El limbo
A los supervivientes de Lampedusa les espera la repatriaci¨®n o un laberinto burocr¨¢tico de a?os
Bar?a ou barzakh! ?Hasta Barcelona o hasta el limbo! Todo Senegal conoce este grito, entonado por los que se lanzan a la peligrosa aventura de alcanzar Europa en embarcaciones totalmente inadecuadas ¡ªlanchas, pateras, cayucos, decr¨¦pitos barcos pesqueros¡ª jug¨¢ndose la vida. Un viaje a Europa o a la muerte. La lista de fallecimientos en la traves¨ªa seg¨²n su causa constituye un aut¨¦ntico cat¨¢logo de horrores: muerte de hambre o fr¨ªo, asfixia, intoxicaci¨®n, minas antipersona, asesinato y, de largo el mayor n¨²mero, ahogamiento. Por cada muerto, cientos m¨¢s afligidos, no solo por el miedo a tal suerte, sino tambi¨¦n por otra lista espantosa que va del robo a la violaci¨®n, de las secuelas f¨ªsicas permanentes a la prostituci¨®n forzada. Todo por llegar a la tierra prometida, a una Europa so?ada como refugio y oportunidad de construir una nueva vida. Pero a los supervivientes del naufragio de Lampedusa de la semana pasada, como al resto de los que han conseguido llegar, les aguardan otras pesadillas, una sucesi¨®n interminable de limbos escondidos en los que miles de personas pasan a?os atrapadas.
A muchos les espera la repatriaci¨®n, forzada o voluntaria. Pero en muchos casos repatriaci¨®n suele ser un eufemismo para la deportaci¨®n a pa¨ªses de tr¨¢nsito como Marruecos, Libia o T¨²nez cuyos Gobiernos no tienen medios ni intenci¨®n de devolver a los deportados a sus pa¨ªses de origen, m¨¢s all¨¢ de su frontera terrestre. Otro limbo les aguarda, abandonados en las calles hostiles de ciudades norteafricanas, o en pa¨ªses que nunca han pisado anteriormente o, en los peores casos, en tierra de nadie en el S¨¢hara, a la merced de minas antipersona, grupos de contrabandistas y el desierto inh¨®spito.
La detenci¨®n es para muchos la primera estaci¨®n en Europa. Las condiciones son particularmente deplorables en los pa¨ªses del sur europeo, que incumplen sistem¨¢ticamente normativas europeas e internacionales y dificultan o impiden completamente el acceso a periodistas y defensores de derechos humanos. El caso m¨¢s notorio es el de Grecia, donde miles de inmigrantes en situaci¨®n irregular (y es f¨¢cil quedar en situaci¨®n irregular cuando se es extracomunitario en Grecia) se hacinan en centros completamente inadecuados ante la imposibilidad de repatriaci¨®n. Pero Grecia no est¨¢ sola. Holanda, por ejemplo, ha sido repetidamente criticada, como Grecia, por volver a detener a las personas liberadas tras alcanzar el l¨ªmite de detenci¨®n permitida, 18 meses, a los pocos d¨ªas de salir a la calle. Estamos hablando, conviene recordarlo, de personas que no han cometido ning¨²n crimen. Y no solo de adultos: menores y familias enteras se ven atrapadas en el sistema sin que sus derechos y necesidades sean debidamente atendidos. Los campos de detenci¨®n, las salas escondidas de los grandes aeropuertos intercontinentales, incluso las c¨¢rceles, conforman este otro limbo en el que pasan d¨ªas, meses o a?os millares de personas.
Tampoco escapar a la detenci¨®n y posterior repatriaci¨®n garantiza el fin de las tribulaciones. La presi¨®n incesante de populistas xen¨®fobos como Le Pen en Francia, Haider en Austria, Blocher en Suiza o Bossi en Italia intenta convertir no ya a la polic¨ªa, sino a todos los ciudadanos europeos, en fiscalizadores de cualquiera que tenga aspecto extranjero. Los propios Gobiernos promueven una cultura de la delaci¨®n o por lo menos de la indiferencia. La tragedia de Lampedusa puso en el foco a la ley Bossi-Fini de Italia, que castiga a quien ayude a inmigrantes en situaci¨®n ilegal (por ejemplo, recogi¨¦ndoles en el mar y no entreg¨¢ndoles a las autoridades), pero no es ni mucho menos el ¨²nico caso, ni el m¨¢s extremo. En Alemania los servicios de sanidad que atiendan a inmigrantes ilegales tiene la obligaci¨®n de denunciarles. Sin derecho a trabajar legalmente, con el acceso a los servicios sociales cada vez m¨¢s recortado y temerosos, no ya de la polic¨ªa, sino incluso de los servicios p¨²blicos y de los propios vecinos, otro limbo les aguarda, un estado de suspensi¨®n en el seno de la sociedad en el que todo (la familia, la salud, los ingresos) pende siempre de un hilo.
Las fronteras de Europa sangran. Las tragedias tienen que alcanzar centenares de muertos para volver a ocupar portadas; una o dos docenas de muertos en Lesvos, en el estrecho de Gibraltar, en la costa libia o en las playas canarias quedan ya relegados a la cr¨®nica local. A los supervivientes les esperan otra sucesi¨®n de limbos, de espacios escondidos en los que el tiempo corre de otra manera. Estos espacios sin derechos est¨¢n corroyendo los principios fundamentales de las democracias europeas: el Estado de derecho, por supuesto, pero tambi¨¦n la solidaridad y compasi¨®n entre personas, el principio humanista sin el cual toda la estructura democr¨¢tica no es m¨¢s que un fr¨¢gil y huero caparaz¨®n.
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