Los brit¨¢nicos entierran el siglo XX junto con las cenizas de Thatcher
La pompa, la religi¨®n y los honores militares marcan las exequias de la Dama de Hierro
Eran las exequias de la ¨²nica mujer que ha llegado a Downing Street. El funeral del primer ministro m¨¢s longevo de Reino Unido en tiempos modernos. Pero el adi¨®s a Margaret Thatcher se ha convertido de alguna manera en el adi¨®s de los brit¨¢nicos al siglo XX y quiz¨¢s mucho m¨¢s que eso: el entierro de la Gran Breta?a imperial. En realidad fue el principio del adi¨®s porque la despedida final a¨²n no tiene fecha: ser¨¢ el d¨ªa en que los brit¨¢nicos lloren a Isabel II, las ¨²nicas exequias que podr¨¢n superar en grandiosidad el funeral de Margaret Thatcher.
Ha habido mucho Dios, mucha patria y hasta mucho rey, con Su Majestad Isabel II y el duque de Edimburgo presentes en la catedral de San Pablo, asistentes por primera vez desde la muerte de Winston Churchill a las exequias de un pol¨ªtico.
Tambi¨¦n ha habido gente. Mucha gente en la calle aplaudiendo al paso del cortejo f¨²nebre. Ha habido tambi¨¦n alg¨²n abucheo, alguna pancarta de protesta y gente que ha optado por darle la espalda al cad¨¢ver de la controvertida primera ministra cuando su f¨¦retro, envuelto en la Union Jack, se ha paseado por el Strand y ha atravesado la City camino de San Pablo, aupado en un carro de artiller¨ªa tirado por caballos negros y escoltado por el Ej¨¦rcito.
Ha sido un funeral con honores militares. Como correspond¨ªa a la primera ministra que gan¨® la ¨²ltima guerra bilateral en la que se ha visto envuelto Reino Unido. Patria. Mucha patria. Y Dios. Mucho, mucho Dios en una ceremonia religiosa que la propia Margaret hab¨ªa dejado dise?ada casi hasta el ¨²ltimo mil¨ªmetro. Hasta eso ha dado la impresi¨®n de ser algo del pasado. Es dif¨ªcil pensar que a finales de este siglo o principios del siglo XXII, la religi¨®n pueda seguir jugando un papel tan primordial en los funerales de un primer ministro de una potencia europea.
Hubo tambi¨¦n pol¨ªtica. Alguna, entre l¨ªneas. John Campbell, bi¨®grafo de Margaret Thatcher, cree ver buena parte del pensamiento de la Dama de Hierro en algunos de los textos que en su d¨ªa eligi¨® para ser le¨ªdos en su funeral. Como la constancia que ha de tener quien elige un camino, y que rezuma el primer himno que reson¨® en San Pablo: Ser un peregrino, de John Bunyan. O las alusiones a la lucha personal en la lectura de los Efesios, que ha corrido a cargo de Amanda Thatcher, la joven nieta de 19 a?os que encandil¨® a la audiencia con su temple. Un texto en el que Campbell imagina a la Dama de Hierro vi¨¦ndose a s¨ª misma como guerrera que se enfrenta a la debilidad y al error, nunca temerosa de ir contra corriente.
Ha habido tambi¨¦n pol¨ªtica menos entre l¨ªneas, m¨¢s a la vieja usanza, con el templo abarrotado de primeros ministros (junto al actual, David Cameron, estuvieron John Major, Tony Blair y Gordon Brown), el Gobierno actual en pleno y viejas glorias del Partido Conservador. Menos nutrido ha sido el apartado de dignatarios extranjeros, entre los que se combinaban figuras del muy distante pasado (Henry Kissinger), del pasado reciente (Dick Cheney) y del presente (Benjam¨ªn Netanyahu).
No mucho lustre desde Ultramar. Era igual. La jornada entera ha sido un d¨ªa de gloria para Margaret Thatcher y para el thacherismo. ¡°En cierto sentido, todos somos thacheristas¡±, ha dicho de buena ma?ana el primer ministro Cameron. Parec¨ªa referirse m¨¢s al impacto del legado de la Dama de Hierro que a la querencia individual que pueda tener cada uno hacia la ex primera ministra.
Los enemigos de la Dama de Hierro apenas han hecho acto de presencia. No han faltado algunos silbidos al paso del cortejo, ni gente que le ha dado la espalda a la caravana f¨²nebre o que ha gritado contra ella consignas de dudoso gusto para la ocasi¨®n: ¡°Maggie, Maggie Maggie; muerta, muerta, muerta¡±. Pero, como suele ocurrir en estas ocasiones, los agoreros pron¨®sticos de violencia e incidentes han quedado desmentidos por la realidad.
Pese a toda la pompa destilada, las exequias han sido relativamente breves. Una hora desde que el cad¨¢ver ha abandonado el palacio de Westminster a las 10 de la ma?ana hasta que el f¨¦retro ha aparecido en la catedral de San Pablo. Luego, un poco m¨¢s de una hora de m¨²sica, himnos, lecturas, rezos y la homil¨ªa del obispo de Londres, el reverendo Richard Chartres, que ha parecido querer superar las querellas pol¨ªticas al proclamar que, por muy pol¨¦mica que fuera la figura p¨²blica de Thatcher, ¡°al yacer aqu¨ª, es como uno de nosotros, sujeta al destino com¨²n de todos los seres humanos¡±.
Luego, Margaret Thatcher ha desaparecido en el coche f¨²nebre, camino del crematorio. Sus cenizas reposar¨¢n junto a los restos de su marido, Denis, frente al Royal Hospital, en Chelsea.
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