C¨®mo un ciudadano estadounidense lleg¨® a estar en el punto de mira de EE UU
Al Aulaki, nacido en Nuevo M¨¦xico, fue alcanzado por 'drones' de EE UU en septiembre de 2011 El espionaje llevaba a?os trabajando en la posible muerte del l¨ªder de Al Qaeda en Yem¨¦n
Una ma?ana a finales de septiembre de 2011, un grupo de drones (aviones no tripulados) estadounidenses despeg¨® de un aer¨®dromo que la CIA hab¨ªa construido en el remoto sur de Arabia Saud¨ª. Los drones cruzaron la frontera de Yemen y poco despu¨¦s estaban sobrevolando un grupo de camiones concentrado en un terreno des¨¦rtico de la provincia de Jawf, una regi¨®n del empobrecido pa¨ªs que antes era famosa por criar caballos ¨¢rabes.
Un grupo de hombres que acababa de terminar su desayuno sali¨® corriendo para subirse a sus camiones. Uno de ellos era Anuar el Aulaki, el predicador instigador, nacido en Nuevo M¨¦xico, que hab¨ªa pasado de ser un promotor del odio en Internet a convertirse en jefe de c¨¦lula de la rama de Al Qaeda en Yemen. Otro de ellos era Samir Khan, otro ciudadano estadounidense que se hab¨ªa trasladado a Yemen desde Carolina del Norte y que era el creador de Inspire, la revista de Internet en ingl¨¦s del grupo de militantes.
Dos de los drones Predator dirigieron sus l¨¢seres a los camiones para se?alar los objetivos, mientras que los drones Reapers, m¨¢s grandes, apuntaron. Los pilotos de los Reapers, que dirig¨ªan sus aviones a miles de kil¨®metros de distancia, se prepararon para disparar los misiles y los lanzaron.
Fue la culminaci¨®n de muchos a?os de meticuloso trabajo de espionaje, de una intensa deliberaci¨®n de los abogados que trabajan para el presidente Obama y de luchas territoriales entre el Pent¨¢gono y la CIA, cuyas guerras de drones paralelas converg¨ªan en los campos de batalla de Yemen. Y fue, al parecer, la primera vez desde la Guerra Civil que el Gobierno estadounidense hab¨ªa perpetrado deliberadamente el asesinato de un ciudadano estadounidense como un enemigo en tiempos de guerra y sin un juicio.
Dieciocho meses despu¨¦s, a pesar de los esfuerzos del Gobierno de Obama por mantenerla en secreto, la decisi¨®n de buscar y matar a Aulaki se ha convertido en objeto de debate y se ha sometido a un nuevo escrutinio p¨²blico, a ra¨ªz del nombramiento de John O. Brennan, el asesor de Obama en materia antiterrorista, como jefe de la CIA.
La filtraci¨®n el mes pasado de un libro blanco no confidencial del Departamento de Justicia que resum¨ªa los abstractos argumentos legales del Gobierno ¨Cpreparados meses despu¨¦s de los asesinatos de Aulaki y Khan, en medio de un debate interno sobre cu¨¢nta informaci¨®n hab¨ªa que revelar¨C ha desatado las peticiones de una transparencia incluso mayor que culminaron la semana pasada con una estrategia obstruccionista de 13 horas en el Senado que retras¨® temporalmente la confirmaci¨®n de Brennan. Algunos se preguntaban en voz alta: si el presidente puede ordenar el asesinato de estadounidenses en el extranjero, bas¨¢ndose en el espionaje secreto, ?cu¨¢les son los l¨ªmites de su poder?
Este relato de lo que condujo al ataque contra Aulaki, basado en entrevistas con tres docenas de altos cargos jur¨ªdicos y de antiterrorismo, antiguos y actuales, y con expertos extranjeros, aporta nuevos detalles sobre los desaf¨ªos legales, militares y en materia de inteligencia a los que se enfrent¨® el Gobierno de Obama en lo que result¨® ser un hito en la historia y en el derecho estadounidense. Pone de manifiesto los peligros de una guerra librada tras un velo de secretismo, y que depende de unos ataques con misiles casi nunca reconocidos por el Gobierno estadounidense y de unas complejas justificaciones legales elaboradas solo para que las lea un peque?o grupo de funcionarios.
