Vaya par
La justicia americana es muy peliculera. Tanto, que el joven estafador Frank Abagnale consigui¨® aprobar el examen que permite ejercer la abogac¨ªa en Estados Unidos gracias a empaparse durante horas de la jerga jur¨ªdica con la que estaba salpicada la c¨¦lebre serie de Perry Mason. Aprendi¨® los t¨¦rminos y la coreograf¨ªa, el tono, la manera de acorralar al acusado. A su vez, otra pel¨ªcula, Catch me if you can, cont¨® la historia de este h¨¦roe de la estafa, este Houdini maestro de la falsificaci¨®n de cheques que se pas¨® la juventud huyendo del FBI hasta que acab¨® redimi¨¦ndose y trabajando para los servicios de inteligencia. Una gran historia que solo pod¨ªa tener un rostro, el de Leonardo DiCaprio. La justicia americana es tan peliculera que no sabemos qu¨¦ ser¨ªa del cine de los yanquis sin las historias de juicios. Tambi¨¦n es posible que los abogados de hoy hayan aprendido, como el ladr¨®n Abagnale, a defender, a acusar y a pactar imitando a los grandes actores, Raymond Burr, DiCaprio, Spencer Tracy, Gregory Peck, Charles Laughton, Harrison Ford, Paul Newman; en fin, a?adan ustedes los que quieran. Por suerte, los guionistas tienen en la realidad, m¨¢s que una fuente de inspiraci¨®n, una plantilla sobre la que calcar, porque, repito, la justicia americana es tan peliculera que cuando aparec¨ªan, casi a diario, las cr¨®nicas sobre el juicio O. J. Simpson, al lector le parec¨ªa estar siguiendo una serie m¨¢s que una pieza period¨ªstica. Para el ciudadano americano, el hecho de pactar mediante dinero o declaraciones de culpabilidad puede resultar en ocasiones injusto, pero entiende que se trata de una pr¨¢ctica com¨²n. Esta semana, el d¨²o Urdangarin-Torres nos ofrec¨ªa un nuevo episodio de esta serie que s¨²bitamente est¨¢ tomando tintes peliculeros: el duque, aquel hombre demacrado que fue a los tribunales para defender su honorabilidad, le ofrec¨ªa al juez dinero y culpabilidad a cambio de no ir a la c¨¢rcel. Hab¨ªa otra raz¨®n que la prensa ha filtrado: sacrifica su inocencia para no perjudicar a su familia pol¨ªtica. No sabemos cu¨¢l de las dos razones es m¨¢s poderosa para el yerno, si la libertad o esa lealtad de ¨²ltima hora a su suegro. Por su parte, el exprofesor, examigo, exsocio del yerno amenaza con poner sobre la mesa del juez mensajes en los que se probar¨ªa el consentimiento del Rey a los negocios del que fuera un hijo pol¨ªtico ejemplar. Sea como fuere, ya no hay manera de reconducir este turbio serial. Espa?a no es Am¨¦rica. Ni el concepto de la justicia es el mismo. Dicen quienes saben que es una pr¨¢ctica relativamente com¨²n que los empresarios corruptos se libren de la c¨¢rcel devolviendo el dinero. Yo no lo s¨¦. S¨¦, en cambio, que me resultar¨ªa extra?o, ajeno y, a¨²n m¨¢s importante, injusto. Ofrece al ciudadano la idea de que con dinero se puede comprar la inocencia. Peor todav¨ªa, que con dinero la justicia puede aceptar el compromiso de ignorar una informaci¨®n que a estas alturas, gracias a la amenaza mafiosa de uno de los acusados, est¨¢ en boca de todo el mundo. Uno se retrata en la vida por los amigos que tiene, tambi¨¦n por los socios. En este caso, los miembros de este inseparable t¨¢ndem se han retratado como el amigo y el socio al que cualquier persona sensata jam¨¢s se deber¨ªa arrimar: en primer lugar, el duque neg¨® cualquier responsabilidad y carg¨® el posible delito sobre los hombros del hombre que le ense?¨® a hacerse rico; a esta velada acusaci¨®n, el afectado respondi¨® amenazando con salpicar de mierda a la familia del socio, la misma que les serv¨ªa de tarjeta de presentaci¨®n en sus negocios gaseosos.
Mal arreglo tiene la cosa. No supieron ser honrados empresarios ni tampoco han sabido ser honorables acusados. Pero lo extraordinario es que a personajes tan correosos no les pusieran l¨ªmite ni el Rey, ni sus asesores, ni el Gobierno, ni los Ayuntamientos ni las comunidades aut¨®nomas que contribuyeron a su enriquecimiento. Quisiera una pensar que esto pertenece a una ¨¦poca pasada en la que aquello del ¡°no sabe con qui¨¦n est¨¢ usted hablando¡± era moneda de cambio, aunque estremece pensar que Espa?a es un pa¨ªs tolerante con los delitos de corrupci¨®n. Al menos, los votos no parecen verse afectados por los esc¨¢ndalos. Me temo que con todo aquello que roce a la familia real no se ejerce la misma tolerancia. Desde un primer momento, la opini¨®n p¨²blica se mostr¨® esc¨¦ptica ante la idea de que un yerno del Rey fuera a la c¨¢rcel. El pacto, sea pr¨¢ctica com¨²n o no lo sea, refrendar¨ªa ese escepticismo popular: la justicia, se suele decir, nunca es igual para todos.
El d¨²o Urdangarin-Torres nos ofrece otro episodio de esta serie que tiene tintes peliculeros
Somos un pa¨ªs pedestre, menos peliculero, m¨¢s prosaico. Nuestros jueces son menos actores que los jueces americanos, nuestras pel¨ªculas de juicios despiden menos brillo. Es como si nuestra realidad se impusiera con toda su crudeza y no permitiera ser traducida a la ficci¨®n. La historia del deportista que enamor¨® a una princesa y malbarat¨® su privilegiada condici¨®n dar¨ªa para una gran pel¨ªcula que, probablemente, no sabremos hacer. No solo porque nos falte la bendita tradici¨®n del realismo que aqu¨ª consigue elevar la peripecia de cualquier idiota a una condici¨®n heroica; no es solo eso, es que tenemos otra idea de la justicia, menos ¨¦pica, desde luego, pero m¨¢s igualitaria. Est¨¢ feo que la inocencia tenga un precio.
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