El juez de la frontera
Odilon de Oliveira es el juez m¨¢s amenazado de Brasil. Vive entre polic¨ªas fuertemente armados despu¨¦s de haber procesado a los narcotraficantes m¨¢s peligrosos de la zona
El despertador rompe el sue?o del juez poco despu¨¦s de las seis de la ma?ana. Hay que levantarse a esa hora para correr porque el calor lo har¨¢ imposible m¨¢s tarde. En el cuartel de la Polic¨ªa Federal hay una pista cortita, apenas una calle, 220 metros. Es el D¨ªa del Trabajador y el juez quiere darse un capricho: dejar por un d¨ªa el gimnasio y correr al aire libre. No parece preocupado. En la pr¨¢ctica, varias decenas de agentes de la Polic¨ªa Federal brasile?a andar¨¢n a 20 metros de ¨¦l todo el rato. Sumados a su custodia personal ¡ªotros cuatro agentes fuertemente armados que le siguen las 24 horas¡ª, el n¨²mero parece suficiente. Incluso para el juez m¨¢s amenazado de Brasil.
Odilon de Oliveira (Exu, Pernambuco, 1949) es juez federal desde hace 26 a?os. En ese tiempo ha metido en la c¨¢rcel a cientos de narcotraficantes por delinquir en la frontera de Brasil con Paraguay y Bolivia, uno de los pasos de droga m¨¢s calientes del continente. Desde 2005, el crimen organizado ha perdido a su costa m¨¢s de 400 inmuebles, 25 avionetas y 8 millones de d¨®lares en efectivo. El juez mantiene su base en Campo Grande, capital del Estado de Mato Grosso do Sul, pero se mueve constantemente. Cada a?o viaja varias veces a la frontera con Paraguay, a unos 300 kil¨®metros. Visita ciudades sin ley, reinos de criminales ostentosos que estar¨ªan encantados de echarle el guante. ¡°En mayo tuvimos que salir en helic¨®ptero de Navira¨ª, cerca de Paraguay, tras un aviso del servicio de inteligencia¡±, relata. Brasil comparte 4.788 kil¨®metros de frontera con Paraguay y Bolivia. Se trata de un espacio boscoso, tropical, espeso, trufado de peque?as poblaciones a cada lado.
Durante 2004 y 2005, Odilon vivi¨® en Ponta Por¨¢, una de esas ciudades gemelas de la frontera. El lugar se reduce a una cuadr¨ªcula de calles comerciales y peque?as ¨¢reas residenciales alimentadas de mototaxistas a toda velocidad. En el lado paraguayo, en la ciudad de Pedro Juan Caballero, los narcos trasiegan de un pa¨ªs a otro sin mayor preocupaci¨®n y no suelen meterse con nadie si nadie se mete con ellos. Ocurre sin embargo que uno no sabe con qui¨¦n habla, qu¨¦ puede decir y a qui¨¦n: la sospecha domina las relaciones.
Durante su estancia en Ponta Por¨¢, el juez pas¨® gran parte del tiempo en una hoster¨ªa del Ej¨¦rcito por seguridad. Aun as¨ª, trataron de matarle desde el exterior a golpe de rifle. Un amigo del juez que vive del lado paraguayo, el senador Roberto Acevedo, sufri¨® un atentado en 2010 que no acab¨® con su vida de milagro. Unos sicarios tirotearon su veh¨ªculo y mataron a sus guardaespaldas ¡ªcomo Odilon, Acevedo dedica su poder y su tiempo a denunciar las actividades del crimen organizado¡ª. Acevedo explica que en la frontera siempre tuvieron ¡°a la mafia, el padrino, pero lo que ocurre hoy¡ Est¨¢ todo podrido ac¨¢, el proceso a la narcosociedad es imparable¡±.
La denuncia se lleva mal en la zona. Cuatro periodistas han muerto en ambas ciudades en menos de a?o y medio y los que quedan denuncian un clima insoportable. El corresponsal del principal peri¨®dico de Paraguay en Pedro Juan vive en un b¨²nker, protegido por varios guardaespaldas y su rev¨®lver personal.
La situaci¨®n all¨ª es consecuencia del trasiego de drogas hacia Brasil. Paraguay es uno de los mayores productores de marihuana del sur del continente y Bolivia el tercer mayor productor mundial de hoja de coca. Brasil, el segundo mayor consumidor de coca¨ªna y derivados del mundo, seg¨²n un estudio que public¨® el a?o pasado la Universidad Federal de S?o Paulo. Adem¨¢s, es un punto importante de salida de droga hacia Europa. Ni Bolivia ni Paraguay cuentan con radares para detectar vuelos clandestinos. Avionetas cargadas de coca¨ªna y marihuana llegan a la frontera con Brasil sin demasiados problemas. Visto as¨ª, los mayoristas de la droga solo tienen que establecerse en la frontera, igual que los distribuidores. El juez trata de impedirlo y para ello apenas cuenta con su voluntad.
