El mundo tiene la palabra
El mundo tiene ahora la palabra, no solo Israel y Estados Unidos, todo el mundo. En Nueva York, dirigi¨¦ndose a la Asamblea General de Naciones Unidas, Mahmud Abbas acaba de pedir que la comunidad internacional se pronuncie sobre si cree que los palestinos tienen derecho a disponer de un Estado propio en el 22% de lo que fue su hogar durante siglos, en los territorios ocupados por Israel en 1967: Cisjordania, Gaza y Jerusal¨¦n oriental, que ser¨ªa la capital. "Esta es la hora de la verdad, nuestro pueblo est¨¢ esperando o¨ªr la voz del mundo", ha dicho Abbas.
Esta demanda de aceptaci¨®n de Palestina como miembro de la ONU, ha se?alado Abbas, no impedir¨ªa una posible reanudaci¨®n de las negociaciones con el gobierno de Israel. ?Por qu¨¦ habr¨ªa de hacerlo? Basta, ha dicho Abbas, con que los israel¨ªes cesen en seguir colonizando Cisjordania y Jerusal¨¦n Este para que las partes puedan volver a hablar directamente. Es una petici¨®n razonable: uno no negocia con alguien que sigue rob¨¢ndole la cartera.
En este mismo escenario, Arafat pronunci¨® en 1974 sus famosas palabras "He venido aqu¨ª con una rama de olivo y el fusil de quien lucha por la libertad. No permitan que la rama de olivo caiga de mi mano". Hoy Abbas ya no ha hablado de ning¨²n fusil, hace lustros que la OLP renunci¨® a las armas; el sucesor de Arafat solo ha esgrimido una "mano tendida" a Israel para negociar la paz en base a la existencia de dos Estados en las fronteras de 1967, y una petici¨®n al conjunto de la comunidad internacional para que rompa el bloqueo en la soluci¨®n del tumor primario de Oriente Pr¨®ximo.
En las ¨²ltimas semanas algunos propagandistas han intentado ningunear la posibilidad de que Naciones Unidas reconozca, como observador o miembro de pleno derecho, al Estado palestino. Es curioso que intenten hacer olvidar al mundo que Israel basa su legalidad y legitimidad internacionales en una resoluci¨®n de ese mismo organismo, la 181, que en 1947 decidi¨® la partici¨®n en dos Estados del entonces Mandato Brit¨¢nico en Palestina. A los jud¨ªos se les adjudic¨® entonces el 56% del territorio, a los ¨¢rabes el 43% y Jerusal¨¦n fue declarada una entidad especial administrada por la ONU.
En Oh, Jerusal¨¦n, Dominique Lapierre y Larry Coll¨ªns contaron la ansiedad con que Ben Gurion y 650.000 jud¨ªos de Tierra Santa -la gran mayor¨ªa reci¨¦n emigrados- vivieron el desarrollo de las votaciones de 1947 en Flushing Meadows, en las afueras Nueva York, y el j¨²bilo con que terminaron celebrando la decisi¨®n de la Asamblea General. Escribieron Lapierre y Collins: "Toda la Jerusal¨¦n jud¨ªa estaba despierta y manifestaba su alegr¨ªa. Las sinagogas abrieron sus puertas a las tres de la madrugada y fueron invadidas por multitudes agradecidas. Hasta los jud¨ªos m¨¢s agn¨®sticos ten¨ªan aquella noche la impresi¨®n de sentir sobre ellos la mano de Dios (...). A trav¨¦s de toda Palestina, los jud¨ªos compart¨ªan el mismo regocijo. Tel Aviv, la primera ciudad jud¨ªa del mundo, parec¨ªa una capital latina en una noche de carnaval. En cada kibutz la comunidad entera bailaba y rezaba".
Las decisiones de la ONU ten¨ªan entonces mucha importancia. ?Hoy ya no? Los hijos, nietos y biznietos de aquellos pioneros israel¨ªes que bailaron cuando la Asamblea General aprob¨® la partici¨®n de Tierra Santa, rechazan ahora que ese mismo organismo reconozca, con m¨¢s de seis d¨¦cadas de retraso, el Estado palestino en un territorio mucho m¨¢s peque?o que el que les asignaba la partici¨®n de 1947.
Cierto es que los palestinos, y el resto de los ¨¢rabes, se opusieron entonces a la divisi¨®n de Palestina (no entend¨ªan por qu¨¦ jud¨ªos venidos del exterior deb¨ªan adue?arse de la mayor parte de una tierra habitada por ¨¢rabes -cristianos y musulmanes- durante siglos; no aceptaban que fueran ellos los que tuvieran que pagar los platos rotos del antisemitismo occidental, de las inquisiciones, los pogromos y el Holocausto), y cierto es que durante lustros negaron el derecho a la existencia de Israel. Pero en 1967 el Israel surgido de la guerra de 1947-48 ocup¨® militarmente el resto de Tierra Santa, o sea, Jerusal¨¦n Este, Cisjordania y Gaza, y desde entonces los palestinos no tienen en su propio hogar hist¨®rico ni una sola pulgada independiente y soberana. Los subsiguientes fracasos de los m¨¦todos violentos de lucha llevaron ya hace tiempo a buena parte del pueblo palestino a aceptar resignadamente que Israel es indestructible y a comprender que s¨®lo la acci¨®n pac¨ªfica puede darles alguna victoria.
Ya no sirven los viejos argumentos. El pretexto israel¨ª de que los palestinos y los ¨¢rabes quer¨ªan "arrojar los jud¨ªos al mar" es obsoleto, hoy ya solo puede utilizarse tomando a una parte extremista por el todo. En su cumbre en Argel de 1988, la OLP acept¨® la idea de la partici¨®n de Tierra Santa y, en consecuencia, la existencia de Israel, como acaba de recordar Abbas. En los acuerdos de Oslo de 1993, rubricados en la Casa Blanca de Clinton, esto se hizo absolutamente oficial. Pa¨ªses ¨¢rabes como Egipto y Jordania tienen relaciones con Israel y la mism¨ªsima Liga ?rabe, en el plan de paz que aprob¨® en Beirut en 2002, acept¨® la idea de los dos Estados.
Solo falta, pues, materializar la segunda parte de la decisi¨®n de Naciones Unidas de 1947: construir el Estado palestino en los territorios ocupados desde 1967. Y esto es lo que ha pedido Abbas en nombre de unos palestinos m¨¢s que hartos de los pretextos israel¨ªes para prolongar las negociaciones y continuar con la colonizaci¨®n -han pasado 20 a?os desde el comienzo del "proceso de paz" en la conferencia de Madrid de 1991- y de la falta de neutralidad de Estados Unidos. Es una jugada valiente e inteligente que pretende romper el inmovilismo pol¨ªtico y diplom¨¢tico en este conflicto. El mundo tiene ahora la palabra. Todos y cada uno tienen que retratarse.
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