Iztapalapa vive un v¨ªa crucis diario
EL PA?S recorre la delegaci¨®n m¨¢s poblada de M¨¦xico DF, un foco rojo del plan de prevenci¨®n
Esto que se ve desde un cerro polvoriento, refugio de yonquis y parejas sin dinero para el motel, es Iztapalapa, esa parte de la Ciudad de M¨¦xico que no aparece en ninguna postal. En esta delegaci¨®n de 1,8 millones de habitantes, en la que a diario se celebra alguna feria local con juegos de luces y atracciones envejecidas, la vida es cuesti¨®n de fe y de saber adaptarse al entorno. Roberto Astorga, un polic¨ªa en la reserva, vive en el Hoyo, un lugar en el que se esconden bandas de secuestradores y traficantes de droga ?C¨®mo vive por estos lares un hombre de ley? ¡°Si se meten conmigo les meto un balazo y chinga su madre¡±, dice para ejemplificar que aqu¨ª cada uno se tiene que velar por s¨ª mismo.
La localidad es famosa en todo el pa¨ªs por la dram¨¢tica representaci¨®n de la Pasi¨®n de Cristo que tiene lugar en sus calles desde hace 170 a?os, lo que atrae a millones de peregrinos de todo el mundo, pero el verdadero v¨ªa crucis de sus ciudadanos reside en su d¨ªa a d¨ªa. La violencia, la falta de agua potable, los problemas en el transporte, los conflictos sociales y el estado de las viviendas han convertido a sus habitantes en una especie de supervivientes urbanos.
A medida que se avanza hacia el interior del Hoyo, las calles se van estrechando hasta hacer imposible el paso de coches. Es la v¨ªa de escape id¨®nea para delincuentes que traen a la polic¨ªa en los talones. Ah¨ª es donde nos cruzamos a Astorga, de 60 a?os, arreglando una lavadora en la entrada de su casa. Luce orgulloso la camiseta con un logotipo de La polic¨ªa pero maldice la bala que tiene incrustada en una pierna. ¡°Me dieron el balazo dos chavos que robaban un carro. No me dieron tiempo a sacar mi arma¡±, apunta sobre la cobard¨ªa de sus atacantes. No es extra?o que la gente lleve un hierro, un fog¨®n, o sea una pistola.
Las autoridades del DF lanzaron este a?o una campa?a de desarme voluntario. Recaudaron m¨¢s de 800 armas, la mayor¨ªa pistolas y escopetas pero tambi¨¦n alg¨²n que otro lanzagranadas. "No dispares", se lee en calcoman¨ªas pegadas por las paredes. El mensaje intenta acabar con la costumbre local de disparar al aire a modo de celebraci¨®n. El problema es la gravedad. A finales del a?o pasado una bala perdida mat¨® a un ni?o. ? ?
M¨¢s arriba, casi en la cima del cerro, Elisabeth Jim¨¦nez se lava los dientes en una pila con agua estancada. Su hija de veintipocos a?os agarra una cubeta y anuncia que va a ba?arse. Jim¨¦nez tuerce el gesto: ¡°Los seres humanos nos adaptamos a todo, porque es lo que hay, pero no es digno que recibamos este trato¡±. El principal suministro de agua del DF viaja desde poniente y tarda 23 horas en trasladarse hasta aqu¨ª. Llega sin fuerza y a duras penas remonta estas colinas. En algunos barrios como el de Santiago Acahualtepec hay abastecimiento de agua un solo d¨ªa en semana durante cuatro horas. Es un problema hist¨®rico. El alcalde de la capital, Miguel Mancera, anunci¨® este mes que rehabilitar¨¢ las plantas potabilizadoras. Iztapalapa ha tenido que enfrentar los problemas propios de pasar de ser un pueblito de agricultores a convertirse en un monstruo superpoblado.
