Atando cabos: Obama piensa en un plan Marshall
En el ¨²ltimo tramo de la carrera presidencial, la gran batalla por el crecimiento a ambos lados del Atl¨¢ntico es probablemente el ¨²ltimo cartucho que le queda al presidente de EEUU
Atar cabos: esto es lo que parece haber hecho el presidente Obama en ese emplazamiento tur¨ªstico de la baja California mexicana del mismo nombre, que ha congregado a los l¨ªderes mundiales del G-20. A las consignas m¨¢s Europa, m¨¢s crecimiento, el mandatario norteamericano ha vinculado ¨¦sta otra: m¨¢s Estados Unidos. Resultaba obligado que, pasados cinco a?os de la explosi¨®n financiera de las hipotecas basura, las burbujas, y las malas pr¨¢cticas bancarias, los dos epicentros de la crisis, Estados Unidos y Europa, se hayan hablado de frente, y lanzado un mensaje firme en presencia del resto de las grandes econom¨ªas mundiales.
A medida que se agotaba el tiempo de vida del euro, se hac¨ªa tanto m¨¢s necesario escenificar un camino para la recuperaci¨®n global que calmase el temor y la indignaci¨®n de asi¨¢ticos, latinoamericanos, ¨¢rabes y africanos. De pronto, en Los Cabos han cobrado todo su sentido los encuentros de los dos ¨²ltimos a?os de la Secretaria de Estado, Hillary Clinton, y el Secretario del Tesoro, Tim Geithner, con los jefes de gobierno europeos, el Eurogrupo, el presidente del Consejo Europeo, Van Rompuy, o el Comisario Barroso; y tambi¨¦n las reiteradas aunque prudentes admoniciones de Obama a la canciller alemana. Las reuniones de Obama con Merkel y con el resto de ¡°la banda de los cuatro¡± de la moneda ¨²nica ¡ªHollande, Monti y Rajoy¡ª representan dicha escenificaci¨®n y marcan un punto de inflexi¨®n que europeos y norteamericanos deber¨ªan aprovechar en los pr¨®ximos meses.
La ambici¨®n de Sarkozy de un ¡°fin del capitalismo¡± qued¨® definitivamente enterrada el pasado noviembre en otro enclave tur¨ªstico de lujo: Cannes. Entonces, otro coletazo de la crisis griega, con el primer ministro griego Papandreu en primer plano, secuestr¨® la atenci¨®n de todos dejando en segundo plano casi todo lo dem¨¢s ¨C las discusiones sobre la armonizaci¨®n de los tipos de cambio; la agenda del desarrollo; o las reformas de las instituciones, especialmente el Fondo Monetario Internacional. Desde Cannes tenemos ya una certeza: no habr¨¢ un paso adelante en la gobernanza global sin antes resolver el problema europeo. A estas alturas de esta alucinante pel¨ªcula, ya no nos duele siquiera que la UE haya reaparecido en la escena global por la puerta de atr¨¢s: todos tienen claro que la ca¨ªda del euro y de la Uni¨®n Europea ser¨ªa tan destructiva como, digamos, un derrumbe del gigante chino.
La crisis del euro ha tenido al menos la extravagante virtud de recuperar el dramatismo entre EE UU y Europa. Con la excepci¨®n de la guerra de Irak (2003) los dos socios estaban sumidos o bien en el tedio de la burocracia, o bien en la discreci¨®n de los foros empresariales. EE UU y la UE eran hasta el estallido de la crisis como un matrimonio cansado cuyos c¨®nyuges se dedican m¨¢s a mirar a los nuevos transe¨²ntes que pasan por su lado ¡ªChina, Brasil, India, Turqu¨ªa¡ª que a comunicarse entre ellos.