El ataque con misiles del 30 de septiembre de 2011 que mat¨® a Aulaki ¨Cun l¨ªder terrorista cuya muerte los abogados de la Administraci¨®n de Obama cre¨ªan que pod¨ªa justificarse¨C tambi¨¦n acab¨® con la vida de Khan, aunque las autoridades hab¨ªan considerado que no era una amenaza lo bastante importante como para que mereciese ser un blanco espec¨ªfico. El mes siguiente, en otro ataque con drones, muri¨® por error el hijo de 16 a?os de Aulaki, Abdulrahman, que hab¨ªa partido hacia el desierto yemen¨ª en busca de su padre. En solo dos semanas, el Gobierno estadounidense hab¨ªa matado a tres de sus ciudadanos en Yemen. Solo a uno de ellos lo mat¨® a prop¨®sito.
Una amenaza en evoluci¨®n
Cuando fue localizado por el misil, Aulaki, de 40 a?os, llevaba m¨¢s de una d¨¦cada bajo la vigilancia de las autoridades estadounidenses. Fue investigado primero por el FBI en 1999 por su vinculaci¨®n con militantes y fue interrogado despu¨¦s de los ataques terroristas de 2001 sobre sus contactos con tres de los secuestradores en sus mezquitas en San Diego y Virginia. Pero otras veces, present¨¢ndose como un mediador moderado, dio entrevistas a los medios de comunicaci¨®n nacionales, predic¨® en el Capitolio en Washington y asisti¨® a un desayuno con altos cargos del Pent¨¢gono.
En 2002, tras marcharse definitivamente de EE UU, abraz¨® la idea de que su tierra natal estaba en guerra contra el islam. En Londres, y luego en Yemen, donde fue encarcelado durante 18 meses con el apoyo estadounidense, Aulaki se acercaba cada vez m¨¢s a la completa adopci¨®n de la violencia terrorista. Sus elocuentes exhortaciones a la yihad en ingl¨¦s aparec¨ªan repetidamente en los ordenadores de los violentos j¨®venes conspiradores que fueron detenidos en Gran Breta?a, Canad¨¢ y EE UU.
Hacia 2008, asegura Philip Mudd, por aquel entonces un alto cargo del FBI en materia antiterrorista, Aulaki ¡°surg¨ªa como un radicalizador, y no solo en algunas investigaciones, sino en todas¡±. En noviembre de 2009, cuando el mayor Nidal Malik Hasan, un psiquiatra del Ej¨¦rcito, fue acusado de abrir fuego en Fort Hood, en Tejas, y de matar a 13 personas, Awlaki consigui¨® la fama mundial que parec¨ªa que andaba buscando desde hac¨ªa mucho tiempo.
Los investigadores descubrieron r¨¢pidamente que el mayor hab¨ªa intercambiado correos electr¨®nicos con Aulaki, aunque las respuestas del cl¨¦rigo hab¨ªan sido prudentes y evasivas. Pero cuatro d¨ªas despu¨¦s del tiroteo, el cl¨¦rigo despej¨® cualquier duda sobre su postura.
¡°Nidal Hasan es un h¨¦roe¡±, escrib¨ªa en su blog, que contaba con un gran n¨²mero de lectores. ¡°Es un hombre de conciencia que no pod¨ªa soportar el hecho de vivir con la contradicci¨®n de ser un musulm¨¢n y servir en un Ej¨¦rcito que lucha contra su pueblo¡±.
Por muy escalofriante que fuese el mensaje, sus palabras segu¨ªan estando protegidas por la Primera Enmienda. Los organismos de espionaje estadounidenses intensificaron su vigilancia sobre Aulaki e interceptaron comunicaciones que mostraban la creciente influencia del cl¨¦rigo en Al Qaeda en la Pen¨ªnsula Ar¨¢biga, una filial radicada en Yemen de la red terrorista de Osama bin Laden.
