El martirio de Homs
La ciudad siria aporta cada d¨ªa nuevas im¨¢genes del horror
Como en Sarajevo, sufren los bombardeos diarios de la artiller¨ªa y morteros del Ej¨¦rcito y los disparos de los francotiradores. Como en Chechenia, deben ocultar a los heridos en improvisados refugios o en s¨®tanos sin material m¨¦dico alguno por temor a que tanto aquellos como sus cuidadores sean detenidos y desaparezcan en los siniestros puntos de filtraci¨®n.
Estoy hablando de los habitantes de Homs, de lo que leemos d¨ªa tras d¨ªa en la prensa o contemplamos en Internet o en las pantallas de televisi¨®n gracias al hero¨ªsmo de unos corresponsales que se juegan la vida a cada instante en la ciudad asediada por las tropas de Bachar el Asad y los milicianos a su servicio, sin que la comunidad internacional alcance a dotarse de los medios necesarios para poner fin a semejante suplicio.
A diferencia de lo ocurrido en la vecina ciudad de Hama hace exactamente 30 a?os, cuando la muerte de m¨¢s de 20.000 de sus hijos por obra de Hafez el Asad, padre del actual dictador, fue cuidadosamente ocultada por su f¨¦rrea censura y apenas trascendi¨® ¡ªsi la informaci¨®n es un poder, la falta de ella implica la existencia de un poder infinitamente mayor¡ª, las im¨¢genes de los m¨®viles y de las redes sociales, as¨ª como la valent¨ªa de quienes se arriesgan a denunciar a cara descubierta la brutalidad con la que el poder sirio se ensa?a con sus propios ciudadanos est¨¢ a la vista de centenares de millones de telespectadores, lectores e internautas del mundo entero.
Y, sin embargo, la matanza contin¨²a: cada d¨ªa nos aportan nuevas im¨¢genes del horror. Cad¨¢veres ensangrentados a los que no se puede enterrar dignamente pues los francotiradores, como en Sarajevo, disparan sobre el s¨¦quito f¨²nebre. Cuerpos a los que una granada o el estallido de una bomba han arrancado una pierna o un brazo, tendidos en el suelo sin ning¨²n socorro m¨¦dico. Dispensarios carentes de los medios m¨¢s elementales para procurar los primeros auxilios. Nadie puede suministrarles ox¨ªgeno, anestesia, instrumentos quir¨²rgicos. El Ej¨¦rcito de Bachar el Asad y sus esbirros est¨¢n all¨ª para impedirlo: apuntan a cualquier veh¨ªculo que transporte heridos. En cuanto a los hospitales bajo su control, ahora son centros de interrogatorios en los que las v¨ªctimas y sus cuidadores pueden ser enviados a las c¨¢rceles secretas del r¨¦gimen o, ya cad¨¢veres, ser presentados como agentes infiltrados desde el extranjero al servicio de una oscura conspiraci¨®n.
Poco importa que la comunidad internacional exprese su indignaci¨®n, env¨ªe observadores en visitas guiadas, retire a su personal diplom¨¢tico. Las presiones no sirven de nada. El tirano se aferra al poder con la advertencia ominosa de que sin ¨¦l el pa¨ªs se hundir¨ªa en una guerra ¨¦tnico-religiosa similar a la de Irak. En realidad, solo aspira a sobrevivir a costa de la sangr¨ªa de su pueblo. Bachar el Asad ha cruzado las ¨²ltimas l¨ªneas rojas y sabe que no hay posibilidad de retroceso. O el exterminio de la poblaci¨®n sublevada o el fin de su dinast¨ªa republicana y de los militares que la apoyan.
El pasado a?o, comentando en estas mismas p¨¢ginas la represi¨®n de las revueltas de T¨²nez, Egipto y Libia observaba ir¨®nicamente que el grado de amor de los dictadores ¨¢rabes por sus pueblos se revela en el tipo de armas que emplean para acallarlos: de los gases lacrim¨®genos a la artiller¨ªa pesada. A la vista de lo que ocurre en Siria, no cabe la menor duda de que la palma de honor de este singular concurso corresponde a El Asad, El Enamorado de Homs.
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