Es pronto para saber si ambos socios transatl¨¢nticos acompasar¨¢n el paso a partir de ahora. Pero no resultar¨ªa descabellado que Obama pensara en un Plan de Crecimiento conjunto de las dos econom¨ªas m¨¢s integradas del planeta, que re¨²nen los mayores flujos de Inversi¨®n Extranjera Directa del mundo, y suman m¨¢s de 15 millones de empleos y m¨¢s del 54% del PIB mundial. Agotada su paciencia, y en v¨ªsperas del ¨²ltimo tramo de la carrera presidencial de las elecciones del 2 de noviembre, Obama podr¨ªa dar la gran batalla por el crecimiento: probablemente es el ¨²ltimo cartucho que le queda en casa, donde una tasa de desempleo del 8,2% oscila peligrosamente a causa en parte de los vientos del otro lado del Atl¨¢ntico, sin que se sepa a¨²n si va a caer hacia delante, o retroceder. Es en el l¨ªmite de su mandato cuando se est¨¢ produciendo una constelaci¨®n de al menos tres factores propicios para dar ese paso adelante.
Primero, la reciente transici¨®n europea ¡ªacelerada por el triunfo de Fran?ois Hollande en Francia¡ª desde la inflexible austeridad, a pol¨ªticas neokeynesianas de est¨ªmulo m¨¢s parecidas a las practicadas por Washington desde que estall¨® la burbuja para sortear la recesi¨®n. Pol¨ªticas m¨¢s resolutivas con los grandes bancos, con un desempe?o decidido de la Reserva Federal ¡ªlos pol¨¦micos quantitative easing para la liquidez, por valor de m¨¢s de tres trillones de d¨®lares¡ª y favorecedoras de la inversi¨®n y el empleo.
En segundo lugar, est¨¢ la constataci¨®n de que un derrumbe del euro, y su consiguiente tsunami pol¨ªtico posterior, podr¨ªa complicarle a¨²n m¨¢s la reelecci¨®n en noviembre frente a Mitt Romney. Ciertamente, los republicanos no le pondr¨¢n f¨¢cil esa opci¨®n, despu¨¦s de que el verano pasado casi hacen colapsar el pa¨ªs por negarse a subir el techo de la deuda, que hoy ya alcanza 16 trillones de d¨®lares. Pero posiblemente el presidente tiene m¨¢s que perder si no lo hace ¡ªes decir, si no hace nada¡ª que si lo pone encima de la mesa.
Finalmente, la impaciencia creada en torno el G-20 por conseguir resultados concretos es considerable: a¨²n resuenan en las conciencias de los mandatarios del G-20 en Pittsburgh en Septiembre de 2009 las promesas de un crecimiento mundial sostenible y fuerte.
A decir del economista Paul Krugman, el gran plan por el empleo presentado en septiembre de 2011 habr¨ªa supuesto una contraofensiva de la Administraci¨®n Obama hacia los republicanos obstruccionistas del Tea-party, tras la derrota en las mid-term de noviembre de 2010. Si ello es cierto, esta idea, a pesar de estar bloqueada en el Congreso, podr¨ªa retomarse y convertirse en un ariete electoral en la pol¨ªtica dom¨¦stica, al tiempo que Obama retoma un cierto liderazgo global para EE UU en la salida de la crisis.
Si Obama intuye que su futuro pol¨ªtico pasa por ah¨ª, la jugada est¨¢ clara: conectar los programas masivos de inversi¨®n en infraestructuras, energ¨ªas limpias o por el empleo verde (y no verde) en suelo estadounidense, con los que est¨¢n reclamando las voces m¨¢s federalistas en Europa para los pa¨ªses en dificultades. Si ese programa adquiere una forma global, entonces veremos a Norteam¨¦rica ejercer una presi¨®n tremenda sobre Alemania en los pr¨®ximos d¨ªas y semanas, y con posible respaldo desde la Fed, poner de relieve las propuestas de Hollande (pronto, de Merkollande), a d¨ªa de hoy todav¨ªa ut¨®picas, de dotar al Banco Central Europeo de capacidad de compra masiva de bonos en los mercados primario y secundario de los pa¨ªses europeos; o al Mecanismo Europeo de Estabilidad, de capacidad de inyecci¨®n directa en los bancos. Antes de dejar su futuro pol¨ªtico en manos de Merkel, Obama se ha visto obligado a poner el futuro de Merkel en las suyas.