El 24 de diciembre de 2009, en el segundo ataque estadounidense en Yemen en ocho d¨ªas, los misiles alcanzaron una reuni¨®n de los l¨ªderes del grupo afiliado. Unos nuevos informes indicaban que uno de los objetivos era Aulaki, que hab¨ªa sido dado por muerto falsamente.
En realidad, los blancos espec¨ªficos del ataque eran otros de los principales jefes del grupo, y la muerte de Aulaki habr¨ªa sido un da?o colateral y habr¨ªa estado legalmente justificada al ser una muerte fortuita en un ataque militar. Por muy peligroso que pareciese Aulaki, hab¨ªa quedado demostrado que no era m¨¢s que un incitador; los analistas en materia antiterrorista todav¨ªa no dispon¨ªan de pruebas irrefutables de que fuese, en su jerga, ¡°operativo¡±.
Eso cambiar¨ªa pronto. Al d¨ªa siguiente, un nigeriano de 23 a?os llamado Umar Faruk Abdulmutalab trat¨® de hacer que explotara un avi¨®n cuando se aproximaba a Detroit, pero no lo consigui¨®. El terrorista en potencia que trat¨® de hacer estallar una bomba que llevaba en su ropa interior dijo a los agentes del FBI que despu¨¦s de que fuese a Yemen a buscar a Aulaki, su h¨¦roe en Internet, el cl¨¦rigo hab¨ªa hablado con ¨¦l del ¡°martirio y de la yihad¡±, le dio su visto bueno para realizar una misi¨®n suicida, le ayud¨® a preparar un v¨ªdeo sobre el martirio y le orden¨® que hiciese detonar su bomba sobre el territorio estadounidense, seg¨²n documentos judiciales.
En su primer interrogatorio de 50 minutos, el 25 de diciembre de 2009, antes de que dejase de hablar durante un mes, Abdulmutalab afirm¨® que le hab¨ªa enviado un terrorista llamado Abu Tarek, aunque los servicios secretos descubrieron r¨¢pidamente indicios de que Aulaki estaba probablemente implicado. Seg¨²n un funcionario, cuando Abdulmutalab volvi¨® a colaborar con sus interrogadores a finales de enero, admiti¨® que Abu Tarek era Aulaki. Con las declaraciones del nigeriano, las autoridades estadounidenses ten¨ªan la confirmaci¨®n de que Aulaki era claramente un conspirador directo y que ya no era solo un propagandista peligroso.
¡°Hab¨ªa estado bajo sospecha todo este tiempo, pero fue el testimonio de Abdulmutalab el que me hizo ver que este tipo era peligroso y que ten¨ªamos que ir tras ¨¦l¡±, declara Dennis C. Blair, el por aquel entonces director del espionaje nacional.
Un dilema legal
David Barron y Martin Lederman ten¨ªan un problema. Al ser abogados de la Oficina de Asesor¨ªa Jur¨ªdica del Departamento de Justicia, les hab¨ªa correspondido determinar si el hecho de matar deliberadamente a Aulaki, a pesar de su ciudadan¨ªa, ser¨ªa ilegal, suponiendo que no fuese factible capturarle. La cuesti¨®n planteaba una compleja mara?a de posibles obst¨¢culos tanto seg¨²n el derecho internacional como el nacional, y Aulaki pod¨ªa ser localizado en cualquier momento.
Seg¨²n fuentes oficiales al tanto de las consideraciones, los abogados se metieron de lleno en el proyecto y elaboraron r¨¢pidamente un breve memorando, en el que conclu¨ªan de forma preliminar, bas¨¢ndose en las pruebas disponibles en aquel entonces, que Aulaki era un objetivo leg¨ªtimo porque estaba participando en la guerra con Al Qaeda y tambi¨¦n porque supon¨ªa una amenaza concreta para el pa¨ªs. El razonamiento que se desprend¨ªa de ¨¦l justificaba un ataque tanto por parte del Pent¨¢gono, que por lo general actuaba ateni¨¦ndose a la autorizaci¨®n del Congreso para usar la fuerza militar contra Al Qaeda, como de la CIA, una organizaci¨®n civil que por lo general actuaba dentro del marco de la ¡°autodefensa nacional¡± que emanaba de los poderes del presidente en materia de seguridad.
