Assange II
Snowden ha hecho a la Administraci¨®n de Obama un da?o que puede ser irreparable
Lo m¨¢s grave de la operaci¨®n de ciberespionaje norteamericano no es que Washington traicionara la presunta confianza de amigos y aliados, sino la envergadura de car¨¢cter potencialmente psiqui¨¢trico con que se ha llevado a cabo. La canciller alemana, Angela Merkel, seguro que tuvo que fingir sorpresa al hacerse p¨²blico que Estados Unidos espiaba a diestro y siniestro, porque no ignora que el l¨ªder de Occidente tiene sobrados motivos para espiar al principal pa¨ªs europeo, cuya alianza le interesa bastante m¨¢s que la vetusta relaci¨®n especial con el primo brit¨¢nico. Y cuanto m¨¢s amigo y aliado, m¨¢s necesario es el espionaje, porque, para exigir un comportamiento satisfactorio del otro, hay que saber de qu¨¦ pie cojea.
Lo sorprendente es el gigantesco esfuerzo, posiblemente subproducto del atentado de las Torres Gemelas, que ha desplegado la NSA norteamericana, los miles de millones de correos y llamadas telef¨®nicas procesadas para que nada significativo escape a su vigilancia. Tantos han sido los auscultados, que aquellos a quienes la operaci¨®n haya pasado por alto pueden sentirse excluidos del Gotha de las preocupaciones norteamericanas. Y un agente aut¨®nomo, con uno de los siete millones de ordenadores que manejan los servicios de informaci¨®n de Washington, Edward Snowden, de filiaci¨®n pol¨ªtica desconocida, le ha hecho un da?o que el tiempo puede revelar irreparable a la Administraci¨®n del presidente Obama, mostrando al mundo c¨®mo se esp¨ªan urbi et orbi, carraspeos y respiraciones, insomnios y festividades nocturnas. Eso es lo que tiene que haber dejado estupefacta a la se?ora Merkel; no que la esp¨ªen a ella, sino a su ama de llaves.
Y como ocurri¨® con Julian Assange ¡ªel australiano que lleva m¨¢s de un a?o encarcelado en la Embajada ecuatoriana de Londres¡ª, la opini¨®n mundial y la justicia de EE UU est¨¢n juzgando ya al analista, que desde el 23 de junio pernocta en la zona de tr¨¢nsito de un aeropuerto moscovita, acusado por Washington de divulgar secretos de Estado. La posici¨®n norteamericana es perfectamente comprensible, porque si no act¨²a contra su excontratista, y el ejemplo cunde con la aparici¨®n de en¨¦simos Assange, las comunicaciones oficiales a trav¨¦s del ciberespacio ¡ªy no solo de Estados Unidos¡ª pueden llegar a ser virtualmente imposibles. Pero la opini¨®n, tanto en Europa como en Am¨¦rica Latina, donde se encuentran los pa¨ªses m¨¢s afectados por la operaci¨®n, ve las cosas de forma diferente.
El propio Snowden est¨¢ preparando su defensa ante ese are¨®pago universal, y para ello ha desempolvado una declaraci¨®n de los tribunales aliados que juzgaron al r¨¦gimen nazi en Nuremberg (1945), donde se dice: "Los individuos tienen deberes internacionales que trascienden a la obligaci¨®n nacional de obediencia. Y, con ello, el deber de transgredir el ordenamiento jur¨ªdico de su pa¨ªs, para impedir que se perpetren cr¨ªmenes contra la paz y la humanidad". Hay una diferencia, sin embargo, entre el Holocausto y espiar por tel¨¦fono. El especialista de la NSA incluye, igualmente, en su argumentario una referencia a la Declaraci¨®n Universal de Derechos Humanos de la ONU: "Nadie deber¨¢ sufrir interferencia arbitraria sobre su intimidad, familia, hogar o correspondencia"; pero en este caso solo se trata de una jaculatoria sin fuerza de ley. Y en una conferencia de prensa que dio la semana pasada en el aeropuerto justificaba su conducta diciendo que hab¨ªa puesto lo que sab¨ªa "en conocimiento del p¨²blico, para que todo lo que le afecte se discuta a la luz del d¨ªa", raz¨®n por la que ped¨ªa "al mundo justicia". El disgusto de la opini¨®n en los pa¨ªses espiados es de tal magnitud que, especialmente en Europa, limita la capacidad de olvido de Gobiernos que lo que m¨¢s desean es reconciliarse cuanto antes con Washington, y en Am¨¦rica Latina refuerza, en cambio, las posiciones del bolivarianismo.
El descomunal avance de las comunicaciones hace virtualmente imposible que el Estado pueda garantizar de manera absoluta la lealtad o servidumbre del n¨²mero creciente de operadores necesarios para controlar ese pi¨¦lago de mensajes. Es como si la tecnolog¨ªa se hubiera vengado de quien m¨¢s se sirve de ella, a?adiendo a la manipulaci¨®n inform¨¢tica un curioso elemento de car¨¢cter libertario, la posibilidad de que un operador aislado pueda hacer la guerra por su cuenta.
Estamos en un impasse: Snowden, pendiente de una condena o absoluci¨®n, siquiera de car¨¢cter moral, en un limbo moscovita, sin medio conocido de viajar a un pa¨ªs-refugio como Venezuela, Bolivia o Nicaragua, que le han ofrecido asilo, y sin los medios para hacerlo efectivo. Solo una legislaci¨®n internacional de obligado cumplimiento, hoy impensable, resolver¨ªa el problema.
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