Cuando gente pobre de provincia comenz¨® a levantar sus precarias viviendas en estos campos donde se cultivaban elotes y frijoles, Juan Res¨¦ndiz, tocado con un sombrero, se asent¨® con la familia a un lado de una vereda. Recuerda el d¨ªa que ¨¦l y otros vecinos expulsaron a la polic¨ªa, m¨¢s corrupta que otra cosa, y crearon sus propias asambleas para poner orden en medios de este caso, tan dejados de la mano de Dios como estaban. Acababa de nacer la Uni¨®n de Colonos. ¡°Se form¨® para defender nuestras causas. Acordamos no permitir la venta o apropiaci¨®n de un cent¨ªmetro de terreno m¨¢s. Luch¨¢bamos por nuestros derechos¡±, cuenta a sus 83 a?os.
En los siguientes a?os gestionar¨ªan la venta de espacios, muy sujetos al fraude, y las demandas de drenaje, escuelas, luz y seguridad. De esto ¨²ltimo se ocuparon ellos mismos de una forma bastante silvestre. Asesinos, violadores y ladronzuelos eran atados a un ¨¢rbol para recibir un severo castigo. Hasta el encinar se acercan todav¨ªa curiosos. Con los a?os, los colonos han ido perdiendo poder a medida que iba creciendo la presencia de las instituciones, pero sigue siendo una cantera de l¨ªderes locales.
La vida del distrito est¨¢ muy politizada. Hasta el m¨¢s despistado conoce los intr¨ªngulis que rodean al poder. Cuesta encontrar una calle cuyos muros no est¨¦n pintados con publicidad electoral. Hay casi tantos como perros callejeros. En ocasiones el mando es hereditario y hay casos de hasta cuatro miembros de una misma familia en cargos p¨²blicos. Los clanes internos del PRD ¨Cla izquierda mexicana- llevan veinte a?os disput¨¢ndose un distrito en medio de acusaciones mutuas de fraude. El clima se ha embrutecido. No pelean por nada. El presupuesto que manejan sus representantes supera los 3.000 millones de pesos, cerca de 200 millones de d¨®lares.
Existe la creencia de que Iztapalapa est¨¢ entre dos aguas. Ni es la Ciudad de M¨¦xico propiamente dicha ni el Estado, el gran cintur¨®n que lo rodea. Esa indefinici¨®n provoca dudas. Si alguien dice que es de aqu¨ª, a continuaci¨®n matiza que vive ¡°en la parte bonita¡±, la que pega con el DF. ¡°Y no siempre, la mayor¨ªa cuando sale oculta su procedencia. Hay un estigma de naco, de ignorante que cargamos los que vivimos aqu¨ª¡±, explica V¨ªctor Varela, un exdiputado federal y local que nos ha acompa?ado durante buena parte del recorrido.
Esa gente que alg¨²n d¨ªa negar¨¢ a Iztapalapa ¨Co no?- tiene que desplazarse a diario a otras localidades para trabajar. La ¨²nica fuente local de empleo es la central de abasto, por lo que no queda otra que emigrar a diario. Los trayectos de dos y tres horas hasta el DF ¨Cen peseros (microbuses) que avanzan en medio de una carretera atestada de veh¨ªculos- son otro tipo de violencia que los ciudadanos han adquirido como otra capa m¨¢s de su piel. Pero existe una amenaza m¨¢s real y externa: los atracos en el transporte p¨²blico.