Tambi¨¦n analizaron otros ordenamientos jur¨ªdicos para ver si prohib¨ªan un ataque y llegaron a la conclusi¨®n de que no lo hac¨ªan. Por ejemplo, el Gobierno yemen¨ª hab¨ªa otorgado permiso para llevar a cabo ataques a¨¦reos en su territorio siempre y cuando EE UU no reconociese su papel, de modo que dichos ataques no violaban la soberan¨ªa yemen¨ª.
Y aunque la Constituci¨®n exige por lo general un proceso judicial antes de que el Gobierno pueda matar a un estadounidense, el Tribunal Supremo ha sostenido que en algunos contextos ¨Ccomo cuando la polic¨ªa, para proteger a transe¨²ntes inocentes, embiste un coche para parar una persecuci¨®n a alta velocidad¨C no es necesaria la autorizaci¨®n previa de un juez; los abogados concluyeron que la amenaza en tiempos de guerra que supon¨ªa Aulaki encajaba con dicho contexto, y por lo tanto, sus derechos constitucionales no imped¨ªan que el Gobierno lo matara sin un juicio.
Pero a medida que transcurr¨ªan los meses, la inquietud de Barron y Lederman iba en aumento. Les dijeron a unos compa?eros que hab¨ªa temas que no se hab¨ªan abordado de forma adecuada, especialmente despu¨¦s de leer un blog jur¨ªdico que se centraba en un decreto que proh¨ªbe a los estadounidenses matar a otros estadounidenses en el extranjero. En vista de la gravedad de la cuesti¨®n, y disponiendo de m¨¢s tiempo, empezaron a redactar un segundo memorando m¨¢s exhaustivo, en el que aumentaban y precisaban su an¨¢lisis jur¨ªdico y, dando un paso poco frecuente, investigaban y mencionaban una densa mara?a de informes de los servicios secretos que sustentaban la premisa de que Aulaki estaba planeando ataques.
Su labor ten¨ªa como tel¨®n de fondo la manera en que algunos de sus predecesores durante el mandato del presidente George W. Bush hab¨ªan sido encasillados por sus memorandos, que antes eran secretos, en los que reivindicaban una visi¨®n casi ilimitada de la autoridad del poder ejecutivo, como el hecho de que los poderes en tiempos de guerra de un presidente le permit¨ªan contravenir las leyes del Congreso que limitaban la tortura y la vigilancia.
De hecho, Barron y Lederman denunciaron rotundamente dicho razonamiento en un ensayo de dos partes y tan largo como un libro que escribieron conjuntamente y publicaron en Harvard Law Review en 2008, en el que conclu¨ªan que la teor¨ªa del equipo de Bush sobre unos poderes presidenciales que no pod¨ªan ser controlados por el Congreso era ¡°un intento todav¨ªa m¨¢s radical lo que a menudo se reconoce de cambiar los poderes constitucionales en las leyes de guerra¡±. Obama, que entonces era senador, hab¨ªa calificado de ¡°ilegal e inconstitucional¡± la teor¨ªa de Bush de que un presidente pod¨ªa sortear una ley que exig¨ªa una orden judicial para las labores de vigilancia.
Ahora, a Barron y a Lederman les estaban preguntando si el equipo de antiterrorismo de Obama pod¨ªa adoptar esta medida extraordinaria, con independencia de los posibles obst¨¢culos como la ley que prohib¨ªa el asesinato en el extranjero, que fue promulgada como parte de un proyecto de ley contra la delincuencia de 1994 y que no contempla excepciones para las amenazas a la seguridad nacional. En cambio, la ley principal que proh¨ªbe el asesinato en contextos normales y nacionales est¨¢ mucho m¨¢s matizada y solo incluye los asesinatos ¡°ilegales¡±.