Su despacho es un espacio mediano, oscuro. Apenas 15 metros cuadrados con dos ventanas cayendo del techo. Odilon dirige el ¨²nico juzgado nacional que persigue delitos financieros y de lavado de dinero a este lado de la frontera. No tiene sustituto; si ¨¦l falla, los casos no avanzan. Aunque Odil¨®n no suele fallar. Se levanta normalmente a las 5.30 de la ma?ana y acude al gimnasio. De ah¨ª marcha al juzgado, siempre escoltado, siempre mirando a los lados. All¨ª despacha con su secretaria judicial, que le acompa?a desde hace 20 a?os. En el despacho, frente a la mesa, un archivador rebosa legajos, procesos abiertos y casos cerrados. En el caj¨®n de arriba, el juez guarda la informaci¨®n delicada. ¡°Aqu¨ª est¨¢n los planes que descubrieron para matarme¡±, anuncia con naturalidad.
Odilon saca varias carpetas y echa a andar hacia la sala de audiencias. De pelo ceniciento y ojos menudos, se define como un profesional riguroso y disciplinado. En Brasil integra la linha dura de la judicatura, un grupo proclive a condenar duramente las actividades del crimen organizado. El pa¨ªs ha perdido a varios linha dura ¨²ltimamente, tres en cinco a?os. El ¨²ltimo caso data de 2011, cuando unos enmascarados tumbaron a plomo a la jueza Patricia Acioli cerca de R¨ªo de Janeiro. Acioli investigaba a polic¨ªas de R¨ªo por integrar milicias parapoliciales. Desprotegida, al final acabaron con su vida. A diferencia de Acioli, Odilon cuenta con seguridad las 24 horas. De hecho, es el ¨²nico juez de Brasil protegido a ese nivel; el ¨²nico de los 150 profesionales oficialmente amenazados.
El juez pasa las p¨¢ginas de las carpetas y los nombres se repiten: Fernandinho Beira Mar; Luiz Carlos Da Rocha, Cabe?a Branca; Irineu Domingos Solingo, Pingo¡ Son sus enemigos, narcos a los que meti¨® en la c¨¢rcel, a los que persigue o ha perseguido; criminales descubiertos con planes para matarle, solos y en contubernio. Son decenas de documentos elaborados por los servicios de inteligencia de la Polic¨ªa Federal brasile?a y por su propia escolta. El juez explica que hasta ahora han querido envenenarle, tirotearle, cortarle la garganta en el gimnasio¡ ¡°Una vez¡±, explica, ¡°conspiraron para tirarme con un rifle de mira telesc¨®pica cerca del juzgado¡±.
Quiz¨¢ el enemigo m¨¢s peligroso de todos sea Beira Mar. Condenado a 200 a?os de c¨¢rcel por homicidio y tr¨¢fico de drogas entre otros cargos, el maleante se la tiene jurada al juez. Odil¨®n le ha perseguido por toda la frontera y ahora tiene un proceso abierto en su contra por lavado de dinero. ¡°Ya en 2006 Fernandinho habl¨® por tel¨¦fono sobre un plan para acabar conmigo. Dec¨ªa que no pod¨ªa esperar a matarme, que ten¨ªa el tiempo corto¡±. Beira Mar es conocido en Brasil por su poder y brutalidad. Hace unos meses, un tribunal de R¨ªo le conden¨® a 80 a?os por ordenar desde la c¨¢rcel el asesinato de dos hombres de su propia cuadrilla. Ahora mismo afronta otro proceso por dirigir la tortura y el asesinato, tambi¨¦n desde prisi¨®n, del joven Michel Anderson Do Nascimento. Seg¨²n las grabaciones que dieron origen al caso, su gente le arranc¨® las orejas y los pies mientras Fernandinho se regodeaba por tel¨¦fono. La afrenta del muchacho hab¨ªa sido frecuentar a una antigua novia del criminal. Otro nombre asiduo en las investigaciones de la polic¨ªa es el de Pingo. Cabecilla de una facci¨®n criminal en la frontera, Odilon lo conden¨® a 26 a?os de c¨¢rcel. Pingo traficaba con coca desde Paraguay, hasta que las autoridades de aquel pa¨ªs lo agarraron y extraditaron a Brasil.
Pese a todo, el juez dice que no tiene miedo. Cuenta el episodio del tiroteo en Ponta Por¨¢ como si un gato se hubiese colado en su habitaci¨®n: sorprendido, poco m¨¢s. Asume que su vida consiste en acudir al juzgado rodeado de hombres armados y que no puede salir a bailar con su mujer. Que, de hecho, no tiene casi amigos porque su escolta agota los argumentos para evitar que salga una vez el sol ha ca¨ªdo. Pero es el camino que ha elegido, y no se arrepiente ¡°de nada¡±.
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