Bruselas, cuanto m¨¢s lejos mejor
Reacia a aceptar cesiones de soberan¨ªa o de capital, logr¨® un trato especial para Reino Unido en Europa
Margaret Thatcher a¨²n era europe¨ªsta cuando lleg¨® a Downing Street pero se fue haciendo cada vez m¨¢s esc¨¦ptica. Al final, y aunque su mandato como primera ministra dividi¨® a menudo al pa¨ªs y al propio Partido Conservador, fue el c¨¢ncer de la cuesti¨®n europea lo que acabar¨ªa desatando la batalla final para propiciar el golpe de mano que acab¨® con su liderazgo en el partido y en el Gobierno.
El 1 de noviembre de 1990, sir Geoffrey Howe, entonces jefe del Foreign Office y antes canciller del Exchequer y ministro del Tesoro, abandon¨® a Thatcher y dej¨® el Gabinete. En su discurso de despedida en los Comunes se refiri¨® a su incapacidad para seguir luchando contra la contradicci¨®n de mantener leal a la primera ministra y al mismo tiempo mantenerse leal a lo que consideraba m¨¢s conveniente para el pa¨ªs. Sus palabras, en un hombre considerado gris y sin ambiciones personales, fueron interpretadas como una invitaci¨®n para que otros retaran a Thatcher en nombre de una mayor integraci¨®n brit¨¢nica en Europa y en su futura moneda.
El europe¨ªsta Michael Heseltine acept¨® el envite y ret¨® a Thatcher. La primera ministra gan¨® el voto pero no convenci¨® al partido. Su marido, Denis, siempre protector, la convenci¨® para que tirara la toalla antes de que le hicieran m¨¢s da?o. La Dama de Hierro se fue y abri¨® el paso a John Major. Pero el dilema europeo nunca ha quedado resuelto.
La conservadora hab¨ªa defendido la permanencia en la CE en 1975
Y, sin embargo, Margaret Thatcher defendi¨® la permanencia en Europa cuando eran los laboristas quienes dudaban de ella y la pusieron a refer¨¦ndum en 1975, dos a?os despu¨¦s del ingreso. E incluso en su hist¨®rico discurso de Brujas el 20 de septiembre de 1988, en el que muchos creen ver escritos a fuego los mandamientos del buen euroesc¨¦ptico, la Dama de Hierro aclara: ¡°Nosotros los brit¨¢nicos somos tan herederos del legado de la cultura europea como cualquier otra naci¨®n. Nuestros v¨ªnculos con el resto de Europa, el continente europeo, han sido el factor dominante de nuestra historia¡±. Pero deja claro cu¨¢l es su problema con la construcci¨®n europea: la cesi¨®n de soberan¨ªa: ¡°Europa ser¨¢ m¨¢s fuerte si Francia es Francia, Espa?a es Espa?a, Gran Breta?a es Gran Breta?a, cada uno con sus costumbres, tradiciones e identidad. Ser¨ªa una locura intentar encajar a todos en una especie de retrato robot europeo¡±.
La nacionalista Thatcher era capaz de todo menos de aceptar que otros decidieran qu¨¦ ten¨ªa que hacer Gran Breta?a. Y no solo lo mostr¨® frente a Europa, tambi¨¦n frente a Estados Unidos. Pese a su vinculaci¨®n pol¨ªtica y personal con el presidente Ronald Reagan, nunca lleg¨® al extremo de que la pudieran llamar lacayo suyo como le ocurrir¨ªa a?os despu¨¦s a Tony Blair con George W. Bush.
¡°Ser¨ªa una locura encajar a todos en un retrato robot europeo¡±, afirm¨®
El dinero era otro problema. Europa le sal¨ªa cara a Reino Unido. No porque pagaran m¨¢s de lo que les tocaba, sino porque los brit¨¢nicos solo recuperaban una parte de lo que invert¨ªan. En realidad el problema es que hab¨ªa solo dos grandes pol¨ªticas europeas, o m¨¢s bien una (agricultura) y media (desarrollo regional), y ni los cultivos subvencionados ni el desarrollo brit¨¢nico favorec¨ªan el retorno a casa del dinero que destinaban a Europa.
Eso cre¨® un d¨¦ficit presupuestario cr¨®nico que dio alas al mito de la Europa corrupta y burocr¨¢tica y que Thatcher resolvi¨® con una frase: ¡°Quiero que me devuelvan mi dinero¡±. Lo consigui¨® en la famosa cumbre de Fontainebleau en 1984, cuando Fran?ois Mitterrand y Helmuth Kohl aceptaron el famoso y todav¨ªa vivo cheque brit¨¢nico.
En aquellos tiempos, el Consejo Europeo estaba lleno de l¨ªderes con car¨¢cter y las relaciones personales contaban mucho. Las de Margaret Thatcher y Fran?ois Mitterrand sol¨ªan fluctuar, al comp¨¢s a menudo de sus intereses personales o nacionales. Es sabido que el presidente franc¨¦s sent¨ªa una ambigua atracci¨®n-repulsi¨®n hacia la Dama de Hierrro, a la que una vez defini¨® como una mujer ¡°con la mirada de Cal¨ªgula y los labios de Marilyn¡±.
Las relaciones entre Thatcher y Kohl se basaban m¨¢s en la historia que en la buena o la mala onda del d¨ªa a d¨ªa. Kohl, m¨¢s sentimental pero m¨¢s apegado a la tierra, sol¨ªa ganarle la partida a la so?adora Dama de Hierro: Thatcher a¨²n pensaba a finales de 1989 que Gran Breta?a podr¨ªa retrasar 15 a?os la reunificaci¨®n de Alemania.
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