerto, que sigue en el poder sin ser comunista. Lo muestra muy bien una an¨¦cdota contada por Fil¨¢tov. Cuando el exjefe de Gobierno Yevgueni Primakov -que tambi¨¦n encabez¨® el Servicio de Espionaje- fue delegado para entrevistarse con el primer ministro y expresidente Vlad¨ªmir Putin para pedirle una condecoraci¨®n para Alexandr Y¨¢kovlev -el gran reformista de la perestroika-, este le dijo: "No lo condecorar¨¦, ¨¦l piensa mal de nuestro pasado, mientras que yo pienso bien".
Sin renegar del pasado
El pasado en cuesti¨®n era el sovi¨¦tico, el de Stalin, el de los campos de concentraci¨®n, el de la omnipresencia del tenebroso KGB, de cuyas filas ha salido el mismo Putin y de cuyo pasado se niega categ¨®ricamente a renegar. La desilusi¨®n que reflejaban las palabras de Fil¨¢tov, iba acompa?ada por el orgullo de haber participado en una revoluci¨®n que por medios pac¨ªficos termin¨® con un r¨¦gimen sangriento. Como reconoc¨ªa el economista Yevgueni Yashin, aquellos d¨ªas de agosto de 1991 fueron probablemente los m¨¢s felices de su vida.
La mayor¨ªa de los que estaban en la sala compart¨ªan ese sentimiento y as¨ª lo hicieron saber con unos entusiastas aplausos. Pero Yashin y el resto compart¨ªan tambi¨¦n la frustraci¨®n: jam¨¢s imaginaron que en lugar de un r¨¦gimen democr¨¢tico y garante de la libertad, obtendr¨ªan uno autoritario, donde, en palabras del historiador Yuri Afan¨¢siev, la burocracia sovi¨¦tica terminar¨ªa fusion¨¢ndose con la delincuencia criminal.
Dudas sobre los cambios tras el golpe
Para Yashin, el problema estuvo en que se trat¨® de acometer al mismo tiempo las reformas democr¨¢ticas y las econ¨®micas, cosa, seg¨²n ¨¦l imposible: las primeras necesitan de ciertas condiciones previas, que s¨®lo pueden surgir despu¨¦s de las segundas. Afan¨¢siev -uno de los l¨ªderes del ala democr¨¢tica del Soviet Supremo de la URSS- fue implacable en su an¨¢lisis: no hubo ning¨²n triunfo democr¨¢tico, ninguna revoluci¨®n pac¨ªfica. Aquello fue solo una declaraci¨®n, lo que hubo en realidad fue ?la apropiaci¨®n de las riquezas nacionales por parte de la nomenklatura sovi¨¦tica?.
Y no en vano, sostiene el historiador, Yeltsin buscaba un sucesor que proviniera de los ¨®rganos represivos -prob¨® con Primakov y el exministro del Interior Sergu¨¦i Stepashin, que tambi¨¦n puso al frente del Gobierno, pero por diversos motivos no result¨®- hasta que encontr¨® a Putin. Porque lo importante era que el sucesor pudiera cumplir una sola tarea: garantizar la estabilidad de esas riquezas nacionales, es decir, velar por la conservaci¨®n de lo robado, algo que s¨®lo podr¨ªa conseguir una persona proveniente de las llamadas ?instituciones de fuerza?.
Por si no bastara con el cuadro l¨²gubre que dibujaban los que con sus acciones impidieron, hace 20 a?os, que la historia rusa diera marcha atr¨¢s, la realidad no tard¨® en traer otra noticia amarga: el Gobierno, por boca del general correspondiente, se negaba hoy a dar la tradicional guardia de honor para acompa?ar la ceremonia de colocaci¨®n de ofrendas florales en las sepulturas de los tres j¨®venes que perecieron bajo las orugas de los tanques golpistas. Este era solo la culminaci¨®n de un proceso comenzado hace tiempo: 2004 fue el ¨²ltimo a?o en que el presidente de Rusia envi¨® una corona a esas sepulturas, proceso que refleja la actitud de desprecio que han adoptado los dirigentes del actual r¨¦gimen hacia unos acontecimientos hist¨®ricos que, en definitiva, fueron los que les han permitido ocupar el Kremlin.
