Privacidad vs. seguridad, guerra perdida
Es ilusorio pensar que volveremos a un para¨ªso donde quedemos preservados del af¨¢n fisg¨®n
Igual que hay quien sostiene que la ¨²nica manera segura de mantener los ahorros es guardarlos bajo el colch¨®n, otros creen que para mantener su privacidad solo cabe renunciar al uso de Internet, redes sociales, m¨®viles y dem¨¢s instrumental electr¨®nico de comunicaci¨®n. Si los primeros corren un riesgo claro de quedarse sin nada a manos de los amigos de lo ajeno, de los segundos solo puede decirse que han perdido el sentido de la realidad sobre el mundo que habitamos.
Las innumerables huellas que dejamos en nuestra actividad diaria (aunque no empleemos tel¨¦fonos u ordenadores personales) hace ya mucho tiempo que est¨¢n siendo rastreadas y registradas por una infinidad de artilugios y utilizadas con muy distintas finalidades. En unos casos el inter¨¦s es puramente econ¨®mico, y de ah¨ª que a las compa?¨ªas comerciales les interese saber qu¨¦ bienes de consumo nos encandilan, para poder colocarnos sus ofertas, y hasta conocer d¨®nde estamos en cada momento para atraernos a la tienda de la esquina donde nos espera la ¨²ltima novedad. En otros casos, la motivaci¨®n es pol¨ªtica, para conocer nuestras opiniones, inquietudes e intereses, como base para elaborar unos programas electorales a gusto del consumidor, tratando de influir en nuestro voto. A ese ¨¢mbito pertenece tambi¨¦n el af¨¢n del espionaje industrial (p¨²blico y privado), ansioso por hacerse con patentes e informaci¨®n privilegiada que otorgue ventajas competitivas a quien se decida a emplear estos m¨¦todos.
Pero desde el tr¨¢gico 11-S y el arranque de la funesta guerra contra el terror, liderada por la Administraci¨®n de George W. Bush (y mantenida en buena medida por la actual y por tantos otros Gobiernos, europeos incluidos), esa capacidad intrusiva se ha acelerado exponencialmente en nombre de la sacrosanta seguridad. Todo parece resumirse, como acaba de argumentar un acosado Obama, en que no podemos aspirar al 100% de seguridad y al 100% de privacidad. El colof¨®n inmediato de ese planteamiento es que debemos aceptar un recorte -cada vez m¨¢s notorio e imparable- del marco de derechos y libertades que nos definen como sociedades abiertas, como ¨²nica v¨ªa para poder garantizar nuestra seguridad.
Es a partir de la aceptaci¨®n de ese supuesto c¨®mo se ha ido produciendo la implantaci¨®n de redes como Echelon (que cabr¨ªa calificar hoy como primitiva) y de tantas otras (sea la estadounidense Prisma, que tambi¨¦n le ha servido al Gobierno brit¨¢nico para espiar a sus socios en el G-8, o aquellas de las que desconocemos hasta el nombre) capaces de invadir nuestra intimidad individual en nombre de la seguridad colectiva. Si aquella la controlan Estados Unidos, Gran Breta?a, Canad¨¢, Nueva Zelanda y Australia desde la Guerra Fr¨ªa, hoy debemos suponer que ha sido superada por otros sistemas desarrollados al hilo de los impresionantes avances tecnol¨®gicos en el campo de las telecomunicaciones y del tratamiento de datos a gran escala (baste citar el software Riot, desarrollado por Raytheon).
Y para ello nadie ha pedido nuestro consentimiento, sino que sus promotores pretenden convencernos de que basta con un simple acuerdo (secreto) de Gobierno para avalar legalmente unas pr¨¢cticas que quebrantan las normas b¨¢sicas del Estado de derecho. Por desgracia, es ilusorio pensar que hay marcha atr¨¢s en este proceso y que volveremos a un para¨ªso donde nuestra individualidad quede preservada del af¨¢n fisg¨®n de entidades estatales o privadas que no siempre atienden al bien com¨²n. Estamos condenados a vivir bajo la mirada de c¨¢maras que eliminan nuestro anonimato y a dejar rastro de nuestros pasos en todo momento.
Visto as¨ª, podr¨ªamos al menos consolarnos pensando que, gracias a esos m¨¦todos, efectivamente nuestra seguridad est¨¢ hoy mejor garantizada. Pero la cruda realidad nos dice que no solo no es as¨ª (ni en clave de lucha contra el terrorismo, ni contra ninguna otra de las amenazas que nos afectan directamente), sino que sin regulaci¨®n transparente, ese camino lleva en demasiadas ocasiones al abuso y al error (con la complicidad, por cierto, de servidores inform¨¢ticos que no son tan as¨¦pticos como aparentan).
Llegados a este punto es f¨¢cil escandalizarse por el hecho de que l¨ªderes como Vladimir Putin hayan mostrado inmediatamente su comprensi¨®n con las medidas estadounidenses (quiz¨¢s para aliviar su cargo de conciencia por la indisimulada deriva autoritaria que lo caracteriza). Pero m¨¢s problem¨¢tico es desnudar a los gobiernos de la Uni¨®n Europea cuando pretenden ahora pasar factura a Washington, como si fueran absolutamente inocentes en este terreno (el recuerdo de los vuelos secretos de la CIA viene inmediatamente a la memoria). ?Qu¨¦ piensan, por cierto, nuestros gobernantes?
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Jes¨²s A. N¨²?ez Villaverde es codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acci¨®n Humanitaria (IECAH).
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