Una revoluci¨®n traicionada
Las esperanzas de Tahrir han ido desvaneci¨¦ndose, sustituidas por la amarga constataci¨®n de que los nuevos faraones surgir¨¢n de alguna de las dos fuerzas reaccionarias cl¨¢sicas del valle del Nilo: militares e islamistas
No hay revoluci¨®n sin contrarrevoluci¨®n y con frecuencia la segunda termina ganando la partida. El 1789 franc¨¦s desemboc¨® en el r¨¦gimen militarista de Napole¨®n y luego en la restauraci¨®n borb¨®nica. Francia no tendr¨ªa una rep¨²blica democr¨¢tica estable y duradera hasta muchas d¨¦cadas despu¨¦s. Ahora la Historia camina m¨¢s deprisa y es de desear que Egipto no precise de tanto tiempo para que se materialicen esos m¨ªnimos de libertad, dignidad y justicia que reclamaban los manifestantes que, en febrero de 2011, lograron derribar a Mubarak. A fecha de hoy, no obstante, aquellas esperanzas de Tahrir han ido desvaneci¨¦ndose, sustituidas por la amarga constataci¨®n de que los nuevos faraones surgir¨¢n de alguna de las dos fuerzas reaccionarias cl¨¢sicas del valle del Nilo: militares e islamistas.
Pobre Egipto. Ayer, en la segunda vuelta de sus primeras elecciones presidenciales libres, ten¨ªa que escoger entre lo malo y lo peor: Ahmed Shafiq, ex primer ministro de Mubarak y candidato de la Junta Militar; y Mohamed Morsi, cabeza de cartel de los Hermanos Musulmanes. No es de extra?ar que millones de egipcios prefirieran ir a refrescarse a las playas de Alejandr¨ªa o las riberas del Nilo. Gane quien gane, Shafiq o Morsi, lo seguro es que no impulsar¨¢ los objetivos de la revoluci¨®n democr¨¢tica, sino una regresi¨®n hacia la primac¨ªa del orden a bastonazos o la interpretaci¨®n m¨¢s rancia de la fe musulmana.
?C¨®mo se ha llegado aqu¨ª? Por la tenacidad, combatividad y poder¨ªo de esas dos fuerzas reaccionarias (milicos y barbudos), por la ingenuidad, divisi¨®n y falta de recursos de los dem¨®cratas de Tahrir y, dig¨¢moslo tambi¨¦n, por la pasividad de Estados Unidos y Europa. Sea por nostalgia de una autocracia que le resolv¨ªa no pocos problemas, sea por ensimismamiento en sus graves apuros econ¨®micos y financieros, Occidente no se ha mojado a la hora de impulsar la democracia egipcia.
La contrarrevoluci¨®n comenz¨® al d¨ªa siguiente de la ca¨ªda de Mubarak cuando, felices y exhaustos, los manifestantes abandonaron Tahrir y confiaron en la promesa democr¨¢tica de la Junta Militar que reemplaz¨® al rais. Esa Junta, dirigida por el mariscal Tantaui y compuesta por colegas de Mubarak, asumi¨® el poder ejecutivo y se dedic¨® a enviar a prisiones castrenses a miles de opositores laicos y dem¨®cratas. En paralelo, convoc¨® elecciones legislativas ¡ªlas del pasado oto?o¡ª y presidenciales ¡ªlas de ahora¡ª sin que existiera ninguna nueva Constituci¨®n democr¨¢tica.
Mientras segu¨ªan en sus puestos los militares, los polic¨ªas, los jueces y los empresarios del r¨¦gimen, los Hermanos Musulmanes capitalizaban en las urnas de las legislativas su prestigio de gente honesta y benefactora de los pobres que hab¨ªa sido cruelmente perseguida por el rais. Tras esos comicios, hubo un momento en que parec¨ªa que militares y barbudos pod¨ªan entenderse para marginar a los revolucionarios de Tahrir y repartirse el poder. No ha sido as¨ª. El choque frontal de trenes entre unos y otros se ha producido con estas presidenciales. Olvidando sus promesas de no presentar candidatos, la Junta Militar y los Hermanos Musulmanes han avanzado a sus peones, Shafiq y Morsi. Esos dos ganaron la primera ronda porque, entre otras cosas, el voto de laicos, dem¨®cratas, socialdem¨®cratas e islamistas de nuevo cu?o se reparti¨® entre otros candidatos.
Antes de esta segunda vuelta, en un movimiento autoritario con tufillo de golpe de Estado, un tribunal de la era de Mubarak disolvi¨® el Parlamento surgido de las elecciones de oto?o, donde Hermanos Musulmanes y salafistas eran mayoritarios y le regal¨® el poder legislativo a la Junta Militar. Todo se conjura, pues, para que el inmediato porvenir de Egipto sea a¨²n m¨¢s tormentoso.
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