Los escombros de la tragedia
Fahima cos¨ªa 120 prendas a la hora por un salario rid¨ªculo hasta que el derrumbe del Rana Plaza de Bangladesh le dej¨® sin marido y, como al resto de supervivientes, sin trabajo ni futuro
El apag¨®n ocurri¨® hacia las nueve de la ma?ana. Era mi¨¦rcoles. Los apagones son tan corrientes en Bangladesh que, por orden de las autoridades, las tiendas de cada barrio de Dacca cierran un d¨ªa por semana para que el resto de la ciudad tenga un suministro aceptable. El corte de luz encendi¨® los generadores y, en un instante, todo empez¨® a vibrar. Las grietas que se hab¨ªan abierto el martes en la tercera planta se agrandaron. Cundi¨® el p¨¢nico. Fahima, que cos¨ªa un pantal¨®n estrecho, de mujer, oy¨® que su marido, Abu Said, que doblaba y empaquetaba prendas, la llamaba. Lograron encontrarse pese al caos. Se acababan de dar la mano cuando ella oy¨® un grito. ¡°?Dios m¨ªo, v¨¢monos!¡±, aull¨® el supervisor. Fue imposible.
¡°Es lo ¨²ltimo que o¨ª¡±, cuenta serena esta mujer de 20 a?os a las puertas de una choza a la que se llega callejeando a pie desde el solar donde estuvo el lugar de trabajo de la pareja. Fahima nunca volvi¨® a ver a su esposo vivo. Hallaron su cad¨¢ver 16 d¨ªas despu¨¦s. Ella tuvo suerte. Fue rescatada indemne al cabo de ocho horas.
En el terreno donde se alz¨® el Rana Plaza, siete alturas incrustados entre viviendas, oficinas y otras f¨¢bricas, queda agua estancada, unos escombros y algunos rollos de tela. Hasta aqu¨ª llegaban cada ma?ana a las ocho unas 4.600 personas para cortar piezas, pedalear en una m¨¢quina de coser durante las siguientes 9, 10 o 14 horas --o las que los plazos del pedido requirieran¡ª o empaquetar camisas y pantalones de grandes marcas como Primark, Benetton, El Corte Ingl¨¦s o Le Bon March¨¦. Sentadas en l¨ªneas de 50 m¨¢quinas, con una tropa de ayudantas para traer hilos o suplirlas cuando iban al servicio, trabajaban soportando gritos e insultos de los capataces y a menudo sin unos miserables ventiladores a 30 grados y con el 90% de humedad. Cobraban una media de 5.000 taka al mes (50 euros).
Los salarios de Fahima y Abu Salim, padres de un ni?o de 5 a?os, sumaban unos 150 euros. Con horas extra, por supuesto, absolutamente imprescindibles para cumplir los plazos de entrega y para que los empleados lleguen a fin de mes. A Fahima el trabajo no le gustaba por tedioso, pero considera que la paga no estaba mal para ella, una campesina hu¨¦rfana de padre e hija de una sirvienta. ¡°Eran muy aburrido y hab¨ªa much¨ªsima presi¨®n. Es agotador¡±. Cos¨ªa 120 prendas por hora. Una cada 30 segundos.
La costurera asegura que trabajaba para Primark ¨Cla minorista irlandesa ha sonado mucho en Bangladesh porque fue la primera en reconocer que se suministraba en el edificio derrumbado y la primera en poner en marcha un programa de ayudas de emergencia-- pero lo habitual es que no tengan una noci¨®n clara del cliente. Es posible que una fila cosa para una firma y la de al lado, para otra. ¡°Saben que trabajan para grandes marcas de EE UU y Europa, pero no exactamente para qu¨¦ empresa¡±, explica Roxana Yasmin, 34 a?os, de la ONG Solidarity Center. Dacca debe ser una de las poqu¨ªsimas capitales del mundo sin un solo H&M, Gap, Zara, Benetton, Mango o similar.
