¡°Otra vez lo mismo...¡±
Solo el 3% de los electores de Estados Unidos no se han decidido todav¨ªa entre Obama y Romney ante las presidenciales del 6 de noviembre
La mayor¨ªa de los estadounidenses que vieron el primero de la serie de tres debates presidenciales el mi¨¦rcoles entre Barack Obama y Mitt Romney lo hicieron como si estuvieran presenciando un partido de b¨¦isbol. O, mejor, un combate de boxeo. En el sentido de que ya sab¨ªan por qui¨¦n iban a votar y lo que les interesaba era ver si su candidato preferido ser¨ªa capaz de dar un golpe KO o, si no, de ganar por puntos. Solo una peque?a minor¨ªa no se ha decidido todav¨ªa y ellos ¡ªsiguiendo con la met¨¢fora pugil¨ªstica¡ª son los verdaderos jueces de la contienda; ellos fueron la reducida audiencia a la que los dos contrincantes principalmente se dirig¨ªan.
Lo confirmaron el d¨ªa despu¨¦s del debate los expertos de The New York Times. Citando la encuesta m¨¢s reciente hecha para el respetable Cooperative Campaign Analysis Project (Proyecto de An¨¢lisis de Campa?a Cooperativa), el diario se?al¨® que apenas el 3% de los votantes en las elecciones del 6 de noviembre todav¨ªa no saben por qui¨¦n se inclinar¨¢n. Un 3%, por cierto, que los estudiosos en el tema identifican como gente poco interesada en la pol¨ªtica.
Entonces, ?qu¨¦ respuestas buscan los indecisos que se toman la molestia de encender el televisor para ver un debate presidencial? ?Qu¨¦ oyen? Quiz¨¢ no mucho. El reportero Jack Shafer, veterano de Washington, escribi¨® esta semana en Reuters.com que ¡°la mejor¡ forma de ver los debates presidenciales es con el sonido apagado¡±. Quiz¨¢ exageraba un poco pero lo que ven¨ªa a decir era que no solo los indecisos sino un alto porcentaje de los telespectadores que ya saben por qui¨¦n van a votar no presta atenci¨®n, en primer lugar, al torrente de estad¨ªsticas econ¨®micas que los candidatos suelen presentar (como decididamente fue el caso en el debate del mi¨¦rcoles) ni a sus detallados argumentos para resolver los problemas de la salud p¨²blica. M¨¢s impacto tiene el mensaje subliminal que les transmite el lenguaje corporal de los candidatos, c¨®mo gesticulan, c¨®mo y cu¨¢nto y cu¨¢ndo sonr¨ªen, incluso c¨®mo se visten.
Esto no significa ni frivolizar ni restarle importancia al impacto que tiene la situaci¨®n econ¨®mica en un resultado electoral estadounidense. (¡°Es la econom¨ªa, ?est¨²pido!¡±, como dec¨ªan los asesores de Bill Clinton en la campa?a presidencial de 1992). La pol¨ªtica exterior tambi¨¦n puede tener su peso, pero bastante menos. Dato revelador: solo el 30% de los estadounidenses poseen pasaportes (contra el 60% de los europeos occidentales). En condiciones como las actuales en las que no existe un claro consenso sobre la culpa que tiene el presidente de los problemas econ¨®micos y en las que tampoco hay una crisis en el extranjero que concentre la atenci¨®n del electorado, la percepci¨®n que tiene el p¨²blico de las personalidades de los candidatos cobra especial relevancia.
Cuando yo era corresponsal en Washington en los a?os noventa un amigo periodista me explic¨® el secreto para saber qui¨¦n iba a ganar una elecci¨®n presidencial: el que se parezca m¨¢s a un presentador de programas de concurso en televisi¨®n ser¨¢ el vencedor. El amigo pec¨® de un exceso de cinismo. La gente no es tan superficial. Pero no iba del todo por mal camino. Si uno se fija en las ¨²ltimas nueve elecciones estadounidenses, despu¨¦s de Richard Nixon, ver¨¢ que en todos los casos, salvo uno, gan¨® el que mejor interpretar¨ªa el papel al que se refer¨ªa mi amigo. El granjero sure?o Jimmy Carter al torpe Gerald Ford; el actor campechano Ronald Reagan a Carter; Reagan al fr¨ªo Walter Mondale; el campe¨®n Bill Clinton al estirado George Bush padre; Clinton al duro Bob Dole; el simpaticorro George Bush hijo al pomposo Al Gore; Bush hijo al tieso John Kerry; el carism¨¢tico Barack Obama al desatinado John McCain. La excepci¨®n fue la victoria de Bush padre sobre el concienzudo y ameno Michael Dukakis, que cometi¨® el pecado mortal para un candidato a la Casa Blanca de oponerse a la pena de muerte.
Lo que los votantes quieren es un presidente con el que se sentir¨ªan c¨®modos tomando una cerveza en el sal¨®n de sus casas
Como se ha comentado muchas veces, lo que los votantes quieren es un presidente con el que se sentir¨ªan c¨®modos tomando una cerveza en el sal¨®n de sus casas. (O, en el caso del morm¨®n Romney, un vaso de agua, ya que su religi¨®n proh¨ªbe hasta el t¨¦). M¨¢s importante a¨²n que ser el chico m¨¢s listo de la clase es caer bien, saber conectar con la gente, sea lista o no, sea rica o pobre, blanca o negra. Clinton fue un pol¨ªtico campe¨®n porque, como nadie en la historia reciente, combinaba la brillantez intelectual con una fina sensibilidad populista.
El caso de Carter y Reagan fue especialmente instructivo. Carter fue un presidente sumamente inteligente. En los debates que tuvo con el viejo cowboy hollywoodense no hubo la m¨¢s m¨ªnima duda de cu¨¢l de los dos dominaba mejor los detalles de la econom¨ªa o de la Guerra Fr¨ªa. Pero el momento que m¨¢s se recuerda de aquellos debates de 1980 fue cuando Carter estaba en plan did¨¢ctico profesoral y Reagan le respondi¨®, con una amplia sonrisa, ¡°There you go again¡¡± ¡ª¡°Otra vez lo mismo¡¡±¡ª. En ese momento Reagan se posicion¨® del lado de la mayor¨ªa de los telespectadores y ellos ¡ªmuchos seguramente soltando carcajadas¡ª se identificaron con ¨¦l. Como escribi¨® el legendario columnista James Reston sobre Reagan en aquella ¨¦poca: ¡°La gente le quiere porque es como ellos: afable y m¨¢s interesado en las personas que en los hechos¡±.
Obama no es Reagan, ni Clinton. Es m¨¢s distante. Posee un aire intelectual que incomoda a muchos estadounidenses. Su gran suerte, y la mala suerte de la que se lamentan muchos militantes y simpatizantes republicanos, es que no tiene en su contra a un Reagan, o a un Clinton. Romney proyecta una personalidad rob¨®tica; es, de pies a cabeza, un multimillonario director de empresa, un miembro de la ¨¦lite que intenta reconvertirse, manifiestamente contra natura, en un candidato popular. Gran parte de su reto ahora es lograr a tiempo el cambio de imagen que necesita entre aquel 3% de indecisos. El primer debate, que todos coinciden en que Romney gan¨®, le ha abierto una ventana. Obama tiene dos debates m¨¢s por delante para cerr¨¢rsela en las narices.
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