Dios para despu¨¦s de un secuestro
La exsenadora colombiana estudia teolog¨ªa y griego en Oxford, cuatro a?os despu¨¦s de su secuestro por las FARC. Su desplome pol¨ªtico y aislamiento personal se fraguaron hace cuatro a?os, cuando reclam¨® al Estado m¨¢s de cinco millones de euros por las supuestas responsabilidades oficiales en su secuestro por la guerrila de Colombia
El desplome pol¨ªtico y el aislamiento personal de la exsenadora franco-colombiana Ingrid Betancourt se fraguaron hace cuatro a?os, cuando cometi¨® la torpeza de reclamar al Estado colombiano m¨¢s de cinco millones de euros por las supuestas responsabilidades oficiales en su secuestro por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). La querellante, que estudia teolog¨ªa y griego antiguo en Oxford y reflexiona sobre la condici¨®n humana, recobr¨® la libertad, vendi¨® millones de libros y productores de campanillas quieren una pel¨ªcula, pero Betancourt perdi¨® el cari?o de la mayor¨ªa de sus compatriotas, incapaces de entender su sablazo al Estado. Se desdijo ¡ª¡°era una cantidad simb¨®lica¡±¡ª, pero el aborrecimiento hab¨ªa cobrado vida propia.
Liberada en julio de 2008 tras seis a?os de cautividad, esta mujer resolutiva y valiente transit¨® en cuesti¨®n de d¨ªas del cielo al infierno: de la apoteosis de Par¨ªs, Nueva York, Madrid y Roma al olvido y la malquerencia en Colombia. Glorificada con la Legi¨®n de Honor en Francia y el Premio Pr¨ªncipe de Asturias a la Concordia en Espa?a, fue uncida con los ¨®leos de la santidad en una audiencia privada del papa Benedicto XVI, y nada parec¨ªa interponerse en su previsible carrera hacia la presidencia de Colombia. Los monaguillos de la excarcelada levitaban de emoci¨®n imagin¨¢ndose en palacio. Pero los errores de c¨¢lculo, la propensi¨®n a la altivez y los claroscuros de la ordal¨ªa demolieron su popularidad. Necesit¨® de ayuda para reconstruirse emocionalmente.
El secuestro m¨¢s medi¨¢tico de la historia hiri¨® de muerte su matrimonio. Lejos de abrazar a su marido con la pasi¨®n supuestamente acumulada durante seis a?os de ausencia, el d¨ªa del reencuentro le salud¨® glacialmente, como si se hubieran despedido un d¨ªa antes. Apenas esboz¨® una sonrisa cuando Juan Carlos Lecompte, perplejo, se atrevi¨® a darle un beso en la mejilla, que ella no devolvi¨®. Siempre abrazada a su madre, solt¨® un brazo para acariciar superficialmente el ment¨®n de su esposo y decirle sin alegr¨ªa ni emoci¨®n: ¡°?Qu¨¦ hay de nuevo, Juaqui?¡±. Despu¨¦s le palme¨® la mejilla con flojera y no hubo m¨¢s. Aquella noche fue de separaci¨®n de almas y cuerpos. Dos a?os despu¨¦s se divorciaron.
Su imagen se deterior¨® cuando reclam¨® cinco millones de euros de indemnizaci¨®n por los seis a?os de cautividad
Los fastos de la liberaci¨®n entraron en sordina tras el aldabonazo de la demanda contra el Estado. Ingrid se vino abajo. Ahora se siente espiritualmente cambiada, inmersa en una transformaci¨®n de valores, pero mortificada todav¨ªa por las secuelas del martirio. Volcada en la introspecci¨®n, reforzada su devoci¨®n a la Biblia y los salmos, conserva los buenos amigos del patriciado. Puede escribir en el aislamiento de una casa alpina si le apetece, viaja a Par¨ªs y Nueva York, y ahora reside en la ciudad brit¨¢nica de Oxford para abismarse en el estudio de la divinidad y el griego del siglo IV antes de Cristo. Su actual itinerario, lejos de Bogot¨¢, sintoniza con el perfil de una persona habituada al desconchado de langostinos con herramienta de plata y proclive a la sofisticaci¨®n de la Quinta Avenida neoyorquina.