Las magnitudes que convierten al Rana Plaza en uno de los mayores desastres industriales de la historia son 1.130 muertos y 1.537 heridos (incluidos decenas de mutilados en una sociedad que los aboca a menudo a la mendicidad), seg¨²n el sindicato mundial IndustriALL. Todav¨ªa hay 316 trabajadores desaparecidos y 216 cad¨¢veres enterrados pendientes de ser identificados. El ¨²nico laboratorio que gestiona las pruebas de ADN est¨¢ saturado y tardar¨¢ meses. Y el resto, los que tuvieron la gran suerte de salir ilesos, al margen del trauma de quedar atrapado rodeado de cad¨¢veres de compa?eros durante horas o d¨ªas, se han quedado sin empleo.
Los 30 euros de salario m¨ªnimo es el peor sueldo del mundo, el que puso a Bangladesh en el mapa del textil ¡®low cost¡¯
Los m¨²sicos George Harrison y Ravi Shankar pusieron Bangladesh en el mapa en 1971, poco antes de que naciera como pa¨ªs tras romper con Pakist¨¢n, al organizar el primer gran concierto ben¨¦fico de la historia. Bob Dylan y compa?¨ªa tocaron para los refugiados de un cicl¨®n y la guerra civil. El pa¨ªs celebr¨® con orgullo el Nobel de la Paz de 2006, concedido al banquero Mohamed Yunus por los microcr¨¦ditos que han sacado de la pobreza a millones entre sus 150 millones de compatriotas. A partir del 24 de abril pasado, a medida que se rescataban cad¨¢veres, el nombre de Bangladesh saltaba de las etiquetas a los titulares.
El mundo descubr¨ªa lo que las marcas sab¨ªan. El pa¨ªs es un para¨ªso para los empresarios de la moda low cost. Costes laborales a precio de ganga. Factor clave para ofrecer precios imbatibles a una clientela ¨¢vida de consumir. Los 30 euros de salario m¨ªnimo tampoco dan aqu¨ª para vivir dignamente. Es el peor sueldo del mundo. Es precisamente eso lo que le puso en el mapa del textil.
¡°Primero fabric¨¢bamos en ?frica del Norte, luego en Europa del Este, en Rusia, Turqu¨ªa, China y ahora aqu¨ª¡±. Es el recorrido que han hecho comerciantes como Douwe Schurer, un holand¨¦s que trabaja en el sector hace dos d¨¦cadas. ¡°Yo solo sigo al mercado¡±, dice en un hotel de un barrio diplom¨¢tico. Explica que en China, donde vive, el coste laboral se ha disparado a los 380 euros al mes mientras aqu¨ª ronda los 75-110 euros. Director de calidad de una compa?¨ªa cuyo nombre pide omitir, es su primera visita al pa¨ªs. ¡°El tema est¨¢ muy candente en Europa. Las auditor¨ªas, cumplir los m¨ªnimos¡ y mis jefes me han mandado para que eche un vistazo a nuestras f¨¢bricas¡±. Asegura que las que ha visto est¨¢n mejor que en China.
La industria textil banglades¨ª es un grand¨ªsimo tinglado montado por las autoridades y los fabricantes locales (uno de cada 10 diputados posee un taller textil) a la medida de las empresas extranjeras. Todos saben que las condiciones de trabajo son lamentables y que, si uno no llega a terminar el pedido a tiempo, lo subcontrata. ?Y las auditor¨ªas? ¡°Se pueden comprar¡±, responde Schurer. Cuenta una exauditora local que en una f¨¢brica sol¨ªa sonar por megafon¨ªa un exitazo Bollywood cuando se presentaban los auditores.