Cuando investigaban la ley de asesinatos en el extranjero, que pocas veces se invoca, Barron y Lederman descubrieron una resoluci¨®n de un tribunal de distrito en la que se hac¨ªa referencia a una mujer acusada de matar a su hijo en Jap¨®n. Un juez dictamin¨® que la escueta ley sobre asesinatos en el extranjero debe interpretarse incorporando las excepciones de la ley hom¨®loga sobre asesinatos nacionales, y escribi¨® que ¡°el Congreso no ten¨ªa la intenci¨®n de tipificar como delito los asesinatos justificables o disculpables¡±.
Al sostener que cuando el Gobierno mata a un l¨ªder enemigo en una guerra o como autodefensa nacional no se trata de una ¡°muerte¡± ilegal, Barron y Lederman concluyeron que la ley de asesinatos en el extranjero no imped¨ªa un ataque. No hab¨ªan recurrido a las teor¨ªas del estilo de Bush a las que antes hab¨ªan acusado de ampliar los poderes de guerra presidenciales y de hacer caso omiso de las limitaciones impuestas por el Congreso.
Debido a su vuelta al mundo acad¨¦mico en oto?o de 2010, los dos abogados ultimaron su segundo memorando sobre Aulaki, y su razonamiento fue aprobado de forma generalizada por otros abogados del Gobierno ese mismo verano. Hab¨ªa aumentado hasta las 63 p¨¢ginas, pero segu¨ªa ci?¨¦ndose a las circunstancias de Aulaki y aprobaba el uso de la fuerza para matarle sin abordar si tambi¨¦n estar¨ªa permitido matar a ciudadanos, como los miembros de bajo rango de Al Qaeda, en otras situaciones.
Cerca de tres a?os m¨¢s tarde, se har¨ªa p¨²blica una parte del an¨¢lisis jur¨ªdico en el libro blanco que eliminaba toda referencia a Aulaki aunque manten¨ªa alusiones secundarias, como su discusi¨®n sobre un ¡°l¨ªder operativo de alto rango¡± gen¨¦rico. El razonamiento libre, separado de su contexto original e interpretado err¨®neamente como una declaraci¨®n general sobre el ¨¢mbito y los l¨ªmites de la autoridad del Gobierno para matar a ciudadanos, llevar¨ªa a una confusi¨®n generalizada.
Reforzar el espionaje
Ahora los abogados hab¨ªan aprobado dos veces el asesinato de Aulaki si no pod¨ªa ser capturado, pero el Gobierno segu¨ªa sin tener ni idea de en qu¨¦ lugar de Yemen se escond¨ªa. Durante la primera mitad de 2010, la CIA estaba empezando a recabar m¨¢s informaci¨®n en el pa¨ªs, y los esp¨ªas saud¨ªes todav¨ªa ten¨ªan que infiltrarse lo suficientemente en las redes de militantes en Yemen para averiguar el paradero de los l¨ªderes de Al Qaeda en la Pen¨ªnsula Ar¨¢biga.
Por lo visto Aulaki hab¨ªa estado ocult¨¢ndose la mayor parte del tiempo en la provincia de Shabwa, a varias horas en coche de la capital en direcci¨®n sudeste, que es dominio de Al Qaeda y tambi¨¦n el territorio tradicional de la poderosa tribu de su familia, los Aualiq. Ali Abdul¨¢ Saleh, el cauteloso presidente yemen¨ª durante mucho tiempo, negoci¨® con los l¨ªderes tribales, que le ofrecieron mantener a Aulaki bajo arresto domiciliario, seg¨²n un funcionario yemen¨ª. Las conversaciones no dieron resultados concluyentes.