¡°La gente de Colombia tiene el coraz¨®n muy duro¡±, se quej¨®. Millones de colombianos lo endurecieron al conocer que la mujer nacida entre algodones y fragancias, la hija de un embajador ante la Unesco y una reina de belleza, la adolescente educada junto a la torre Eiffel y la British School, la activista llena de irreverencia y frescura que repart¨ªa condones contra la indecencia parlamentaria, hab¨ªa pedido una reparaci¨®n multimillonaria a la Hacienda p¨²blica, a cargo del contribuyente. Fue crucificada sin piedad en encuestas y foros.
Es dulce y serena, tiene las heridas curadas, pero cicatrices a¨²n frescas, coment¨® el escritor Faciolince
De poco le sirvi¨® la creaci¨®n de una fundaci¨®n sobre derechos humanos, y conmovi¨® lo justo el testimonio de su calvario, recogido en el libro No hay silencio que no termine. No impresion¨® en su pa¨ªs tanto como en Europa o Estados Unidos, porque cientos de compatriotas secuestrados hab¨ªan divulgado antes sus propias torturas y porque el horror se turn¨® con el espanto en la Colombia de los ¨²ltimos cuatro decenios. No hubo forma de levantar la imagen de una mujer que convalece de una enfermedad incurable: el rencor nacional.
El escritor colombiano H¨¦ctor Abad Faciolince quiso conocerla, descubrir si era la bruja que dec¨ªan o el ser humano profundo que adivin¨® leyendo su libro, redactado en un refugio de monta?a, solo visitada por el llanto y las evocaciones angustiosas. ¡°Es la segunda persona: dulce y serena, inteligente y adolorida, con las heridas curadas, pero con cicatrices todav¨ªa frescas¡±, concluy¨®. Intelectualmente ¨¢gil y seductora, Ingrid Betancourt abraz¨® un discurso purificador, humilde, una hoja de ruta contraria a los a?os de la jactancia. La suspicacia duda de su catarsis: ¡°Ella es como es. Lo que ocurre es que sigue en horas bajas¡±. Impelida por el atolondramiento y la ambici¨®n, la excandidata presidencial del partido Ox¨ªgeno Verde en las elecciones de 2002 se adentr¨® en territorio de las FARC, y aquello fue como robar a un borracho: ella y su directora de campa?a, Clara Rojas, fueron secuestradas.
¡°?Por qu¨¦ no me par¨® el Ej¨¦rcito si era tan peligroso?¡±, se pregunt¨® en una entrevista con la revista Bocas. Probablemente no hubieran podido porque siempre fue tozuda y necesitaba del atajo medi¨¢tico. La temeridad le cost¨® cara, pero pocos podr¨¢n negarle coraje en la denuncia de la corrupci¨®n y cobard¨ªa entre los pol¨ªticos colombianos. Ingrid a¨²n se duele del castigo, le cuesta sobrellevar las distorsiones o mentiras sobre su secuestro, la bilis vertida en Colombia cuando pidi¨® los cinco millones, y la inquina de quienes redujeron su trayectoria pol¨ªtica al capricho de una ni?ata afrancesada y consentida. ¡°Otros secuestrados por las FARC tambi¨¦n pidieron la indemnizaci¨®n¡±, dijo.
Pero ninguno de ellos ten¨ªa las connotaciones de Betancourt, ni sus historias fueron superventas, ni captaron la atenci¨®n de las productoras de Steven Spielberg y Clint Eastwood. El dinero y el negocio son ingredientes importantes en este v¨ªa crucis de sufrimiento, mezquindad y ego¨ªsmo. A caballo del tir¨®n de la protagonista se prepararon libros, pel¨ªculas y cuentas bancarias. Escribieron el suyo Betancourt, Rojas y los tres estadounidenses que las acompa?aron durante el cautiverio. El doliente exmarido, un ¨¢guila, fue al copo: dos libros y una pel¨ªcula.
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