¡°Me organizo por mi cuenta, mi problema son los saqueadores¡±
En Tacloban, la ciudad m¨¢s afectada por el tif¨®n Haiyan, no queda pr¨¢cticamente nada en pie Los que han logrado salvar alguna posesi¨®n se quedan en la ciudad para protegerla
La vida en Tacloban es desde hace siete d¨ªas una lucha constante. Ahora es la lucha por conseguir agua potable, por lograr un hueco en un avi¨®n militar para huir a Manila (o que al menos escapen los ni?os) o por encontrar un poco de gasolina para el coche y seguir buscando lo imprescindible ante las necesidades m¨¢s b¨¢sicas. Lo que hasta el paso del supertif¨®n Haiyan fue una ciudad costera de 220.000 habitantes que viv¨ªa de la pesca, de arrozales ahora inundados y cocoteros ahora aplanados contra el suelo ha desaparecido. Aunque la ca¨ªda del sol tras las palmeras podr¨ªa anticipar un atardecer id¨ªlico, basta bajar la vista para toparse con una ciudad fantasma con edificios arrugados como si fueran de papel y montones hasta de dos metros de altura que flanquean las calles c¨¦ntricas, ya despejadas.
Buena parte de los que caminan o se mueven en bici o moto llevan mascarillas. Solo los faros de los pocos coches mitigan la oscuridad. Hace calor, por encima de los 25?. Apesta. Apesta tanto que un bombero vomita violentamente junto a la carretera. La forense de la polic¨ªa Kristine Redo?a, de la unidad de procesamiento de escenas de cr¨ªmenes, acaba de llegar desde la capital en un vuelo del Ej¨¦rcito con varios colegas para ayudar en la identificaci¨®n de cad¨¢veres. Por fin han llegado tambi¨¦n las bolsas para guardar los cuerpos. ¡°Pero esto no es solo trabajo, es tambi¨¦n un asunto familiar¡±, confiesa de repente. No ha conseguido hablar con sus padres desde antes de la tormenta que ha causado el mayor desastre natural de la historia de Filipinas, uno de los pa¨ªses que m¨¢s a menudo los sufre. Lino y C¨¦sar, tampoco. Acaban de llegar desde Estados Unidos ¨Cuno de Hawai y el otro de Pensilvania¡ªpara localizarlos en la ciudad en la que ambos nacieron y que la familia dej¨® para emigrar. Sus padres regresaron a su tierra natal al jubilarse.
El aeropuerto de Tacloban va recuperando el pulso en condiciones extremadamente precarias. Cientos de personas hacen cola con la esperanza de que los evac¨²en. Brian Zupko, canadiense, confia en que el coronel estadounidense cumpla la promesa que le hizo esta ma?ana y encuentre un hueco para ¨¦l, su esposa filipina y los beb¨¦s de ambos en el avi¨®n militar C-130. ¡°No tengo dinero. Los cajeros no funcionan¡±, explica sentado sobre una maleta Zupko, que convirti¨® Tacloban en su hogar en los ¨²ltimos inviernos. Es solo uno de los cientos de desamparados que esperan en lo que fue la terminal y que es un amasijo de hierros repleto de charcos. El abogado Lauro Noel, de 61 a?os, ha venido a despedir a sus hijas y nietos. Vuelan a la capital. ?l y su hijo de quedan a proteger el hogar. ¡°La actitud de los filipinos es proteger a las mujeres. Esto nos lo dejaron ustedes¡±, a?ade en referencia a los espa?oles.
