El c¨¢ncer del narcotr¨¢fico
Habr¨ªa que tratar a los pa¨ªses productores y de tr¨¢nsito como v¨ªctimas y no como sospechosos
Mientras Europa se juega su futuro en com¨²n, al otro lado del Atl¨¢ntico se ha reavivado la pol¨¦mica sobre el tr¨¢fico de drogas. Desde hace a?os intelectuales y exmandatarios latinoamericanos abogan por un cambio radical en la lucha contra los narc¨®ticos; el debate ha subido de nivel pol¨ªtico con las declaraciones de los presidentes de Colombia y Guatemala poniendo en tela de juicio la estrategia actual. La prohibici¨®n ha convertido a la droga en el mayor negocio ilegal del mundo, un c¨¢ncer que corroe la seguridad, el gobierno y la estabilidad de cada vez m¨¢s pa¨ªses. Los latinoamericanos apuntan a la ra¨ªz del problema con la legitimidad que les confiere ser la ¨²nica regi¨®n que ha conseguido disminuci¨®n sensible de la producci¨®n, a un coste alt¨ªsimo en recursos y vidas humanas. La Administraci¨®n Obama no mueve ficha, encorsetada por la herencia de dos d¨¦cadas de guerra contra las drogas.No es un debate hemisf¨¦rico, sino de ¨¢mbito mundial: la UE no puede estar ausente.
La violencia que azota a pa¨ªses productores como Afganist¨¢n, Colombia y Birmania se enquista por la simbiosis entre conflicto interno y el negocio que florece all¨¢ donde no llega la autoridad estatal. Los productores no son los ¨²nicos afectados: los pa¨ªses por donde la droga transita sufren cada vez m¨¢s. Cuando los gobiernos consiguen hacer inviable una ruta tradicional de acceso a los mercados, convirtiendo fronteras, costas y aeropuertos que fueron blandos en infranqueables, se buscan nuevos caminos. Un peque?o pa¨ªs con fronteras porosas, mal recuperado de un conflicto civil que ha sembrado el territorio de armas, ofrece condiciones ideales para que los narcotraficantes se instalen. Con su llegada crecen exponencialmente la violencia entre bandas, los secuestros y las amenazas. La misma droga sirve de medio de pago a matones y empleados: las narcoadicciones se convierten en epidemia. Gobiernos a menudo corruptos y sobre todo d¨¦biles sucumben a las redes criminales que compran f¨¢cilmente a polic¨ªas, pol¨ªticos y funcionarios. Guinea-Bissau es el ejemplo m¨¢s extremo, un pa¨ªs donde el volumen de negocio en drogas se estima superior al PIB. Pero podr¨ªamos hablar tambi¨¦n de Guatemala, Tayikist¨¢n o Laos, entre otros pa¨ªses.
La destrucci¨®n e inseguridad que deja el tr¨¢fico de drogas es muy visible en los Estados m¨¢s fr¨¢giles de las regiones por donde la coca¨ªna y la hero¨ªna acceden a Estados Unidos y Europa: Centroam¨¦rica, el Caribe, ?frica Occidental y Asia Central. El c¨¢ncer del narcotr¨¢fico no amenaza s¨®lo a peque?as naciones, como Bahamas y Gambia, sino que corroe tambi¨¦n a grandes pa¨ªses clave para la estabilidad regional (M¨¦xico, Pakist¨¢n, Tailandia, Nigeria) y contribuye a que se banalice la violencia ante un Estado impotente. Incluso gigantes emergentes como India y Brasil ven amenazado su progreso por las rutas del narcotr¨¢fico. Los logros de lustros de mejor gobierno y desarrollo econ¨®mico est¨¢n en peligro.
Habr¨ªa que tratar a los pa¨ªses productores y de tr¨¢nsito como v¨ªctimas y no como sospechosos
Seg¨²n datos de Naciones Unidas, el porcentaje de la poblaci¨®n mundial que ha usado drogas ilegales se ha mantenido estable en los ¨²ltimos 10 a?os, a pesar de todos los esfuerzos para su reducci¨®n. Los efectos colaterales en los pa¨ªses de producci¨®n y tr¨¢nsito, en cambio, han empeorado sensiblemente. La estrategia global contra el narcotr¨¢fico no est¨¢ acabando con ¨¦l, simplemente desplaza el problema hacia pa¨ªses cada vez m¨¢s vulnerables. Ante fracasos como el de Afganist¨¢n, que se ha convertido en el mayor productor mundial de hero¨ªna ante los ojos de la OTAN, se impone un cambio de estrategia.
Con pa¨ªses pioneros en legalizaci¨®n (Holanda) y descriminalizaci¨®n (Portugal), y otros totalmente en contra, la UE ser¨ªa un buen espacio para entablar un debate que tenga en cuenta la globalidad del fen¨®meno. No hay consenso interno sobre el trato penal a la posesi¨®n y uso de drogas, pero no por ello hay que renunciar a cambiar una pol¨ªtica fracasada. Se podr¨ªa empezar por tratar a los pa¨ªses productores y de tr¨¢nsito, y a sus ciudadanos, como v¨ªctimas, no como sospechosos. Apoyarles cuando decidan adoptar estrategias distintas a las que les est¨¢n sumiendo en una espiral de violencia, a¨²n cuando no obedezcan a la ortodoxia prohibicionista impulsada por Estados Unidos. Diferenciar la estrategia de lucha entre las distintas drogas, no s¨®lo seg¨²n el riesgo que presentan a la salud humana (no es lo mismo la marihuana que la hero¨ªna), sino tambi¨¦n entre las de origen vegetal (coca¨ªna y hero¨ªna), que deben recorrer medio mundo hasta llegar a sus consumidores por rutas ilegales que sirven a todo tipo de tr¨¢ficos il¨ªcitos, y las sint¨¦ticas, que se fabrican cerca del consumidor. Y asumir la responsabilidad de Europa en seguir alimentando este pernicioso negocio ilegal por incapacidad de gestionar de otro modo su problema de salud p¨²blica.
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