Origen, impacto y consecuencias de los papeles de Snowden
Los programas secretos de espionaje de EE UU desvelados por un contratista de la NSA abren un debate sobre la intromisi¨®n del Gobierno en la privacidad de los ciudadanos
De todo lo que se ha conocido en los ¨²ltimos d¨ªas gracias a la audacia de un joven de 29 a?os con una cierta obsesi¨®n por el espionaje, hay algo que no es novedad: la privacidad ha desaparecido, somos constantemente objeto de la mirada de alguien. Ahora hemos sabido que entre esos muchos que nos observan est¨¢ el Gobierno de Estados Unidos, lo cual tampoco es exactamente una gran sorpresa.
EE UU es la mayor potencia econ¨®mica y militar del mundo. Tiene intereses planetarios y tropas y bases en los cinco continentes. Es el objetivo declarado n¨²mero uno del terrorismo internacional, que le demostr¨® sus intenciones y recursos el 11 de septiembre de 2001. Ha sido blanco de numerosos ataques cibern¨¦ticos de parte de su gran rival en el mundo, China. Es el pa¨ªs que invent¨® Internet y en el que han nacido y residen Google, Microsoft, Facebook, Apple, Twitter y otras marcas de menos renombre que dominan la actividad en la Red. Tiene, por tanto, los motivos y los medios. Que el Gobierno de EE UU, en colaboraci¨®n m¨¢s o menos voluntaria con las empresas de EE UU que poseen toda la informaci¨®n existente en Internet, haya accedido a esos datos con el prop¨®sito de localizar a sus enemigos, puede ser cualquier cosa menos una sorpresa.
Tampoco es un una ilegalidad, puesto que el Gobierno se provey¨® de todas las autorizaciones parlamentarias y judiciales que eran pertinentes. S¨ª puede ser una inmoralidad y un atropello de las libertades p¨²blicas, algo en lo que las autoridades de todos los pa¨ªses incurren frecuentemente con la ley en la mano. Pero el juicio de esa actitud puede producir resultados distintos si se observa desde el concepto liberal e individualista, en cuyo caso el veredicto ser¨ªa severo, o desde una idea m¨¢s estatista sobre el papel del Gobierno, que podr¨ªa dictar una sentencia m¨¢s benevolente.
?Qu¨¦ es lo que est¨¢ en juego en el caso que el joven Edward Snowden ha puesto sobre la mesa? ?Qu¨¦ es lo que realmente ha sacado a relucir y qu¨¦ debate ha desencadenado eso? ?Debe preocuparle a los ciudadanos ser espiados? ?Por qu¨¦? En EE UU, la opini¨®n p¨²blica parece decantarse a favor de permitir ciertas incursiones del Gobierno en su privacidad, si eso ayuda a mejorar su seguridad, lo que responde a la l¨®gica de que una mayor¨ªa de poblaci¨®n cuyo comportamiento es intachable no tiene en principio ning¨²n temor a que revisen su vida. Pero, por supuesto, no se trata de eso. Se trata de cu¨¢les son los l¨ªmites del Estado y qu¨¦ pueden hacer las personas corrientes para protegerse.
Edward Snowden, un contratista privado al servicio de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), entreg¨® a The Guardian, primero, y despu¨¦s a The Washington Post dos documentos que recog¨ªan otros tantos programas secretos de espionaje del Gobierno de EE UU, uno para el registro de los n¨²meros de tel¨¦fono y duraci¨®n de las llamadas telef¨®nicas de la compa?¨ªa Verizon en EE UU, y otro, conocido como Prisma, que permite el acceso a correos electr¨®nicos, chats, fotos y otro material intercambiable en Internet entre ciudadanos extranjeros y fuera de territorio de EE UU.
De acuerdo a las autoridades norteamericanas, ambos son programas son muy valiosos, han permitido en el pasado abortar decenas de intentos de ataques terroristas y su revelaci¨®n constituye un gran perjuicio para EE UU. De acuerdo a la Uni¨®n Americana de Libertades Civiles (ACLU), que ha presentado una demanda contra el Gobierno, es una violaci¨®n de la Constituci¨®n. El presidente Barack Obama los defendi¨® diciendo que, en el mundo actual, ¡°no se puede tener el 100% de privacidad y el 100% de seguridad¡±. Esos programas representan, dijo, una m¨ªnima molestia que los norteamericanos pueden permitirse en aras de dormir m¨¢s tranquilos.
Ah¨ª es donde est¨¢ el meollo de la cuesti¨®n. ?Dormimos m¨¢s tranquilos sabiendo que el ojo del Gran Hermano orwelliano vigila? Tal vez s¨ª o tal vez no, pero, en todo caso, la ¨²nica alternativa es permanecer despiertos.
Para analizar el impacto y las consecuencias de los papeles de Snowden es necesario inscribirlos en el tiempo en que se han producido. As¨ª como los papeles del Pent¨¢gono cayeron sobre una poblaci¨®n horrorizada con la guerra y el Watergate aterriz¨® en un pa¨ªs asqueado de las marruller¨ªas de la pol¨ªtica, los papeles de Snowden encuentran a una sociedad adormecida por los encantos ilimitados de las nuevas tecnolog¨ªas.
Hoy la privacidad es objeto de ataque constante e impune. Cuando se entra en un banco, uno es observado por una c¨¢mara tras la que hay un agente de seguridad; cuando se sube al metro o se accede a un aeropuerto, todos somos, igualmente, filmados y registrados. Simplemente paseando por la calle podemos ser grabados y, posteriormente, nuestra imagen puede ser contemplada por un funcionario, que, aburrido, podr¨ªa llegar a entretenerse con algunos detalles de nuestro f¨ªsico. Hay c¨¢maras en los m¨¢s diversos escenarios p¨²blicos y privados, desde un teatro a un taxi, y a nadie parece importarle mucho.