Lo cierto es que, si hace poco todav¨ªa dud¨¢bamos de la sinceridad norteamericana respecto a su apoyo al proyecto de la UE ¡ªla mayor¨ªa del establishment pol¨ªtico norteamericano ha sido siempre pasivamente euroesc¨¦ptico¡ª, en el ¨²ltimo a?o hemos escuchado de labios de los responsables de esta Administraci¨®n las llamadas m¨¢s apasionadas a la uni¨®n pol¨ªtica, fiscal, y bancaria de Europa. Una ret¨®rica y un compromiso tales como no se escucharon siquiera durante la segunda guerra mundial del siglo pasado, en tiempos de los presidentes Franklin Delano Roosvelt y Harry Truman. Llegados a este punto, resulta inevitable fantasear con el pasado y ver en el Plan de Acci¨®n aprobado por el G-20 en Los Cabos, el viejo esp¨ªritu benefactor de un gran Plan Marshall para el Crecimiento; pero esta vez no circunscrito s¨®lo a Europa, sino extensible a EEUU y al resto de econom¨ªas. Norteam¨¦rica, a pesar de estar tocada por la crisis; a pesar de su polarizaci¨®n pol¨ªtica; del fracaso en poner en marcha hasta el momento grandes inversiones productivas; o la timidez en las reformas sanitaria o educativa, tiene en su mano algo de lo que Europa carece a¨²n: un Gobierno y un Banco Central a la manera de potentes medicinas que, si bien no curan del todo, al menos alivian el dolor y dan confianza al enfermo para levantarse de la cama.
Inevitablemente, en una situaci¨®n de enorme tensi¨®n como la actual, la m¨²sica ambiente de estos d¨ªas recuerda a otras del pasado, cuando toda una generaci¨®n vio los destinos de Am¨¦rica y Europa converger hacia un mismo punto estrat¨¦gico. Esa m¨²sica es la del Plan de Reconstrucci¨®n para Europa, conocido como el Plan Marshall , anunciado solemnemente hace sesenta y cinco a?os en la Universidad de Harvard, un 5 de Junio de 1947, apenas dos a?os de terminada la conflagraci¨®n que devast¨® por segunda vez el continente. Entonces, la Administraci¨®n de Truman actu¨® movida fundamentalmente por el temor a la expansi¨®n del comunismo encarnado por Stalin: un miedo que se combin¨® felizmente con los intereses de las empresas norteamericanas en reactivar el mercado europeo, as¨ª como con la obligaci¨®n pol¨ªtica de completar el trabajo que EE UU hab¨ªa empezado al intervenir en la guerra contra la Alemania de Hitler.
?Cu¨¢nto necesita hoy Europa para reconstruirse, financiera, econ¨®mica y socialmente? Probablemente bastante m¨¢s que los 13.000 millones de d¨®lares en pr¨¦stamos y subvenciones puestos a disposici¨®n de los pa¨ªses europeos entre 1947 y 1952, una cantidad equivalente hoy a unos 100.000 millones de d¨®lares; o, medido como un 0,5 % del PIB de EE UU, unos 200.000 millones de d¨®lares. Pero como nos recuerda Tony Judt en su obra Posguerra, el efecto m¨¢s positivo de aquel plan fue psicol¨®gico, porque devolvi¨® a los europeos la confianza perdida y dio un respiro a las econom¨ªas deprimidas del continente, proporcionando el aliento necesario para retomar su camino. La presi¨®n norteamericana a los europeos para que se coordinaran y abrieran sus econom¨ªas, facilit¨® las v¨ªas hacia la integraci¨®n cuando con el Plan Schuman de 1951 se sentaron las bases de la Comunidad del Carb¨®n y del Acero (CECA).
