El asesino de Newtown mat¨® a los 20 ni?os en cinco minutos
Adam Lanza, de 20 a?os, us¨® las armas de su madre para matarla en su propia casa antes de dirigirse al colegio
Alrededor de las nueve de la ma?ana del viernes, Adam Lanza inici¨® en su casa de Newtown (Connecticut) su macabra misi¨®n para vengarse del mundo y dejar para siempre su huella en la historia. Ninguna otra raz¨®n m¨¢s precisa se ha encontrado a¨²n para explicar este sangriento episodio en el que perdieron la vida 28 personas y que ha causado una conmoci¨®n particularmente profunda porque 20 de ellas eran ni?os.
Para abundar en la complejidad psicol¨®gica del asesino, su primera v¨ªctima fue su propia madre, Nancy, a la que mat¨® antes de salir del domicilio y, parad¨®jicamente, con las mismas armas que ella hab¨ªa comprado, registrado legalmente y guardado en su hogar con la esperanza, ahora ir¨®nica, de que le sirvieran para proteger la vida de su familia.
Vestido para matar, con ropa de fatigas y chaleco, carg¨® en el coche las armas ¨Cuna pistola Sig Sauer, una Glock y dos fusiles semiautom¨¢ticos de uso militar- y se dirigi¨® a la escuela de primaria Sandy Hook, en el mismo Newtown. ?Por qu¨¦ ese lugar? ?Era esa la fuente de su tormento o, simplemente, un sitio como otro cualquiera para dejar su firma con sangre? ?l fue alumno de ese centro en sus primeros a?os y es posible que todav¨ªa conociera a alguna gente all¨ª. ?Guarda esto alguna relaci¨®n? ?El objetivo de Adam era el entorno de su infancia o alguna disputa m¨¢s reciente? Preguntas sin respuestas todav¨ªa.
Lleg¨® al parking de la escuela en pocos minutos. Cogi¨® los largos cargadores de que dispon¨ªa y se distribuy¨® su poderoso arsenal de la manera m¨¢s c¨®moda para proceder a su trabajo. Lleg¨® a la entrada del recinto antes de las 9.30. Es posible que supiera que, pocos d¨ªas antes, se hab¨ªa instalado en el lugar un sistema de seguridad que cerraba autom¨¢ticamente todas las puertas a las 9.30 en punto y las manten¨ªa as¨ª hasta la hora de la salida.
En todo caso, algo delat¨® sus intenciones y no se le permiti¨® el acceso al edificio principal. Tal vez su indumentaria o la expresi¨®n de su rostro desataron la alarma. Incluso es posible que, resuelto como deb¨ªa de estar a actuar, llevara las armas a la vista, orgulloso de provocar el p¨¢nico con su sola presencia. La polic¨ªa no ha esclarecido la situaci¨®n, pero s¨ª ha confirmado que Adam encontr¨® resistencia al intentar entrar en la escuela. All¨ª, se ensa?¨® con los ni?os, cada uno de ellos recibi¨® varios tiros, seg¨²n explic¨® la polic¨ªa.
Por los relatos de los testigos y, a falta de confirmaci¨®n oficial ¨Cla polic¨ªa contaba con continuar, al menos, durante todo el d¨ªa de ayer recolectando pruebas en las dos escenarios del m¨²ltiple crimen-, todo indica que se vivieron en ese momento y en ese lugar acontecimientos heroicos. Algunas profesoras hicieron frente al criminal sin m¨¢s armas que su valor. Un docente de ellos ha contado que una de sus compa?eras trat¨® de contener la puerta con su propio cuerpo para impedir el avance del intruso, que la mat¨® en el desigual forcejeo. Seis adultos, adem¨¢s de la madre y del autor de la matanza, est¨¢n en la lista de v¨ªctimas mortales.
La directora de la escuela, Dawn Hochsprung, es una de ellas. Estaba a punto de empezar una reuni¨®n con sus colaboradores cuando se escuch¨® el jaleo. R¨¢pidamente corri¨® hacia el lugar para averiguar lo que suced¨ªa. La sic¨®loga del centro, Mary Sherlach, sali¨® detr¨¢s de ella. Hasta d¨®nde llegaron en el cumplimiento de su responsabilidad ¨Cuna de ellas intent¨® conectar los altavoces del recinto para dar alerta y pedir auxilio-, c¨®mo fueron exactamente las circunstancias en que cayeron, es a¨²n un misterio, pero los cuerpos de ambas fueron encontrados m¨¢s tarde en el pasillo que da acceso a las clases.
Alguien, en alguna oficina del edificio, llamaba al tel¨¦fono de emergencias 911 alrededor de las 9 y media. Otros profesores, alarmados por los disparos y los gritos, trataban de proteger a los alumnos de cualquier modo, escondi¨¦ndolos en armarios, bajo los pupitres, entre sus propios brazos.
?Por qu¨¦ ese lugar? ?Era esa la fuente de su tormento o, simplemente, un sitio como otro cualquiera para dejar su firma con sangre?
