La guerra en Siria provoca un mill¨®n de refugiados
¡°No hay sitio en el mundo para nosotros¡±, lamenta una mujer
Jiba no es un n¨²mero. Sus ojos, verdes y grandes a rabiar, son de cuento. Pero Jiba es real, es peque?ita, delgada, piel de color oliva y sonrisa descontrolada por la timidez. Jiba tiene 12 a?os y quiere ser profesora de matem¨¢ticas. Jiba es de Deraa, la cuna del levantamiento popular contra el r¨¦gimen de Bachar el Asad que empez¨® en las calles hace dos a?os y deriv¨® meses despu¨¦s en una brutal guerra civil y sectaria. Las armas han empujado ya a un mill¨®n de sirios a cruzar la frontera. Jiba est¨¢ incluida en ese mill¨®n. Pero no es un n¨²mero, es real. Ella, su madre, su padre y otros cinco familiares viven en el campo jordano de Zaatari, a 15 kil¨®metros de la frontera con Siria.
Es hora de que Jiba entre en una de las clases abiertas en el ¨²nico colegio en pie de Zaatari, donde viven unos 100.000 refugiados. No entender¨ªa lo que ese se?or con tarjeta en el pecho est¨¢ anunciando. ¡°Hemos llegado al refugiado un mill¨®n¡±, informa a la entrada del campo Andrew Harper, responsable en Jordania de la agencia para los refugiados de la ONU (ACNUR). Un mill¨®n de sirios que huyeron hacia Jordania, L¨ªbano, Turqu¨ªa, Irak y el Norte de ?frica. El vecino del sur, Jordania, se lleva la palma con 320.000 refugiados, seg¨²n ACNUR. A la zaga sigue L¨ªbano (317.229), Turqu¨ªa (184.513) e Irak (100.222). N¨²meros que a simple vista no dejan ver el fondo: la ola de refugiados ha desbordado la capacidad de acogida de los pa¨ªses lim¨ªtrofes. Y el dinero se agota. M¨¢s n¨²meros: solo Zaatari cuesta a la ONU y a sus agencias un mill¨®n de d¨®lares diarios.
Son las 9.30. Un minib¨²s llega con nuevos refugiados. No son muchos, mujeres y ni?os, b¨¢sicamente ¡ªforman el 75% de la poblaci¨®n de Zaatari¡ª; los hombres aguantan en Siria. Les aguardan dos tiendas color caqui, donde recibir¨¢n la primera asistencia. Bajan los b¨¢rtulos: sacos con sus pertenencias, cajas de comida¡ Descansan por fin. Las cifras no lo hacen: durante los ¨²ltimos 10 d¨ªas, alrededor de 3.000 refugiados sirios atravesaron cada noche la frontera sirio-jordana. En noviembre, ese n¨²mero rondaba los 700. ¡°La crisis de refugiados sirios no es normal¡±, dice Harper. ¡°Y m¨¢s gente seguir¨¢ cruzando; en Siria quedan pocos sitios seguros¡±. ?Y el campo? ?Es seguro? ¡°Siempre hay riesgos¡±, contin¨²a Harper, ¡°la poblaci¨®n que llega es vulnerable, pero seguiremos ayudando a los que haga falta¡±.
Fatime, de 47 a?os, huy¨® de uno de los lugares que s¨ª parec¨ªan a salvo de todo, Damasco. Lo hizo hace 40 d¨ªas, junto a su marido y cinco hijos. Pero se dej¨® algo atr¨¢s que le hace llorar: su hijo mayor, de 18 a?os, alistado hoy en las filas rebeldes. ?Qu¨¦ siente? ¡°Siento¡±, dice Fatime con los brazos cruzados, ¡°que no hay sitio en el mundo para nosotros¡±. Cada tres d¨ªas, relata mientras los peque?os pisotean la tierra blanca de Zaatari, los ocho hacen las maletas para reubicarse en la ciudad. Esperan lo que se conoce como bailout, una garant¨ªa firmada ante el Gobierno por una familia jordana y por la que asumen la responsabilidad de un grupo de refugiados. Habr¨¢ esperar.
Tambi¨¦n lo hacen las organizaciones que gestionan Zaatari ante la inminente apertura de otro campo, el de Mujib al Fud, en manos de Emiratos ?rabes Unidos. Dos tercios de los huidos a Jordania prefieren la ciudad. Son refugiados urbanos. Selua al Mohamed, de 39 a?os, lleg¨® a Jordania con sus ocho hijos hace seis meses. Vinieron de Alepo, atravesaron el pa¨ªs entre bombardeos y se alojaron en Mafrak, a pocos kil¨®metros de Zaatari. ¡°Aqu¨ª no me siento extra?a¡±, dice Selua mientras amamanta al m¨¢s peque?o. Ahmed, de ocho a?os, s¨ª parece aturdido, quiz¨¢ ante la vida. ¡°Un d¨ªa escuch¨® una fuerte explosi¨®n cuando a¨²n viv¨ªamos en el pueblo¡±, explica su madre, ¡°y dej¨® de hablar¡±. As¨ª sigue. Ahmed tampoco es un n¨²mero, pero cuenta en una crisis hoy m¨¢s grave que ayer.
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