El Papa clama en Lampedusa contra ¡°la globalizaci¨®n de la indiferencia¡±
Francisco: "?Qui¨¦n de nosotros ha llorado por las j¨®venes madres que llevaban a sus hijos sobre las barcas? Estamos anestesiados ante el dolor de los dem¨¢s". Miles de inmigrantes africanos y asi¨¢ticos irregulares llegan a la isla italiana todos los a?os
En la cuesta empinada que va del puerto a la parroquia, una mujer joven se enjuga las l¨¢grimas y le dice a su hija: ¡°No llor¨¦ cuando te par¨ª y estoy llorando ahora¡±. La visita del?papa Francisco a Lampedusa, la peque?a isla del sur de Sicilia c¨¦lebre por el desembarco continuo de inmigrantes, hab¨ªa sido preparada con esmero. Una corona de flores arrojada al mar de los naufragios. Un encuentro con inmigrantes africanos. El altar de la misa, una patera. La cruz y el c¨¢liz, trozos de las barcazas azules que llegaron a la isla aquellas tres noches terribles de la primavera de 2011 y cuyos esqueletos contin¨²an ¡ªcementerio de la memoria¡ª junto al campo de f¨²tbol. En vez de un lujoso coche oficial, un jeep peque?o, viejo y prestado. Lo ¨²nico que la alcaldesa socialista y el p¨¢rroco inquieto de esta isla de 5.000 habitantes no hab¨ªan podido prever eran las palabras de Jorge Mario Bergoglio. Y fue por esa rendija por donde el Papa coloc¨® sus golpes directos al coraz¨®n.
¡°?Qui¨¦n de nosotros ha llorado por la muerte de estos hermanos y hermanas, de todos aquellos que viajaban sobre las barcas, por las j¨®venes madres que llevaban a sus hijos, por estos hombres que buscaban cualquier cosa para mantener a sus familias? Somos una sociedad que ha olvidado la experiencia del llanto... La ilusi¨®n por lo insignificante, por lo provisional, nos lleva hacia la indiferencia hacia los otros, nos lleva a la globalizaci¨®n de la indiferencia¡±.
Hay demasiados curas que solo hablan de lo divino en sus sermones, asegur¨¢ndose de no pisar los callos del poder ni molestar demasiado a sus feligreses, que no est¨¢n las iglesias como para espantar al respetable. Pero este argentino vestido de blanco ha llegado al Vaticano con ganas de pelea. Decidi¨® que su primer viaje oficial fuera a Lampedusa para vestir de coherencia su discurso sobre la necesidad de que la Iglesia salga de su ensimismamiento y busque las periferias del mundo. Y lo hizo tan ligero de equipaje que pidi¨® a los pol¨ªticos y a los altos prelados que se abstuvieran de hacer el pase¨ªllo ¡ªcon lo que a unos y a otros les gusta¡ª y rebaj¨® la seguridad hasta tal punto que quienes quisieron acercarse a ¨¦l lo pudieron hacer y ¨¦l los recibi¨® con gusto. Sus dos folios escasos de serm¨®n fueron dinamita pura.
¡°?Qui¨¦n es el responsable de la sangre de estos hermanos? Ninguno. Todos respondemos: yo no he sido, yo no tengo nada que ver, ser¨¢n otros, pero yo no. Hoy nadie se siente responsable, hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna, hemos ca¨ªdo en el comportamiento hip¨®crita [..]. Miramos al hermano medio muerto al borde de la acera y tal vez pensamos: pobrecito, y continuamos nuestro camino, no es asunto nuestro, y as¨ª nos sentimos tranquilos. La cultura del bienestar, que nos lleva a pensar solo en nosotros mismos, nos convierte en insensibles al grito de los dem¨¢s, nos hace vivir en pompas de jab¨®n, que son bonitas, pero son in¨²tiles, no son nada...¡±.
Si bien, despu¨¦s de apelar a las conciencias de cada uno, el papa Francisco quiso elevar el tiro. A la hora de elevar la plegaria a Dios, dijo: ¡°Te pedimos ayuda para llorar por nuestra indiferencia, por la crueldad que hay en el mundo, en nosotros y en todos aquellos que desde el anonimato toman decisiones socioecon¨®micas que abren la v¨ªa a dramas como estos. Te pedimos perd¨®n por aquellos que con sus decisiones a nivel mundial han creado situaciones que conducen a estos dramas¡±.
Desde hace a?os, las autoridades civiles y religiosas de Lampedusa reclaman atenci¨®n sobre un drama que, de tan repetido, ya apenas merece unas l¨ªneas en los peri¨®dicos o unos minutos en la televisi¨®n. Solo cuando la situaci¨®n es explosiva ¡ªaquellas noches de julio de 2011 donde miles de africanos desembarcaron en la isla¡ª retorna la mirada hacia las cifras de espanto. Se calcula que en las ¨²ltimas dos d¨¦cadas m¨¢s de 25.000 personas han perdido la vida en el Canal de Sicilia. De ellos, 2.700 durante 2011, coincidiendo con el conflicto de Libia. Ante la falta de reacci¨®n de las autoridades italianas y europeas, la alcaldesa de Lampedusa, Giusi Nicolini, envi¨® el pasado mes de febrero una carta a la Uni¨®n Europea en la que se preguntaba: ¡°?Cu¨¢n grande tiene que ser el cementerio de mi isla?¡±.
Desde el pasado mes de mayo, contaba la alcaldesa, ¡°ya me han entregado 21 cad¨¢veres de personas que se ahogaron intentando llegar a Lampedusa. Es algo insoportable para m¨ª y un enorme peso de dolor para la isla. Ya no tenemos ni sitio para enterrarles. No logro entender c¨®mo esta tragedia puede seguir siendo considerada algo normal¡±.
En parecidos t¨¦rminos se dirigi¨® el p¨¢rroco de Lampedusa, Stefano Nastasi, a Jorge Mario Bergoglio en cuanto fue elegido Papa, invit¨¢ndolo a viajar a la isla, situada a 205 kil¨®metros de Sicilia y a solo 113 de las costas de ?frica, para que conociera de cerca el drama.
Aquella carta, y la noticia de los ¨²ltimos naufragios ¡ªinmigrantes que se agarran a las redes de las almadrabas, otros dejados a su suerte por capitanes sin escr¨²pulos¡ª influyeron en la decisi¨®n del Papa de viajar hacia la ¨²ltima frontera de Europa, hacia ¡°la periferia¡±, hacia la intersecci¨®n dram¨¢tica entre quienes tienen de todo ¡ªlos turistas que llegan a la preciosa isla del Mediterr¨¢neo para pasar sus vacaciones¡ª y quienes se echan al mar apostando lo ¨²nico que tienen.
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