Fui in¨²til para muchos de ellos. El asesino logr¨® entrar en una clase y dispar¨® a quemarropa contra todos los que encontr¨®. Despu¨¦s se traslad¨® a otra aula, en la que aument¨® la cuenta de cad¨¢veres, todos entre los 6 y los 7 a?os, 12 de ellos ni?as. Son imaginables los instantes de desesperaci¨®n que debieron de vivirse entonces en una escuela en la que, como en todas, solo se escucha habitualmente el bullicio estimulante de los ni?os. Algunos se api?aron junto a sus maestros, m¨¢s obedientes que nunca. Otros buscaban escondites, como en un juego. Uno de ellos consigui¨® salir por una puerta trasera, y corri¨® y corri¨® y corri¨® hasta llegar a casi un kil¨®metro de distancia, donde fue recogido por un transe¨²nte.
Quiz¨¢ porque no encontr¨® m¨¢s objetivos f¨¢ciles a la vista o quiz¨¢ por su munici¨®n o su energ¨ªa se hab¨ªan consumido, Adam dispar¨® contra s¨ª mismo la ¨²ltima bala. Cuando la polic¨ªa lleg¨® lo encontr¨® ya tendido en alg¨²n punto de su recorrido. Todo dur¨® alrededor de cinco minutos, seg¨²n la memoria confusa de algunos testigos.
Muchos padres, envueltos en sus ocupaciones diarias, recibieron las primeras noticias de la tragedia como hoy se conocen esas cosas, en las alarmas de sus tel¨¦fonos m¨®viles o de sus ordenadores en el trabajo, aunque muy pocos pod¨ªa imaginar la dimensi¨®n de lo sucedido.
Cuando llegaron a la escuela, la encontraron rodeada por las fuerzas de la SWAT, con sus aparatosos uniformes y armamento. Entre ¨¦stas y los maestros, los alumnos fueron conducidos en filas hasta otro edificio m¨¢s peque?o del recinto escolar. Fue all¨ª donde los padres pudieron abrazar a sus hijos por primera vez y comprobar que, a ellos, esta vez, no les hab¨ªa tocado. La confusi¨®n, los llantos, el dolor, la desesperaci¨®n, obviamente, lo inundaban todo. Es dif¨ªcil saber si, en ese momento, es mayor la alegr¨ªa por ver a tus hijos vivos o la amargura por la p¨¦rdida de tantos otros inocentes.
Ante la evidencia de la tragedia ya inevitable, los profesionales de la escuela y expertos en psicolog¨ªa se esforzaron por aliviar la pena de los supervivientes. Es dif¨ªcil explicarles a ni?os de seis, siete u ocho a?os que es lo que hab¨ªa ocurrido. Padres y maestros intentaron tranquilizar a los ni?os, mientras la polic¨ªa comenzaba a recoger pruebas y se aseguraba de que no hab¨ªa m¨¢s v¨ªctimas.
El tirador hab¨ªa actuado con dram¨¢tica precisi¨®n. En este tipo de episodios, desgraciadamente frecuentes en Estados Unidos, suelen contarse muchos heridos, explicable por el caos de una escena como esta. Adam Lanza, en cambio, solo dej¨® uno. Dos de los ni?os muertos fueron a¨²n subidos con vida a las ambulancias, pero murieron r¨¢pidamente en el hospital. El pistolero hab¨ªa sido certero, casi infalible, como si se hubiera entrenado durante mucho tiempo para esta ocasi¨®n.
Se desconoce si fue as¨ª. Su madre era aficionada a las armas, y se sospecha que, en alguna oportunidad, hab¨ªa llevado a sus dos hijos a los ejercicios de tiro a los que ella sol¨ªa acudir con cierta frecuencia. El otro hermano, Ryan, fue detenido en New Jersey por la polic¨ªa, que, tan confundida como todo el mundo en un primer momento, crey¨® que podr¨ªa tener alguna relaci¨®n con la matanza. Tambi¨¦n el padre, Peter Lanza, divorciado de la madre hace varios a?os, fue interrogado, aunque no est¨¢ considerado un sospechoso ni parece que tenga tampoco ninguna vinculaci¨®n con el caso.
Todo indica que se trata de un asesino solitario, como suele ocurrir en la mayor¨ªa de estas tragedias. Poco se sabe de Adam Lanza, como es natural. Es uno de esos personajes de los que hay poco que saber. Algunos de sus amigos o conocidos lo describen como un tipo extra?o, diferente. Por supuesto, eso no explica nada. La gente diferente no va por ah¨ª matando ni?os. Este es una de esos actos cometidos por un ser humano que no tiene explicaci¨®n, como tantos.
La polic¨ªa trata de hacer, no obstante, una reconstrucci¨®n lo m¨¢s precisa posible de los hechos. Una de las razones para ello es la descartar cualquier complicidad. Parece que no la hay, m¨¢s all¨¢ de esa complicidad involuntaria de su madre al comprar las armas del crimen. Otra raz¨®n es la de tranquilizar a los familiares de la v¨ªctimas. Parece que las muertes inexplicables son a¨²n m¨¢s dolorosas que las dem¨¢s. Triste consuelo. En el fondo, no hay mucho que investigar. La versi¨®n final del suceso no distar¨¢ mucho de lo que sabe hasta hoy. En ¨²ltima instancia, este es un episodio con el que la gente de Newtown tendr¨¢ que lidiar en la monoton¨ªa de su vida cotidiana, y que las familias destrozadas por la p¨¦rdida de un hijo tendr¨¢n que afrontar en la intimidad de un hogar desolado para siempre.
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