La se?al m¨¢s evidente de lo que est¨¢ pasando es la brecha en la frente que trae Alfredo Mendoza, de 44 a?os. Viste de camiseta interior sin mangas. Un grupo de tres j¨®venes se le subi¨® la semana pasada al micro e hicieron tiempo hasta que se baj¨® el resto del pasaje. Entonces cerraron las puertas y lo rodearon en la parte delantera. Le robaron la caja del d¨ªa, unos 1.200 pesos (100 d¨®lares), y antes de irse le soltaron un navajazo en la cara. ¡°Pens¨¦ que me quebraban¡±, reconoce a¨²n impactado por lo ocurrido. En 2012 se abrieron m¨¢s de 20.000 investigaciones policiales por delitos cometidos en esta ¨¢rea. El robo en transporte, junto al mercado ilegal de autopartes y el tr¨¢fico de drogas, acapara buena parte de las pesquisas. ?Seguir¨¢ en el oficio pese a la amenaza? ¡°Y qu¨¦ quiere que haga, llevo en esto desde los doce a?os¡±, se?ala, y cuando preguntamos c¨®mo hac¨ªa para llegarle a los pedales, a?ade: ¡°As¨ª era¡±.
Este tipo de violencia no tiene nada que ver con la que hab¨ªa cuando el padre Cosme, un cura italiano de Los Siervos de la Caridad, pis¨® por primera vez este territorio lleno de chozas en 1987. Entonces grupos de pandilleros se tiroteaban un d¨ªa s¨ª y otro tambi¨¦n. La infraestructura de los barrios ha mejorado aunque las viviendas siguen presentando bastantes deficiencias. Hab¨ªa en 2010 medio millar que podr¨ªan venirse abajo y un gran n¨²mero de ellas tienen grietas producto de la inestabilidad de la tierra en la que han sido levantadas. Unas 17.000 se pueden considerar chabolas y m¨¢s de 100.000 est¨¢n construidas sobre terreno protegido o de siembra.
El padre Cosme es la autoridad moral m¨¢s respetada de Iztapalapa. Lleg¨® como un cualquiera y se march¨® a Colombia como un h¨¦roe en 2003. Su misa de despedida fue multitudinaria. La gente llor¨® ¡°un r¨ªo¡±, de acuerdo a la versi¨®n bastante fiable de una beata. Su vuelta este a?o ha causado un gran impacto en la comunidad. ¡°Son mucha gente pobre llegada de todos lados de la rep¨²blica y cuesta que haya un orgullo de pertenencia¡±, cuenta el padre. Su labor sigue siendo la de construir una comunidad fuerte. Queda mucho trabajo por hacer, matiza, como atender el embarazo de adolescentes, el abandono escolar o la violencia familiar, que sufre sobre todo la mujer. Esa es la misi¨®n en la tierra del Cosme, que a sus 67 a?os dice que se interna en la primavera de la vejez.
No muy lejos de la parroquia, una familia a bordo de un coche estacionado est¨¢ esperando unas garrafas de agua. Michelle, de 16 a?os, tiene un hijo de tres con un chico de su misma edad. Se casaron a los 13 y como no ten¨ªan la aprobaci¨®n de sus padres, se escaparon a otra ciudad cercana. El pap¨¢ de ella, Jos¨¦ Mart¨ªn, los encontr¨® despu¨¦s de seis meses de b¨²squeda y se los llev¨® a todos a casa. Mar¨ªa Jes¨²s, la madre de todos ellos, dice que lo suyo consiste en cuidar ni?os y a los ni?os de esos ni?os. ¡°No saben cuidar un beb¨¦. Yo tengo que estar encima ense?¨¢ndoles c¨®mo se cambia un pa?al¡±, explica, aunque no hay reproche en ello, m¨¢s bien tristeza. El matrimonio tiene otro hijo: ¡°Ojal¨¢ y no cometa los mismos errores¡±.
Cae la tarde y llega la hora en que cientos de miles de habitantes de Iztapalapa tengan que volver a casa, a costa de sortear horas de tr¨¢fico. Varela encara una avenida con el jeep amarillo con el que viajamos. En un sem¨¢foro recompensa con unos pesos a un limpiaparabrisas que no suelta el disolvente ni para pasar la bayeta. ¡°Yast¨¢s¡±, le suelta cuando se pone el sem¨¢foro en verde, que es la forma m¨¢s mexicana que hay de dar por zanjado algo.
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