Antes del desplome hubo toques de atenci¨®n, recuerdan los activistas proderechos laborales. Desastres bautizados con nombres de f¨¢bricas: Spectrum (un desplome que mat¨® a 64 personas en 2005) o Tazreen (incendio que mat¨® a 112 en noviembre pasado). En estos siete meses ha habido otros 44 fuegos con 16 muertos, seg¨²n el recuento de Solidarity Center. Todos en el Rana Plaza ¨Cy los lectores de prensa local y telespectadores-- sab¨ªan que hab¨ªa grietas.
La tragedia puso al desnudo el abismo entre costes y beneficios, las marcas sintieron en el cogote la presi¨®n y se desat¨® una furiosa sucesi¨®n de reuniones, llamadas, acuerdos e iniciativas a m¨²ltiples bandas para preservar el inmenso negocio de esta industria que crece a velocidad de v¨¦rtigo. Cuatro millones de trabajadores (la mayor¨ªa mujeres rurales) han convertido Bangladesh en la gran m¨¢quina de coser del mundo (tras China), han contribuido a que la econom¨ªa crezca desde hace a?os por encima del 6%, y lo que fabrican supone el 80% de las exportaciones.
Ni la joven viuda Fahima ni los otros supervivientes del Rana Plaza entrevistados est¨¢n, por ahora, dispuesto a regresar a un empleo similar. Pero tampoco tienen grandes alternativas. El textil ha permitido a infinidad de mujeres provenientes del medio rural ¨Cproliferan las divorciadas con hijos a su cargo¡ªalcanzar la independencia econ¨®mica aunque sea mediante trabajos extremadamente precarios. Shahanaz, de 26 a?os, era sirvienta por 5 euros al mes ¨Csi alg¨²n oficio se considera esclavo en este pa¨ªs es ese-- y tras 12 a?os cosiendo ganaba 100 euros.
Lo que ellas no esperaban era un oficio de alto riesgo. Roxana, 25 a?os, costurera en el s¨¦ptimo del Rana Plaza, perdi¨® la parte inferior de la pierna izquierda. A Laboni Khanom, de 21, enfermera en un taller de la quinta, le amputaron el brazo izquierdo. A Rebekah Rahman, 23 a?os, costurera en la sexta, le faltan la pierna izquierda desde la ingle y el pie derecho. En la cama de un hospital mugriento, solo llora cuando cuenta que dos primos, su madre y su abuela est¨¢n desaparecidos. Vinieron juntos del pueblo al textil.
Al calor del ¨²ltimo desastre, unas 30 firmas, lideradas por los gigantes europeos H&M, Inditex y C&A, firmaron un acuerdo por el que se comprometen a costear mejoras en las f¨¢bricas para evitar incendios y garantizar la seguridad. Sus hom¨®logas estadounidenses se mantienen al margen, temerosas de los tribunales. El desaf¨ªo es plasmar lo firmado en mejoras sobre el terreno.
Al descubrir las grietas, los trabajadores intentaron plantarse pero sus jefes amenazaron con despedirlos. Y adem¨¢s ¡°era fin de mes [el 24]. Tem¨ªa que si no iba no me pagar¨ªan el mes completo¡±, explica Abdul Razzak, 30 a?os, que inspeccionaba una l¨ªnea de costura en la sexta. La Organizaci¨®n Internacional del Trabajo (OIT) constata violaciones de los derechos laborales como restricciones al derecho a sindicarse. Lejo Sibbel, de la OIT en Dacca, conf¨ªa en que los cambios legislativos en marcha se aprueben y apliquen, de modo que se puedan formar sindicatos y puedan operar. El Gobierno tambi¨¦n ha prometido 200 nuevos inspectores a sumar a los 55 que hay ?para todo el pa¨ªs!
