El marat¨®n de Boston, territorio de libertad y desaf¨ªo
Es la carrera urbana m¨¢s antigua del mundo Fue escenario del desaf¨ªo a las leyes que prohib¨ªan a las mujeres correr m¨¢s de 3.000 metros
No es nada complicado, todo lo contrario, cargar de significados sentimentales cualquier tradici¨®n, cualquier costumbre de a?os, sacudida repentinamente por una bomba, rota para siempre. Es, sobre todo, una forma conveniente y, a veces, artificial de subrayar la vileza, la brutalidad y el dolor, pero en el caso del marat¨®n de Boston lo realmente complicado habr¨ªa sido no encontrarlos.
Hasta 1972 se vet¨® la participaci¨®n femenina por razones fisiol¨®gicas
Se puede expresar con grandilocuencia, como hizo Amby Burfoot, el ganador hace 45 a?os y perenne participante a quien las explosiones encontraron cuando se hallaba a 800 metros de la meta y dijo: ¡°Para m¨ª, el marat¨®n no es otra cosa que el hecho de que Estados Unidos es un pa¨ªs de libertad y democracia¡ Forma parte de nuestra gran tradici¨®n democr¨¢tica¡±. O se puede decir m¨¢s sencillamente, con menos sentido patri¨®tico o altisonante, pero el mensaje es el mismo, el marat¨®n como territorio de libertad y orgullo. Y el valor del s¨ªmbolo se multiplica incluso si en vez de marat¨®n a secas se trata del de Boston, el padre de todos los maratones, el m¨¢s antiguo del mundo. Se celebra ininterrumpidamente desde 1897 y siempre en el D¨ªa del Patriota, el tercer lunes de abril, y siempre con el mismo recorrido de 42,195 kil¨®metros lineales desde Hopkinton hasta Boylston Street en su confluencia con Copley Square.
Mucho m¨¢s serio y formal que otros grandes maratones populares de multitudinaria participaci¨®n como los de Nueva York, en noviembre, cuya ¨²ltima edici¨®n no pudo celebrarse por culpa de la tormenta Sandy, o Londres, el pr¨®ximo domingo, el marat¨®n de Boston, nacido al a?o siguiente de la invenci¨®n de la carrera en los Juegos de Atenas, ha debido fijar marcas m¨ªnimas para manejar la ingente cola de solicitudes ¡ªhay listas de espera de a?os¡ª y no sobrepasar una cifra m¨¢xima de 30.000 participantes.
El marat¨®n es tambi¨¦n desaf¨ªo y reto, y si se habla de Boston, m¨¢s a¨²n. ¡°El marat¨®n simboliza la superaci¨®n y la aceptaci¨®n de desaf¨ªos. Esto [por las bombas] no va a frenar a nadie, al contrario, motivar¨¢ a la gente para perseverar y mostrar que son mejores que eso¡±, dijo Shalane Flanagan, que es mujer y maratoniana, la mejor de Estados Unidos en estos momentos, poco despu¨¦s de terminar la carrera. Y cuando lo dice, cuando habla de superaci¨®n, no habla solo de mera superaci¨®n atl¨¦tica, de la eterna lucha de la voluntad contra los l¨ªmites que quiere fijar el organismo con esfuerzo y sacrificio, sino tambi¨¦n de la propia lucha de la mujer para conseguir la igualdad. Hablando de Boston no pod¨ªa ser de otra manera, pues fue en las calles de la tradicionalista y tan cat¨®lica (irlandesa) capital de Nueva Inglaterra, donde la mujer demostr¨® por primera vez la ridiculez de las teor¨ªas fisiol¨®gico-masculinas del momento. Estas establec¨ªan que el organismo femenino no era capaz de correr en competici¨®n m¨¢s all¨¢ de milla y media, un tope de 3.000 metros.
Para disputar la prueba hay esperas de a?os; el l¨ªmite son 30.000 atletas
La ruptura, el fin de la discriminaci¨®n, lleg¨®, inevitable, en los a?os sesenta, cuando los estudiantes universitarios llevaban flores en el pelo, fumaban marihuana tumbados en la hierba, protestaban contra la guerra de Vietnam y contra todas las leyes opresivas en general, y las mujeres contra todos los l¨ªmites. Y tambi¨¦n algunas por su derecho a correr como los hombres, entre los hombres, como Roberta Bobbi Gibb, quien en 1966 se puso unas bermudas y una sudadera con capucha de su hermano, se escondi¨® en unos arbustos en la salida y sin que nadie se diera cuenta se mezcl¨® con la masa de participantes (entonces unos centenares, todos hombres), una atleta clandestina que termin¨® la prueba en poco m¨¢s de tres horas y entre los v¨ªtores de todos los j¨®venes atletas maravillados. Meses antes, los organizadores de la carrera, un ente tradicional y tradicionalista, casi de aires aristocr¨¢ticos, hab¨ªa rechazado su solicitud de inscripci¨®n se?al¨¢ndole que las mujeres no eran fisiol¨®gicamente capaces de correr esa distancia (se lo dec¨ªan a ella, que durante dos a?os hizo entrenamientos de 40 kil¨®metros diarios) y que la federaci¨®n de atletismo les prohib¨ªa intentarlo.
Al a?o siguiente, en vez de una mujer participaron y terminaron dos mujeres el marat¨®n de Boston. Bobbi Gibb volvi¨® a hacerlo clandestina, sin dorsal, pero Katherine Switzer intent¨® otra estrategia. En su solicitud de inscripci¨®n no especific¨® ni su sexo ni su nombre, solo sus iniciales K. V. Switzer. Le asignaron el dorsal 261 y orgullosa empez¨® a correr rodeada de un grupo de amigos. Cuando Jock Semple, el director de la carrera, la vio desde el autob¨²s en el que supervisaba la prueba, se baj¨® e intent¨® echarla a empujones ante el delirio de los fot¨®grafos de prensa y la furia del novio de Switzer, quien con fuerza se lanz¨® contra Semple y lo tir¨® al suelo. Su chica termin¨®. ¡°Aquel d¨ªa cambi¨® mi vida¡±, dijo Switzer, activista feminista desde entonces, ¡°y tambi¨¦n la del marat¨®n¡±. Cinco a?os despu¨¦s, en 1972, Boston admiti¨® su derrota y oficialmente a las mujeres. Y en 1984 el marat¨®n femenino entr¨® a formar parte de los Juegos Ol¨ªmpicos.
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