?D¨®nde estaba Putin en agosto de 1991?
Vlad¨ªmir Putin, que hab¨ªa regresado a su ciudad natal de Leningrado (hoy San Petersburgo) en enero de 1990 tras haber trabajado como esp¨ªa en la Rep¨²blica Democr¨¢tica Alemana (donde ayud¨® a quemar papeles de la Stasi), se encontraba de vacaciones el 19 de agosto de 1991. El 20 de agosto, regres¨® y se reincorpor¨® a su puesto de ayudante del alcalde Anatoli Sobchak, que fue manifiestamente combativo en contra del golpe, y con ¨¦l recorri¨® f¨¢bricas y colectivos. Putin tambi¨¦n reparti¨® armas, aunque dej¨® su propia pistola en la caja fuerte, seg¨²n cont¨® en un libro de entrevistas Ot pervogo litsa, publicado en 2000, el primer a?o de su mandato como presidente ruso.
"El pueblo nos apoyaba", pero si alguien quer¨ªa alterar la situaci¨®n estaba claro que "habr¨ªa una gran cantidad de v¨ªctimas", contaba. Los golpistas "cre¨ªan salvar a la URSS de la desintegraci¨®n, pero los m¨¦todos que eligieron contribu¨ªan precisamente a ella". Putin, cuya carrera profesional hab¨ªa transcurrido en los servicios de seguridad de la URSS, hab¨ªa presentado su dimisi¨®n en el KGB en 1990, cuando ya llevaba un tiempo trabajando para Sobchak. Pedir la baja en el cuerpo hab¨ªa sido "la decisi¨®n m¨¢s dif¨ªcil" de su vida, cuenta, y la tom¨®, porque se le hab¨ªa hecho "insostenible" la situaci¨®n en la que se encontraba, cobrando un sueldo de alcald¨ªa, y otro, m¨¢s alto, del KGB y temiendo que esta organizaci¨®n pudiera chantajearlo y utilizarle para presionar al alcalde, lo que de hecho hab¨ªa ya intentado.
Sin embargo, la petici¨®n de cese que hab¨ªa escrito no recibi¨® curso, as¨ª que cuando comenz¨® el Golpe de agosto, Putin era considerado como un oficial en activo del KGB, aunque ¨¦l no se viera ya como tal. ?Qu¨¦ hubiera pasado si los golpistas hubieran vencido? ?Acaso le hubieran juzgado? "Sab¨ªa exactamente que no ir¨ªa a ninguna parte por orden de los golpistas y que nunca estar¨ªa de su lado", afirma Putin, quien sab¨ªa tambi¨¦n que su comportamiento ser¨ªa considerado como m¨ªnimo como un "delito de servicio". As¨ª que el 20 de agosto, Putin volvi¨® a dirigirse a los ¨®rganos de seguridad para pedir de nuevo su cese y el mismo d¨ªa alcalde Sobchak llam¨® a Vlad¨ªmir Kriuchkov, el presidente del KGB y el cerebro de los golpistas que se encontraba en Mosc¨², y al d¨ªa siguiente (el 21 de agosto) le comunicaron que su petici¨®n hab¨ªa sido aceptado. Tras regresar de la RDA, Putin ten¨ªa claro que "en Rusia pasaba algo, pero s¨®lo en los d¨ªas del golpe se hundieron todos los ideales, todos los objetivos que ten¨ªa cuando fui a trabajar al KGB". Del Partido Comunista, no se dio de baja. Cuando el PCUS dej¨® de existir, tom¨® su carn¨¦ y lo meti¨® en un caj¨®n.
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