Las indemnizaciones y la subida del sueldo m¨ªnimo son la batalla de Babul Akhter, 40 a?os, enmarcada en la campa?a internacional Ropa Limpia. Tras un lustro en el textil, preside la BGIWF, una federaci¨®n de trabajadores del textil. Su trabajo tambi¨¦n es arriesgado. Una avalancha de denuncias en 2010 ¡°por vandalismo, por obstaculizar los ingresos del Gobierno, etc¨¦tera¡± le llev¨® un mes a la c¨¢rcel tras una protesta para reclamar mejoras salariales. Y uno de sus colegas, el activista Aminul Islam, fue asesinado en circunstancias sospechosas el a?o pasado. El asunto preocupa incluso a EEUU: Hillary Clinton pidi¨® explicaciones a las autoridades durante su ¨²ltima visita.
Alg¨²n gesto hay. M¨ªnimo. Tard¨ªo. Mientras diplom¨¢ticos, representantes de marcas y autoridades se reun¨ªan esta semana en el Westin, el hotel m¨¢s lujoso de Dhaka, el Gobierno ofrec¨ªa mil euros de recompensa por informaci¨®n sobre el sospechoso de asesinar a Islam y deten¨ªa al due?o de Tazreen, escenario del incendio mortal hace siete meses.
La batalla sindical es tit¨¢nica. El equipo del Alonzo Suson, estadounidense y director del Solidarity Center , ha entrevistado a un millar de supervivientes y familiares para ofrecerles ayuda legal. Pretenden ser cantera de sindicalistas. Cuenta entusiasmado que en medio a?o se han creado sindicatos en 30 empresas (hay 5.000) liderados por gente joven, muchas mujeres. Y han logrado cosas. Sencillas. Pero mejoras: agua de garrafa, en vez de del grifo o un lugar donde comer a la sombra y en sillas. Con cautela de veterano, Suson destaca que por primera vez la patronal textil (conocida como BMGEA en este pa¨ªs seducido por las siglas) admite que existe un problema de seguridad y no despacha los incidentes como sabotajes o conspiraciones.
Los activistas locales exigen que los due?os de Rana Plaza y de las f¨¢bricas sean juzgados por asesinato porque ¡°no fue un accidente¡±. La polic¨ªa de Bangladesh orden¨® en abril la b¨²squeda del espa?ol David Mayor, director general de Phantom Tac, pero a la polic¨ªa espa?ola no le constaba ninguna orden de detenci¨®n.
A algunas amputadas les han tomado medidas para las pr¨®tesis, la patronal pag¨® a los supervivientes el sueldo de abril y el Gobierno dio 200 euros por cada fallecido para el entierro. El destino de las donaciones locales es un misterio porque no est¨¢n centralizadas. Y las marcas implicadas que prometieron ayudas de emergencia a¨²n dise?an la entrega. Un enviado de El Corte Ingl¨¦s, que fabricaba en el Rana Plaza, est¨¢ en Dacca averiguando c¨®mo canalizar el dinero, seg¨²n fuentes de la empresa. Mango se distanci¨® del desastre con el argumento de que hizo un pedido de prueba que no hab¨ªa comenzado. Las ONG dicen que s¨ª, y la enfermera que perdi¨® el brazo, Laboni, cuenta que en su planta ¡°hab¨ªa que terminar un pedido de Mango aquella noche¡±.
IndustriALL, que representa a Laboni y sus compa?eros, cifra las indemnizaciones en 50 millones de euros. Cantidad a repartir entre las empresas (45%), los due?os de talleres (28%), la patronal (18%) y el Gobierno (9%). Los entendidos en el textil local lo llaman el ¡°modelo Spectrum¡±, por las indemnizaciones de aquel caso. El ¨²ltimo pago ¡°se hizo el s¨¢bado pasado, el 8¡±, revela Ramesh. Aquel desplome fue hace ocho a?os.
El lujoso hotel Westin ha contratado a Reshma Begum, la ¨²ltima rescatada tras 17 d¨ªas bajo los escombros. Pero el resto a¨²n se tiene que buscar la vida. Muchos piensan en volver a sus pueblos. Alguna cuenta que, si consigue una m¨¢quina de coser, vestir¨¢ a sus vecinos. Gente cercana, no desconocidos que no la conocen.
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