Obama se rodea de un equipo m¨¢s af¨ªn para encarar su segundo mandato
El presidente dem¨®crata puede emplear la ceremonia de toma de posesi¨®n para renovar esperanzas frustradas
La inauguraci¨®n de un segundo mandato es, por naturaleza, un acontecimiento bastante anodino que solo sirve para recordar las ventajas e inconvenientes de un presidente a quien ya se conoce de sobra. A lo m¨¢s, vale para renovar algunas esperanzas frustradas y tratar de alimentar otras nuevas, en la confianza, tan norteamericana, de que el futuro siempre ser¨¢ algo mejor. La inauguraci¨®n de la segunda presidencia de Barack Obama, que este domingo jurar¨¢ oficialmente su cargo, est¨¢ marcada por la fuerte polarizaci¨®n pol¨ªtica en Washington, que hace casi imposible cualquier cambio profundo, y la designaci¨®n de un nuevo equipo de gobierno, m¨¢s cercano al presidente y mejor perfilado para dejarle a ¨¦l todo el protagonismo.
Obama asumir¨¢ la presidencia en un acto privado el 20 de enero, como exige la Constituci¨®n. Pero, al coincidir con un domingo, se repetir¨¢ ma?ana ante cerca de un mill¨®n de personas en las escalinatas del Congreso. Ser¨¢ entonces cuando pronuncie el discurso en el que exponga sus ideas para los pr¨®ximos cuatro a?os. Puede imitar al primero de los hombres que cumpli¨® con este ritual y limitarse, como hizo George Washington, a leer un par de p¨¢rrafos de mero tr¨¢mite. Pero lo m¨¢s probable es que hable bastante m¨¢s y trate de despertar la fe de sus compatriotas en un proyecto que, a trancas y barrancas, ha conseguido algunos progresos en los ¨²ltimos cuatro a?os.
Ser¨ªa ilusorio pensar que en los cuatro a?os pr¨®ximos surgir¨¢ un nuevo Obama. Para bien o para mal, ha demostrado bastante coherencia en algunas caracter¨ªsticas de su presidencia. En la ¨²ltima de las crisis de ese periodo, la del abismo fiscal, actu¨® con el mismo sentido de ponderaci¨®n, de equilibrio, de b¨²squeda de consenso que exhibi¨® en la mayor¨ªa de momentos anteriores. Ello ha enfurecido a algunos de sus seguidores, que exigen m¨¢s resoluci¨®n, sin haber conseguido a cambio una posici¨®n m¨¢s colaboradora de parte de la oposici¨®n, que sigue perdida en su propio laberinto ideol¨®gico.
Las personas no cambian de la noche a la ma?ana, y ser¨ªa, quiz¨¢, artificial e inveros¨ªmil encontrar de repente a un nuevo Obama a partir de hoy. Pero los tiempos y las circunstancias se han aliado para exigir ahora a Obama mayor audacia si pretende cumplir con ¨¦xito este segundo mandato y completar una presidencia de talla hist¨®rica.
Obama ha comprobado en estos cuatro a?os que, si quiere hacer transformaciones significativas, tendr¨¢ que hacerlas solo, con el apoyo de su propio partido, pero sin contar con el Partido Republicano. La medida m¨¢s relevante de su primer mandato, la reforma sanitaria, sali¨® adelante sin los votos de la oposici¨®n. El est¨ªmulo econ¨®mico que permiti¨® reducir el desempleo y revitalizar el crecimiento, funcion¨® en contra de la opini¨®n de los republicanos, que le exig¨ªan dar prioridad a la reducci¨®n del d¨¦ficit.
El panorama es similar de cara a esta segunda presidencia. Las primeras iniciativas anunciadas o por anunciar en las pr¨®ximas semanas ¨Cla limitaci¨®n y control de las armas de fuego, la reforma del sistema migratorio, el desarrollo de las energ¨ªas alternativas- van a encontrar, con seguridad, fort¨ªsima resistencia en la C¨¢mara de Representantes, controlada por la oposici¨®n. La suerte de esas medidas va a depender mucho de la manera en que el Partido Republicano resuelva su dilema actual entre la moderaci¨®n y el radicalismo. Pero otro tanto va a depender de la capacidad de Obama para imponer la autoridad de su cargo y de sus votos. Es decir, de su firmeza e intransigencia con los principios, dos virtudes que no abundado en la presidencia anterior.
Obama cuenta hoy con el apoyo del 51% de los norteamericanos, seg¨²n una encuesta de ayer de The New York Times-CBS. Son diez puntos por debajo de su popularidad cuando tom¨® posesi¨®n por primera vez, y menos de lo Bill Clinton y Ronald Reagan ten¨ªan en su reinauguraci¨®n. Pero es mucho m¨¢s que el 19% de respaldo del que disfrutan los republicanos en el Congreso. Eso es, en principio, un c¨®modo escenario para ser atrevido.
El nombramiento de los principales cargos de su Gabinete hace pensar que el presidente cuenta, en efecto, con dejar m¨¢s claramente su huella personal en el periodo que hoy se abre. Hace cuatro a?os, escogi¨® a Hillary Clinton y Robert Gates para la secretar¨ªa de Estado y de Defensa, respectivamente. Ambos cumplieron eficaz y fielmente, pero ambos respond¨ªan a necesidades pol¨ªticas inmediatas, no a un proyecto personal. Clinton era la derrotada en las primeras y Gates era el secretario heredado de la Administraci¨®n anterior.
Aunque Obama hubiera preferido como secretaria de Estado a Susan Rice ¨Cy, una vez, renunci¨® para no irritar a los senadores republicanos-, tanto John Kerry al frente de la pol¨ªtica exterior como Chuck Hagel en el Pent¨¢gono y John Brennan en la direcci¨®n de la CIA ¨Cque hoy es fundamental en el dise?o de la pol¨ªtica de seguridad-, conforman un equipo m¨¢s acorde con el gusto y las preferencias de Obama. Kerry es un aliado desde sus primeros a?os en pol¨ªtica, Hagel es uno de los mejores amigos que hizo durante su tiempo en el Senado y Brennan era ya su principal colaborador en materia de inteligencia en la Casa Blanca. Ninguno tiene el cach¨¦ de Hillary Clinton o David Petraeus, pero pueden trabajar mejor para la elaboraci¨®n de una estrategia que se amolde al estilo del presidente. Algo similar puede decirse de Jack Lew como nuevo secretario del Tesoro. Su antecesor, Tim Geithner, fue reclutado en Wall Street. Lew ha salido del despacho contiguo al Despacho Oval; era su jefe de Gabinete.
Todos ellos deben de ser ratificados sin problemas por el Senado, con excepci¨®n, tal vez, de Hagel, quien, pese a ser republicano, tiene grandes enemigos en su propio partido por sus posiciones cr¨ªticas contra Israel y su oposici¨®n a la guerra de Irak.
Ninguno de ellos le restar¨¢ gran protagonismo a Obama, pero ninguno podr¨¢ salvarle tampoco de futuras desgracias. Este es su momento personal. Esta es la hora de la verdad para este presidente. Es ahora o nunca, si quiere hacer honor a la expectativa universal que su nombre a¨²n representa.
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