Alepo se acostumbra a la guerra
Los habitantes de la segunda ciudad de Siria intentan vivir con normalidad entre ruinas
¡°Cuatro o cinco d¨ªas a la semana vamos a la guerra y los otros dos o tres yo estoy aqu¨ª o voy a mi casa¡±, comenta con naturalidad Ahmed Idris, un rebelde del Ej¨¦rcito Libre de Siria (ELS), como si ¡°ir a la guerra¡± varias veces por semana fuera su jornada laboral. Idris, de 25 a?os, y Ghandi al Sabha, de 43, est¨¢n estacionados con su katiba (brigada) en lo que era una escuela en la parte este de Alepo. Mientras sus compa?eros est¨¢n en el frente, ellos descansan, beben caf¨¦ turco y hablan de cantantes italianos y espa?oles. ¡°Julio Iglesias, muy bueno¡±, dice con una sonrisa Al Sabha, quien antes de unirse al ELS trabajaba como dise?ador gr¨¢fico y estudiaba Econom¨ªa.
Idris trabajaba en un negocio mayorista de alimentos. Cae la noche, la escuela est¨¢ a oscuras porque apenas hay electricidad en la ciudad y el sonido de fondo es el de disparos espor¨¢dicos de rifles, morteros y artiller¨ªa. "No s¨¦ cu¨¢ndo acabar¨¢ la guerra", dice Idris con resignaci¨®n, "porque ning¨²n pa¨ªs nos est¨¢ ayudando".
El conflicto en Siria est¨¢ a punto de cumplir 21 meses, se ha cobrado ya m¨¢s de 40.000 vidas, seg¨²n activistas, y Alepo ha vivido algunos de los combates m¨¢s cruentos desde que la guerra llegara a mediados de julio. Pero hace tiempo que las l¨ªneas del frente apenas se mueven. Seg¨²n los rebeldes, en los ¨²ltimos d¨ªas no ha habido bombardeos, aunque los aviones Mig del r¨¦gimen siguen sobrevolando la ciudad a diario.
En esta situaci¨®n, con el foco cada vez m¨¢s puesto en Damasco y Alepo alejada de las noticias, la guerra se ha convertido en la nueva normalidad en esta ciudad, que ten¨ªa m¨¢s de dos millones de habitantes antes del conflicto, era la capital comercial de Siria y cuyo centro hist¨®rico, hoy muy da?ado, es considerado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Familias que huyeron de la violencia est¨¢n regresando a las partes controladas por los rebeldes. El escenario que encuentran no es muy acogedor. Hay zonas en las que todos los edificios han sido devastados y son meros esqueletos en ruinas. En otras calles, tambi¨¦n llenas de escombros, los que quedan en pie est¨¢n agujereados y tienen los cristales rotos, otros est¨¢n medio derruidos, asoman retorcidas las barras met¨¢licas del hormig¨®n armado, el viento hace ondear cortinas atrapadas entre los cascotes. Hace fr¨ªo, llueve y las calles est¨¢n llenas de barro y de basura, que llega a formar peque?as monta?as.
En gran parte de la ciudad no hay electricidad ni agua corriente y tampoco suele haber cobertura de m¨®vil
Escasean el combustible y el aceite para cocinar y para la calefacci¨®n. Y tambi¨¦n el pan, fundamental para la poblaci¨®n. Decenas de personas hacen cola durante horas frente a las panader¨ªas, hombres hacia un lado, mujeres hacia el otro. Los que llegan a la puerta o a la ventana se aprietan y estiran los brazos para intentar dar el dinero. La tensi¨®n es palpable y en una cola surge una pelea a pu?etazos.
En otra a¨²n mayor, un rebelde dispara al aire para alejar a la gente mientras otro los amenaza con un taser, una pistola el¨¦ctrica. En ese momento, llega una furgoneta y de su interior salen varios guerrilleros gritando, vestidos con uniformes militares de buen aspecto, varios con la bandana negra de los islamistas y algunos con la cara tapada. Todos armados con fusiles de asalto AK-47 y, al menos uno, con una enorme ametralladora. La gente se calla, les hace espacio y los islamistas se dirigen hacia el pan. Un anciano que esperaba en la cola los mira negando con la cabeza, los se?ala, imita el gesto de meter el pan en la furgoneta, hace entonces el gesto de llevar un rifle y se encoge de hombros resignado.
Tras la destrucci¨®n del ic¨®nico hospital Dar al Shifa, bombardeado por el r¨¦gimen, cl¨ªnicas repartidas por las zonas controladas por los rebeldes intentan atender a los heridos y enfermos. "Nos hace falta de todo, medicinas y equipamiento", dice uno de los m¨¦dicos de un peque?o centro de urgencias, y empieza a enumerar: "medicamentos para enfermedades cr¨®nicas, para disfunci¨®n renal, soluciones rehidratantes, leche, antibi¨®ticos, anestesia oral, equipamiento para operar¡"
Este doctor era voluntario en el Dar al Shifa y cuenta que cuatro de sus amigos murieron all¨ª. "El r¨¦gimen lo mata todo, y sabe que los m¨¦dicos y los hospitales son muy importantes para los rebeldes". Por motivos de seguridad, el m¨¦dico pide que no se revelen su nombre ni el de la cl¨ªnica ni su ubicaci¨®n.
El d¨ªa siguiente, esta peque?a cl¨ªnica recibe varios heridos, al menos dos de ellos ni?os, causados por un proyectil de mortero que las tropas de El Asad han lanzado a la ciudad desde el aeropuerto. Hay gente que grita de rabia, otros miran en silencio. Cuatro personas han muerto y todas las v¨ªctimas son civiles, seg¨²n los rebeldes.
Pero la normalidad intenta imponerse a pesar de todo. A medida que uno se aleja del frente, hay cada vez m¨¢s tiendas abiertas y m¨¢s puestos en las calles. Durante el d¨ªa, la gente llena las calles, pregunta por precios en las tiendas, pasea, habla, mira hacia el lugar del que llega el sonido del ¨²ltimo disparo, mira hacia el cielo por si pasan aviones. Poco m¨¢s tienen que hacer, en gran parte de la ciudad no hay electricidad ni agua corriente y tampoco suele haber cobertura de m¨®vil.
¡°Apoyo la revoluci¨®n pero sin sangre, sin matar¡±, dice Talal, una mujer que viaja en un minib¨²s. ¡°?Hab¨¦is visto la ciudadela [la ciudad antigua]? Eso era Alepo. Estos d¨ªas¡¡±, contin¨²a con la voz entrecortada, ¡°no lo s¨¦, no puedo hablar¡±, dice finalmente con los ojos llorosos y antes de bajarse del veh¨ªculo.
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