Y exist¨ªan otros problemas. Un desastroso ataque estadounidense con misiles en mayo de 2010 mat¨® accidentalmente a un subgobernador provincial en Yemen y enfureci¨® al presidente Saleh, que suspendi¨® de hecho la guerra clandestina. Pasar¨ªan meses antes de que se produjese el siguiente ataque del Pent¨¢gono en Yemen.
En agosto de 2010, el padre de Aulaki, con la ayuda de grupos de libertades civiles, interpuso una demanda contra el plan del Gobierno de matar a su hijo, sobre el que hab¨ªan informado los medios de comunicaci¨®n. En la interposici¨®n de la demanda ante los tribunales, el Gobierno present¨® sus reclamaciones p¨²blicas contra Aulaki y se?al¨® que siempre pod¨ªa entregarse.
Pero tambi¨¦n declar¨® que los tribunales no deber¨ªan desempe?ar ning¨²n papel en la supervisi¨®n de las decisiones del poder ejecutivo sobre objetivos en tiempos de guerra, sostuvo que el padre de Aulaki no ten¨ªa argumentos legales para llevar el caso ante los tribunales, e invoc¨® el privilegio de los secretos de Estado. En diciembre de 2010, un juez desestim¨® la demanda.
De vuelta en Yemen, la CIA y el Pent¨¢gono utilizaron la pausa en la campa?a a¨¦rea para conseguir m¨¢s fuentes en el interior del pa¨ªs. La Agencia Nacional de Seguridad aument¨® el control de los tel¨¦fonos m¨®viles en Yemen y penetr¨® en las redes inform¨¢ticas para interceptar mensajes electr¨®nicos. Seg¨²n un exanalista de la Agencia de Inteligencia de Defensa, los organismos, conscientes de que Obama, afectado por el intento de atentado con explosivos escondidos en la ropa interior, estaba siguiendo de cerca la b¨²squeda, compet¨ªan para introducir nuevas informaciones sobre Aulaki en el informe diario sobre espionaje del presidente.
Y, con mucha discreci¨®n, la CIA empez¨® a construir su propia base de drones en Arabia Saud¨ª. Las autoridades saud¨ªes hab¨ªan dado a la CIA su permiso para construir la base con la condici¨®n de que se ocultase el papel del reino. Y la base se encarg¨® de un problema diferente: el Gobierno de Yibuti, donde el Ej¨¦rcito ten¨ªa la base de sus operaciones con drones en la regi¨®n, impuso severas restricciones sobre todas las operaciones para realizar asesinatos llevadas a cabo desde su territorio. El Gobierno saud¨ª no formul¨® peticiones semejantes.
Mientras tanto, los ataques relacionados de distintas maneras con Aulaki siguieron aumentando, incluido el intento de hacer estallar un coche bomba en Times Square en mayo 2010 perpetrado por Faisal Shahzad, un ciudadano naturalizado estadounidense que hab¨ªa acudido al predicador en Internet, y el intento de Al Qaeda en la Pen¨ªnsula Ar¨¢biga de hacer estallar unos aviones de carga con destino a EE UU ese mes de octubre.
A finales de 2010 o principios de 2011, las tropas de seguridad yemen¨ªes rodearon un pueblo en la provincia de Shabwa donde se dec¨ªa que Aulaki estaba escondido, se?ala Gregory Johnsen, un experto de Princeton y autor de The Last Refuge: Yemen, al-Qaeda, and America¡¯s War in Arabia [El ¨²ltimo refugio: Yemen, Al Qaeda y la guerra de Estados Unidos en Arabia]. Pero la b¨²squeda casa por casa result¨® infructuosa.
En la Casa Blanca, la frustraci¨®n iba en aumento.
El cerco se estrecha
Mientras la caza prosegu¨ªa, el hombre fuerte de Yemen empez¨® a perder poder a medida que su pa¨ªs se ve¨ªa envuelto en las revueltas que se extendieron por el mundo ¨¢rabe a principios de 2011. Ese mes de junio, una lluvia de cohetes impact¨® en la sala del palacio presidencial en la que se ocultaba Saleh, hiri¨¦ndole de gravedad y poniendo fin a su gobierno.