Junto a Zupko o la familia de la se?ora Avenda?o, cajas por aqu¨ª y por all¨¢ de ayuda humanitaria donada por organizaciones filipinas que nadie vigila, nadie toca y nadie reparte. Sobre la pista, aviones y militares estadounidenses adem¨¢s de filipinos. Es de suponer que su llegada acelerar¨¢ y mejorar¨¢ la distribuci¨®n de ayuda para las v¨ªctimas. Los supervivientes de la ciudad que Haiyan ha borrado del mapa se muestran llamativamente comprensivos con la actuaci¨®n de sus autoridades. ¡°Creo que lo intentan (ayudar de manera eficaz), pero ellos tambi¨¦n resultaron afectados, las autoridades locales, la polic¨ªa, mire aquello era su cuartel, los de la compa?¨ªa el¨¦ctrica¡¡±, explica Lauro Noel, abogado de 61 a?os. Sin embargo, el editorial del diario Philippine Daily Inquirer del jueves era contundente ante lo que denomina ¡°la ineficacia burocr¨¢tica¡± que ha seguido a la tragedia. Conmina al Gobierno a poner inmediatamente a alguien al frente, alguien que asuma tome las decisiones necesarias, ¡°y, si la persona id¨®nea para coordinar las operaciones de rescate y ayuda es un funcionario de la ONU o un general de EEUU, que as¨ª sea¡±. El Gobierno central, encabezado por Benigno Aquino, parece absolutamente desbordado, desconcertado y empe?ado en echar balones a las autoridades locales. El presidente y el alcalde de Tacloban pertenecen a partidos rivales.
Si existe un plan de emergencia nacional coordinado por el Gobierno para ayudar a las v¨ªctimas y desplazados a trav¨¦s de las instituciones, no est¨¢ funcionando. ¡°Da la impresi¨®n de que el Gobierno est¨¢ absolutamente perdido, es terriblemente ineficaz o desorganizado hasta el delito¡± (criminaly disorganized, en el original)¡±, declar¨® el parlamentario Carlos Isagani al Inquirer. El propio ministro de Defensa, Volatire Gazmin, ha admitido que desconoce d¨®nde est¨¢ el cuello de botella de la distribuci¨®n y que ¡°algo no funciona en el sistema¡± de reparto porque Manila, asegura, env¨ªa ayuda.
El drama es que al final de la l¨ªnea hay miles de personas que lo han perdido todo. Totalmente traumatizadas, con hambre y sin agua limpia. A ellos se suman 600.000 desplazados y once millones de afectados. La ayuda filipina es m¨¢s bien la suma de miles de iniciativas personales o de empresas. La prensa local est¨¢ repleta de noticias como el barco de mil toneladas que un socio ha prestado a la Asociaci¨®n M¨¦dica Filipina y que atracar¨¢ con cien doctores, sic¨®logos y dem¨¢s personal sanitario en dos puertos de Samar, una isla cercana a Tacloban que no han recibido atenci¨®n internacional o la nieta de la se?ora Adormeo, que rompi¨® su hucha para ayudar a las v¨ªctimas. Las ONG humanitarias y los equipos enviados por Gobiernos e instituciones de todo el mundo tienen representantes en Tacloban intentando superar el desaf¨ªo log¨ªstico para paliar las necesidades m¨¢s urgentes de los afectados.
Los m¨¢s adinerados, como el abogado Noel, se organizan por su cuenta. La casa familiar de la costa est¨¢ en ruinas, pero la suya, tierra adentro, est¨¢ solo da?ada. ¡°Me organizo por mi cuenta. He comprado agua y he compartido comida con los amigos. Toda esa gente que viv¨ªa en chozas en la costa est¨¢ mucho peor que yo. Mi problema es la seguridad, los saqueadores¡±. Cuenta que la noche anterior oy¨® tiros. ¡°No s¨¦ si eran saqueadores o alg¨²n vecino para asustar a los ladrones¡±. Los que han logrado salvar alguna posesi¨®n se quedan en la ciudad para protegerla. Pero viven con el miedo de que alguien menos afortunado vaya a arrebat¨¢rselo por la fuerza. Los saqueos de gentes desesperadas han afectado incluso a alg¨²n env¨ªo de ayuda humanitaria. La declaraci¨®n de calamidad nacional supuso el desembarco de fuerzas de seguridad, que han instalado puestos de control con agentes armados en varias avenidas.
Al caer la noche en Tacloban, los escasos afortunados tienen techo y comida pero no luz; los menos afortunados, unas sillas de pl¨¢stico junto a una hoguera bajo las ruinas de un edificio y algo para matar el hambre; los desamparados se ir¨¢n a dormir hambrientos y rezando para que no llueva.
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