¡°Comenz¨® la leyenda¡±
En la fila para ver a Ch¨¢vez, los venezolanos llevaban toda clase de imaginer¨ªa cuasi religiosa sobre el difunto
Los caribe?os no se reflejan en un tango y tampoco necesitan hacer silencio para demostrar su tristeza. Este es un luto bullanguero y extrovertido, como era el comandante Hugo Ch¨¢vez. Todos aqu¨ª saben que cuando suena la m¨²sica que le gustaba, cuando alguien bebe licor del propio pico de la botella de pl¨¢stico o suena la bocina de su motocicleta el dolor que causa la muerte es m¨¢s profundo. En Venezuela la vida est¨¢ suspendida desde la tarde del martes 5 de marzo, cuando el vicepresidente Nicol¨¢s Maduro anunci¨® la partida definitiva del l¨ªder.
Todo se suspendi¨® tambi¨¦n en la casa de Ana Villegas. Este viernes, mientras se desarrollaba el funeral de Estado, estaba parada frente al edificio de la Contralor¨ªa General de la Rep¨²blica, entre dos ¨¢rboles y bajo una cuerda en la que estaban colgadas varias franelas blancas y mangas rojas. En el pecho estaba estampada la mirada de Ch¨¢vez y debajo de ella una idea propuesta por ella: ¡°Comenz¨® la leyenda¡±. Ana y su familia son due?os de la Cooperativa Hermanos Sayago, viven en Maracay, a una hora de la capital, y han producido estas piezas para venderlas a quienes han venido de todo el pa¨ªs a despedirse del comandante.
Lleva dos d¨ªas durmiendo a la intemperie junto a uno de sus hijos, entre hojas secas, cerca de la orilla del pestilente R¨ªo Guaire, pero est¨¢ feliz. Ahora que Ch¨¢vez no est¨¢ se siente como custodia de su legado, de ese mantra que dice que el comandante le dio identidad a los excluidos. ¡°Para m¨ª es lo m¨¢s grande¡±. Las mujeres antes de Ch¨¢vez, dice, no eran respetadas y hoy est¨¢n en cualquier sitio y en puestos de poder. Justo en ese momento aparece en las pantallas dispuestas a lo largo del paseo Los Pr¨®ceres la Fiscal General de la Rep¨²blica, Luisa Ortega D¨ªaz, vestida de negro, en las exequias del mandatario.
Despu¨¦s del edificio de la Contralor¨ªa s¨®lo se pod¨ªa seguir caminando hacia el paseo Los Pr¨®ceres. A¨²n faltaban dos kil¨®metros para llegar al patio de la Academia Militar. Hab¨ªa dos clases de feligreses. Los que ya han visto a Ch¨¢vez, que regresaban con la vista fija en el suelo, pateando las botellas de pl¨¢stico y conchas de mandarina, y los que lo van a ver, como Jos¨¦ Rosario. Tiene 33 a?os, usa gorra roja y lleva un envase de pl¨¢stico con un s¨¢ndwich y una bolsa de papas fritas para aguantar la paliza de un sol inclemente. Sabe que el camino es largo, pero ¨¦l tiene que despedirse de su l¨ªder. Gracias al Gobierno tiene una vivienda despu¨¦s de haberse quedado damnificado hace un a?o. ¡°Como soldado de esta revoluci¨®n vengo a retribuirle todo lo que me dio¡±.
De pronto un hombre delgado, con barba blanca y de piel curtida, baja de una camioneta que andaba lentamente por el paseo Los Pr¨®ceres viene cargando un cuadro enorme s¨®lo ayudado por un ni?o que debe andar por sus nueve a?os. Se hace llamar Celis El Grande y se presenta como un pintor. Era su modo de conectarse con Hugo Ch¨¢vez. Una de las facetas menos conocidas del fallecido mandatario era la pintura, as¨ª que Celis decidi¨® representar el calvario del c¨¢ncer con una pintura que llama El dolor del centauro. Al centro aparece Hugo Ch¨¢vez calvo, con patas de caballo, con los cachetes ca¨ªdos y la mirada extraviada. Arriba Dios le manda energ¨ªas. A su derecha los opositores Julio Borges y Henrique Capriles representados por buitres que en la cosmovisi¨®n de Celis pisotean las leyes. Y el Imperio. El Imperio estaba de perfil, en la esquina superior izquierda, buscando cubrir con su nube al sol que irradiaba el centauro.
De la fila salt¨® un grupo para escuchar la explicaci¨®n de Celis. Fue la ¨²nica vez que se hizo silencio. Era el momento de preguntarse c¨®mo har¨ªa toda esta multitud para seguir la vida sin la presencia tutelar de Hugo Ch¨¢vez. Pronto alguien, como si se hubiera dado cuenta de ese vac¨ªo, una joven empez¨® a gritar: ¡°Aleeeta, aleeerta¡±. Y m¨¢s all¨¢ completaron la frase que alguna vez populariz¨® el comandante-presidente. ¡°Alerta que camina la espada de Bol¨ªvar por Am¨¦rica Latina¡±.
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