El debilitamiento de Saleh dio m¨¢s libertad a los estadounidenses para llevar a cabo la b¨²squeda de Aulaki. Por aquel entonces, los esp¨ªas estadounidenses y saud¨ªes hab¨ªan convertido a varios militantes en fuentes de informaci¨®n, lo que ayudaba a guiar los ataques estadounidenses.
En su esfuerzo m¨¢s ex¨®tico por localizar al cl¨¦rigo, la CIA trabaj¨® con los servicios secretos daneses para usar a Morten Storm, un converso dan¨¦s que hab¨ªa trabado amistad con Aulaki, para que colocara un aparato de seguimiento en la maleta de una mujer que hab¨ªa accedido a convertirse en la tercera mujer del cl¨¦rigo. El plan fracas¨® cuando los precavidos c¨®mplices de Aulaki tiraron la maleta. Pero Storm tambi¨¦n dijo a las autoridades que se comunicaba con Aulaki a trav¨¦s de un correo; pero no queda claro si ese correo ayud¨® finalmente a la CIA a dar con el paradero de Aulaki.
Tambi¨¦n estaban apareciendo otras fuentes de informaci¨®n, y una de ellas provoc¨® un nuevo debate. En abril de 2011, EE UU captur¨® a Ahmed Abdulkadir Warsame, un somal¨ª que trabajaba estrechamente con la rama de Al Qaeda en Yemen. Estuvo retenido abordo de un nav¨ªo durante m¨¢s de dos meses y habl¨® sin reservas a los interrogadores, incluso de sus encuentros con el antiguo hombre de Carolina del Norte que ahora dirig¨ªa la revista del grupo, Samir Khan.
Aunque EE UU hab¨ªa seguido a Khan durante mucho tiempo, los nuevos detalles que emergieron del interrogatorio de Warsame suscitaron la pregunta de si deb¨ªa considerarse como blanco a otro ciudadano estadounidense. Todav¨ªa hab¨ªa pocas pruebas que relacionasen a Khan con alguna trama concreta, y por eso el Gobierno lo tach¨® de la lista. Pero los acontecimientos no se desarrollar¨ªan tan claramente.
En mayo de 2011, d¨ªas despu¨¦s del ataque del comando estadounidense que mat¨® a Bin Laden, el Mando Conjunto de Operaciones Especiales del Pent¨¢gono, el centro de las unidades secretas de comandos del Ej¨¦rcito y de la Armada, tuvo la mejor oportunidad de acabar con Aulaki cuando se traslad¨® a la provincia de Shabwa. Los drones y los aviones Harrier de la Marina dispararon a su cami¨®n, pero logr¨® escapar y se refugi¨® en una cueva. Seg¨²n Johnsen, el experto de Princeton, Aulaki dijo a sus amigos que ese episodio ¡°reforz¨® su convencimiento de que ning¨²n ser humano muere antes de finalizar su cometido en la vida y antes de que llegue su momento¡±.
Finalmente, a finales de septiembre de 2011, la base de la CIA en Arabia Saud¨ª estaba lista. El asesor de Obama en materia antiterrorista, Brenann, orden¨® que el peso principal de la b¨²squeda de Aulaki recayese sobre el organismo. David H. Petraeus, que hab¨ªa tomado posesi¨®n como director de la CIA el 6 de septiembre, orden¨® que varios drones fuesen trasladados de Pakist¨¢n a Arabia Saud¨ª. A mediados de septiembre, los estadounidenses estaban estrechando el cerco y, seg¨²n aseguran fuentes oficiales, contaban con actualizaciones de una fuente de la CIA dentro de Al Qaeda en la Pen¨ªnsula Ar¨¢biga. Entonces es cuando empez¨® una b¨²squeda muy diferente de Aulaki.