En el momento actual, un plan trans-continental de esp¨ªritu similar, coordinado con Europa, y vehiculado, entre otras instancias, a trav¨¦s del Banco Europeo de Inversiones, podr¨ªa tener un efecto multiplicador en la integraci¨®n de pol¨ªticas econ¨®micas y fiscales, y bancaria, y servir a los pa¨ªses m¨¢s necesitados. Al fin y al cabo, uno de los grandes aciertos del Plan Marshall fue su flexibilidad, ya que B¨¦lgica, Alemania, Francia o Italia lo aprovecharon cada uno a su ritmo y manera. Pero, entre todas las diferencias con 1947, hay una ventaja esencial: despu¨¦s de sesenta y cinco a?os, el grado de uni¨®n pol¨ªtica acumulado en Europa es inmensamente mayor hoy que entonces.
Salvando todas las distancias, Los Cabos podr¨ªa ser el punto de arranque para pensar en un plan de este tipo. Uno de los grandes m¨¦ritos de Obama consiste en haber roto frontalmente con el unilateralismo de su antecesor George W. Bush, y en haberse dado cuenta de que los grandes problemas ¡ªen las finanzas, el medioambiente, la seguridad, sociales incluso¡ª no pueden resolverse solamente por la acci¨®n o la voluntad de EE UU, sino que precisan de una concertaci¨®n estrecha con el conjunto de Europa as¨ª como con las econom¨ªas emergentes, y que el mundo en que EE UU hac¨ªa y deshac¨ªa a su antojo no volver¨¢.
Hasta el mismo momento de la posibilidad real de la salida de Grecia del euro, el Presidente tuvo muy presente la urgencia de concertaci¨®n con China; pero no tanto con Europa. ?Pod¨ªa imaginar Obama al principio de su mandato que esa misma Uni¨®n Europa de veintisiete mandatarios ansiosos por estrecharle la mano, que tanto le aburr¨ªa y produc¨ªa dolor de cabeza ¨C y que le llev¨® a anular aquella cita transatl¨¢ntica de Madrid en mayo de 2010 donde le esperaba el presidente espa?ol Rodr¨ªguez Zapatero -, ser¨ªa solo dos a?os despu¨¦s el centro de toda su atenci¨®n? Seguramente no. Hay grandes paradojas en torno a todo esto. Una es que, visto desde el continente, Obama, por su visi¨®n multilateral, su lenguaje de poder blando, y actitud negociadora, es quiz¨¢ el m¨¢s ¡°europeo¡± de cuantos presidentes ha habido de EE UU, junto a Bill Clinton; pero es tambi¨¦n el que hasta ahora consideraba a Asia, y al Pac¨ªfico de su Hawai natal, como el lugar donde Am¨¦rica se juega su futuro. Otra paradoja no menor con la que se cierra el primer mandato de Obama es que, sin haber entendido realmente la idiosincrasia europea ¡ªsiempre a medio camino entre estados-naciones y Federaci¨®n¡ª, y sin haber reconocido lo bastante la responsabilidad de Wall Street en la crisis global por sus hipotecas basura, al mismo tiempo este Presidente ha acabado por presionar como nadie en la historia reciente a favor de la integraci¨®n y la superaci¨®n del estancamiento en el viejo continente.
Resulta ir¨®nico constatar que una vez m¨¢s, EE UU tendr¨ªa la capacidad de propiciar un completo giro de Europa. Es quiz¨¢ un signo, no menor, de que, por encima de China, Brasil o Rusia, Norteam¨¦rica a¨²n conserva una especie de singular primac¨ªa entre todas las potencias. Por su parte, Europa sale de Los Cabos algo menos ensimismada y algo m¨¢s unida: el roce con EE UU le vuelve a dar un cierto sentido hist¨®rico, de misi¨®n. Para el G-20, que ha enfermado transitoriamente de ¨¦xito por querer solucionarlo todo al mismo tiempo, puede suponer una ocasi¨®n de apuntarse un tanto; en definitiva, la demostraci¨®n de que, como en el pasado, a¨²n queda espacio para los grandes consensos. Pero, claro est¨¢, todo lo anterior es s¨®lo una posibilidad. El tiempo funciona tambi¨¦n aqu¨ª como el gran igualador: a Obama, a Europa y al G-20 se les est¨¢ agotando el suyo.
El presente texto pertenece en parte al ensayo de su autor, de pr¨®xima aparici¨®n:
Sue?os de Obama: Estados Unidos y la primac¨ªa global
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