Esa realidad adquiere una proporci¨®n desmesurada cuando se traslada al campo de Internet. Nuestros mensajes, nuestras fotos de cumplea?os, cualquier indiscreci¨®n personal, incluso nuestros m¨¢s ¨ªntimos pensamientos ofrecidos al amigo o la persona amada est¨¢n almacenados en alg¨²n lugar de lo que, muy gr¨¢ficamente, se llama ¡°la nube¡±. Ser¨¢ una nube, pero no es un limbo. Empresas concretas y personas precisas tienen acceso a esa informaci¨®n, la procesan y, eventualmente, la usan con motivos comerciales.
?Cu¨¢l es la diferencia de que la use el Gobierno con motivos m¨¢s nobles, como la seguridad? En primer lugar, es necesario recordar que el programa Prisma no afecta, al menos en lo que se sabe, a ciudadanos norteamericanos o que residan en EE UU. Por lo dem¨¢s, el espionaje es una actividad tan antigua como el propio ser humano. En otros tiempos se hac¨ªa con rudimentarias antenas parab¨®licas y micr¨®fonos ocultos en un jarr¨®n. Hoy basta un ordenador. Los pa¨ªses se esp¨ªan unos a los otros, y esp¨ªan a sus propios ciudadanos, sus finanzas y movimientos sospechosos. Cuando ese espionaje produce resultados satisfactorios, que es relativamente frecuente ¨Cpiensen, en cada pa¨ªs, en la cantidad de indeseables detectados en los ¨²ltimos a?os por el seguimiento de sus cuentas bancarias o sus llamadas telef¨®nicas¨C, nos alegramos todos. ?Cu¨¢ntos inocentes no habr¨¢n sido espiados hasta llegar a los verdaderos culpables! Pero, al mismo tiempo, cuando nos queda constancia de que ese espionaje existe, nos horrorizamos. Y ese horror se produce, no tanto por el espionaje en s¨ª, sino por su car¨¢cter secreto.
Lo secreto nos asusta y, con raz¨®n, nos alarma. El secreto protege la actuaci¨®n leg¨ªtima de un agente del bien, pero tambi¨¦n tapa el abuso de un funcionario inescrupuloso. El secreto deja a los ciudadanos inertes ante el Gobierno, que queda como la ¨²nica autoridad para decidir qu¨¦ hacer en cada situaci¨®n. El secreto es, obviamente, el caldo de cultivo del autoritarismo.
Cualquiera puede entender que los gobernantes tengan que actuar en secreto en ocasiones. A nadie se le ocurre que la CIA debiera haber ido informando al Congreso sobre sus pasos en la localizaci¨®n de Osama bin Laden. Pero el secreto no se justifica siempre ni con tanta frecuencia como las autoridades desear¨ªan. Probablemente, no se justifica en los papeles de Snowden. No se aprecia a primera vista qu¨¦ dicen esos papeles que los terroristas no dieran ya por supuesto. ?A alguien se le ocurre que Al Qaeda se comunicaba por correo electr¨®nico sin sospechar en absoluto que pudiera ser le¨ªdos por los servicios de espionaje?
As¨ª pues, el problema de fondo detectado gracias a los papeles de Snowden es el del insuficiente control de la intromisi¨®n del Gobierno en las vidas privadas de los ciudadanos. No el ataque en s¨ª a una privacidad que ya no existe, ni el hecho mismo de que EE UU, como le corresponde, esp¨ªe para protegerse, sino la preocupaci¨®n por la extensi¨®n de ese espionaje debido a la falta de control democr¨¢tico. El Congreso era informado, pero en secreto. Un juez firmaba la autorizaci¨®n para ese espionaje, pero era el juez de un tribunal secreto ¨Ccreado en 1978 y conocido por las siglas de FISA- que en ¨²ltimo a?o aprob¨® todas, absolutamente todas, las solicitudes de intervenci¨®n presentadas por los responsables de seguridad. A todas luces parecen garant¨ªas escasas para una recolecci¨®n tan masiva de datos.
El ¨²ltimo ¨¢ngulo controvertido de esta historia es el del papel de las empresas de Internet, que ahora tratan de limpiar su imagen. Este s¨¢bado, Facebook dijo que en 2012 hab¨ªa recibido alrededor de 10.000 peticiones de distintos niveles del Gobierno para acceder a cuentas de sus clientes. Microsoft inform¨® de haber recibido entre 6.000 y 7.000 reclamaciones similares. Dif¨ªcil resistirse a esas peticiones, que iban firmadas por el correspondiente juez de FISA. Pero esas empresas y otras grandes de Internet que esta semana hicieron p¨²blicas reclamaciones de m¨¢s transparencia, se deben tambi¨¦n a sus clientes, con los que se han comprometido a no desvelar sus datos privados.
De nuevo, nos encontramos ante un dilema muy propio de este tiempo y dificil¨ªsimo de resolver. La tensi¨®n entre el inter¨¦s p¨²blico y el espacio privado existe desde que las personas conviven. En nombre de atender el bien de la mayor¨ªa se han cometido grandes gestas y tropel¨ªas a lo largo de la historia de la humanidad. Los papeles de Snowden prueban que la tentaci¨®n de actuar por encima del conocimiento de los ciudadanos, aunque sea en su propio favor, no solo no ha desparecido sino que se ha incrementado y hecho m¨¢s peligrosa en la era de Internet.
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