La frontera ¡®imaginaria¡¯
Los ataques del Ej¨¦rcito sirio y el tr¨¢nsito de combatientes contra El Asad desestabilizan el l¨ªmite con L¨ªbano
Shiraz est¨¢ nervioso. ¡°Llevo cinco meses sin entrenarme, no estoy en las mismas condiciones f¨ªsicas¡±, dice mientras pasea por un centro comercial en el que busca ¡°algo de ropa¡± para meter en el petate de vuelta a Siria. El joven soldado del Ej¨¦rcito Libre Sirio, de 26 a?os y estudiante de medicina, ha pasado los ¨²ltimos cinco meses en la provincia fronteriza de Akkar, al norte de L¨ªbano, recuper¨¢ndose de una herida por metralla en un ojo. No ha desaprovechado su estancia hospitalaria. ¡°No voy a estar sin hacer nada¡±, exclama, ¡°hago trabajo de coordinaci¨®n: me dicen qu¨¦ armas necesitan y yo las busco y las mando¡±.
Los 375 kil¨®metros de frontera al norte y al este del pa¨ªs mantienen a L¨ªbano encerrado dentro de unas l¨ªneas que parecen un coladero. Las escaramuzas que han implicado a rebeldes sirios, Ej¨¦rcito liban¨¦s y tropas de El Asad han dejado al menos 19 muertos a lo largo del per¨ªmetro en 2012, seg¨²n el recuento del Ej¨¦rcito liban¨¦s y la Agencia Nacional de Noticias. Las violaciones del territorio por parte de Damasco y los bombardeos contra pueblos libaneses se han repetido insistentemente en los pasos de Arida, Aboudiyeh y Wadi Khaled, en Akkar, y en las poblaciones de Hermel, Arsal y Tfail, en la Bekaa. La propaganda de la oposici¨®n le ha llevado a pedir el despliegue de la UNIFIL en toda la frontera ante la insuficiencia de las Fuerzas Armadas.
Sabha, refugiada al otro lado desde hace 10 meses, se?ala desde una ventana un grupo de casas api?adas en la falda de una colina. ¡°Eso es Siria¡±, enfatiza. Est¨¢ tan cerca que es dif¨ªcil creer que entre ambos estados haya medio d¨ªa de paseo a pie. ¡°Seis kil¨®metros caminando entre monta?as¡±, aclara la mujer, de 69 a?os. La vieja habla recostada. Ha vivido tres revoluciones, pero solo esta ¨²ltima le ha hecho huir a otro pa¨ªs. Su hijo, sentado junto a ella, est¨¢ pensando en regresar a las filas del ELS.
En Wadi Khaled, donde descansa Sabha en la frontera norte, las historias de refugiados y combatientes rebeldes se confunden. All¨ª, la noche se convierte en coartada. El tr¨¢fico de armas es solo uno de los dolores de cabeza del Ejecutivo liban¨¦s, empe?ado en mantener una pol¨ªtica de disociaci¨®n cada vez m¨¢s precaria. Shiraz hace tiempo hasta que suena el tel¨¦fono. Un empresario liban¨¦s le espera en una casa a medio construir. Al calor de un caf¨¦, el joven recita la letan¨ªa de armamento que los rebeldes esperan recibir a su regreso: ¡°Necesitamos cohetes, lanzagranadas y algunos rifles¡±.
Shiraz entr¨® en el pa¨ªs con la ayuda del Gobierno, que permite el tr¨¢nsito relativamente libre de heridos de un territorio a otro, y permanece bajo custodia de los Hermanos Musulmanes. ¡°Se supone que no puedo salir del hospital¡±, explica. Cuando viaja desde el norte hacia Beirut, los papeles falsos que lleva en la cartera le parecen, a ratos, una tapadera poco segura para un desertor que abandon¨® las filas del Ej¨¦rcito leal a Damasco en pleno servicio militar.
¡°En L¨ªbano es f¨¢cil conseguir armas¡±, confirma. Su periplo le lleva a la localidad de Arsal, en la Bekaa norte, territorio incuestionable del partido-milicia chi¨ª Hezbol¨¢. El joven rechaza un par de M-16 tras echar un vistazo a los rifles tendidos en el asiento trasero de un coche. No se decide por ninguno. ¡°Ahora s¨ª tengo fr¨ªo¡±, se queja mientras se restriega las manos antes de llevarse un cigarro a la boca. ¡°Ahora es cuando me doy cuenta de que esto va en serio¡±, musita.
Arsal es uno de los puntos de fricci¨®n en la ¡°l¨ªnea imaginaria¡± que separa L¨ªbano y Siria. ¡°No hay control del Gobierno¡±, se queja Hussein Galli, cl¨¦rigo de los Hermanos Musulmanes encargado de la coordinaci¨®n de la ayuda a los refugiados. La localidad suma cinco muertos hasta el momento en varios enfrentamientos armados y al menos un bombardeo desde el otro lado. El pueblo, un boceto de ciudad repleto de esqueletos de hormig¨®n diseminados entre monta?as, es un punto estrat¨¦gico en las relaciones entre un lado y otro. Es la ¨²nica zona sun¨ª a lo largo de la frontera este, donde Hezbol¨¢ controla con pu?o de hierro cualquier movimiento, por eso las idas y venidas de los rebeldes son all¨ª m¨¢s frecuentes.
Hamed, de 25 a?os, es un visitante espor¨¢dico. Lleva un par de semanas en Arsal, donde vive desde el verano su mujer Sanaa, embarazada y con dos hijos de nueve meses y dos a?os. ¡°Vuelve ma?ana con su hermano¡±, dice la joven, en referencia a su marido. Este, el ¨²ltimo salto que ha emprendido Hamed, ha sido una visita rel¨¢mpago. ¡°Lucha con el ELS¡±, confirma Sanaa, ¡°est¨¢ aqu¨ª desde hace 20 d¨ªas porque estoy enferma¡±.
Las dificultades respiratorias se han convertido en el pan de cada d¨ªa para refugiados que, como la joven, pasan el invierno en barracas, locales en construcci¨®n o tiendas con los cristales rotos cubiertos por mantas y cortinas. En los alrededores de Al Qusayr, en la sitiada provincia de Homs, el matrimonio ten¨ªa una granja de la que ya no queda apenas nada. ¡°Tiene que luchar, si no vuelve, ?qui¨¦n va a defender Siria?¡±, apunta. La fe le ha borrado la resignaci¨®n de quien se queda esperando al otro lado de una frontera cada vez m¨¢s imprecisa, confiando en volver a ver a su marido: ¡°Si Dios quiere [que luche], yo no puedo hacer nada. Rezo por ¨¦l¡±.
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