Mientras Aulaki se convert¨ªa en uno de los terroristas m¨¢s buscados del mundo, su hijo de 16 a?os, Abdulrahman, llevaba la vida de un adolescente normal. Le gustaban los deportes y la m¨²sica, y manten¨ªa actualizada regularmente su p¨¢gina de Facebook. Pero ahora sal¨ªa a escondidas de la casa de su familia en San¨¢, la capital de Yemen, y dejaba una nota de disculpa para su madre en la que dec¨ªa que se hab¨ªa ido a buscar a su padre.
Pero cuando el adolescente se dirig¨ªa hacia Shabwa, su padre ya se hab¨ªa marchado a la provincia de Jawf, a cientos de kil¨®metros de all¨ª. Acompa?ado por Khan, Aulaki padre se traslad¨® al escabroso territorio, por miedo a permanecer mucho tiempo en cualquier lugar.
Lo que no sab¨ªa es que la fuente de la CIA estaba informando de sus movimientos. En la ma?ana del 30 de septiembre, la flota de drones, guiada por la fuente, llegaba a Jawf. Los misiles destruyeron el convoy.
Ese mismo d¨ªa, en una ceremonia militar en Fort Myer, en Arlington, Virginia, Obama tom¨® nota de la victoria del inmenso esfuerzo antiterrorista estadounidense, pero con un lenguaje extra?amente indirecto. Aulaki, dijo, ¡°ha muerto¡± en Yemen, y ¡°este ¨¦xito es un tributo a nuestros servicios secretos y a los esfuerzos de Yemen y de sus fuerzas de seguridad que han trabajado estrechamente con Estados Unidos¡±.
Obama hab¨ªa levantado inmediatamente el secreto oficial sobre el ataque a Bin Laden, pero esta vez se?al¨® que la operaci¨®n en Yemen, aunque ya se hab¨ªa informado sobre ella en todo el mundo, seguir¨ªa sin reconocerse oficialmente. Los miembros del Congreso solo hablar¨ªan de ella con cautela y los responsables en materia antiterrorista solo podr¨ªan hablar en privado de lo que todo el mundo sab¨ªa.
Los funcionarios del Gobierno que hab¨ªan trabajado durante meses para analizar el asesinato de Aulaki evaluaron la situaci¨®n. Khan, al que hab¨ªan decidido espec¨ªficamente no a?adir a la lista de personas a matar, tambi¨¦n estaba muerto. Aunque los abogados cre¨ªan que su asesinato estaba legalmente justificado como da?o colateral, su muerte empa?¨® todos esos meses de esfuerzos aparentemente cautelosos por analizar a qui¨¦n se deb¨ªa incluir en la lista y a qui¨¦n no.
Luego, el 14 de octubre, un misil aparentemente dirigido contra un jefe de c¨¦lula egipcio de Al Qaeda, Ibrahim el Banna, impact¨® contra un modesto restaurante al aire libre en Shabwa. La informaci¨®n de los servicios de espionaje no era buena: Banna no estaba all¨ª, y entre los aproximadamente 12 hombres que murieron se encontraba el joven Abdulrahman el Aulaki, que no ten¨ªa ninguna conexi¨®n con el terrorismo y que nunca habr¨ªa sido un blanco deliberado.
Fue un tr¨¢gico error y, para el Gobierno de Obama, un desastre para sus relaciones p¨²blicas ya que arroj¨® m¨¢s dudas sobre la moralidad del ataque anterior contra su padre e hizo que surgieran dudas respecto a las afirmaciones estadounidenses sobre la precisi¨®n quir¨²rgica de los drones. El da?o no hizo m¨¢s que agravarse cuando unas fuentes oficiales an¨®nimas atribuyeron al principio una edad de 21 a?os al hijo de Aulaki, lo que dio pie a que su afligida familia hiciese p¨²blico su certificado de nacimiento.
Hab¨ªa nacido en Denver, dec¨ªa el certificado del Departamento de Sanidad de Colorado. En EE UU, en la ¨¦poca en la que un misil de su Gobierno le mat¨®, el adolescente tendr¨ªa justo la edad necesaria para poder conducir.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.