Jackie Kennedy o la invenci¨®n de Camelot
La entereza de la mujer del presidente en los momentos posteriores a su asesinato, impresionaron al mundo
Life no public¨® nada de la entrevista que Teddy White le hizo a la viuda de Kennedy d¨ªas despu¨¦s del magnicidio que pudiera herir la sensibilidad del lector o hacerle sentir inc¨®modo (as¨ª han cambiado los tiempos). Por aquella ¨¦poca, la revista ten¨ªa una circulaci¨®n semanal de siete millones y la le¨ªan m¨¢s de 30. Lo que escupi¨® la imprenta, tras horas de esperar -a un coste de 30.000 d¨®lares la hora-, a que White concluyera su historia -cerca de las dos de la madrugada, una semana despu¨¦s de la muerte del presidente-, en la casa de los Kennedys en Hyannis Port (Masschusetts),- fue el nacimiento de Camelot tras la muerte de su rey.
¡°O¨ª esas peque?as detonaciones. Vi como Connally [Gobernador de Texas] se agarraba los brazos¡ Jack se volvi¨® y yo me volv¨ª¡ Todo lo que recuerdo es un edificio gris¨¢ceo enfrente. Entonces Jack se volvi¨® ¡ Parec¨ªa desconcertado¡ Entonces se desplom¨® hacia atr¨¢s¡Pude ver c¨®mo se le ca¨ªa un pedazo de cr¨¢neo¡±, explic¨® a White con gran compostura la viuda del 35 presidente de la naci¨®n".
El coraje, la entereza y la dignidad que aquella mujer de 34 a?os mostr¨® en los momentos posteriores al asesinato de su esposo y los d¨ªas venideros impresionaron al mundo. Jacqueline Kennedy se neg¨® a abandonar la sala del hospital Parkland donde m¨¦dicos residentes se dejaron el aliento en intentar reavivar a un hombre que lleg¨® con el certificado de muerte grabado en su sien derecha. El m¨¦dico personal de Kennedy ¨Ctestigo que no puso las manos sobre el cuerpo del mandatario- tuvo que recordar a quienes demandaban a la Primera Dama que abandonara aquella suerte de quir¨®fano que estaba en su derecho. La discusi¨®n se zanj¨® cuando la se?ora Kennedy dijo: ¡°Es mi marido; es su sangre, todo su cerebro est¨¢ esparcido sobre mi¡±. Poco antes hab¨ªa entregado a la enfermera jefe ¡°masa cerebral y un trozo de cr¨¢neo¡± que guardaba celosa en su mano derecha protegida por un guante que ya no era blanco sino sanguinoliento.
La nostalgia ha dulcificado la d¨¦cada de los cincuenta y el principio de los sesenta; ha pintado un mural a base de acuarelas tan tono pastel como el vestido rosa imitaci¨®n Chanel que luc¨ªa Jacqueline Kennedy el d¨ªa del magnicidio que ha elevado aquellos a?os ¨Cfalsamente- a la inmensa categor¨ªa de la prosperidad y la inocencia. La memoria que todo lo suaviza hace olvidar una ¨¦poca de segregaci¨®n racial, de amenaza nuclear fruto de la Guerra Fr¨ªa y la pol¨ªtica de bloques, de cazas de brujas y McCarthysmo.
Jacqueline Kennedy eligi¨® a White porque confiaba en que hiciera un retrato de su esposo y su legado alejado del ¡°fr¨ªo y cl¨ªnico¡± resumen que hab¨ªan hecho de ¨¦l Arthur Krock y Merriman Smith (respetados periodistas del diario The New York Times y UPI, respectivamente). ¡°Hay algo que le quiero contar¡±, le dijo la ya exprimera dama ¨Cque descubri¨® que era tal cuando orden¨® al servicio secreto que enviara un coche a buscar a Nueva York al redactor debido a que el aeropuerto estaba cerrado por tormenta y le dijeron que ya no estaban a su servicio- al periodista. ¡°No dejo de pensar en una estrofa de ese musical, se ha convertido en una obsesi¨®n para m¨ª¡±, le confes¨® Kennedy a White. Entonces, la mujer que ha sido referencia de la elegancia por m¨¢s de medio siglo y que no se lav¨® la sangre de su rostro hasta estar a bordo del Air Force One y que Johnson jurase el cargo, relat¨® al periodista de Life que cada noche, antes de irse a dormir, a su esposo le gustaba escuchar discos y que su canci¨®n favorita era el final del famoso musical de Broadway ¡®Camelot¡¯, que conclu¨ªa as¨ª: ¡°No olvidemos/Que una vez existi¨® un lugar/Que durante un breve pero brillante momento fue conocido como Camelot¡±.
O¨ª esas peque?as detonaciones. Vi como Connally [Gobernador de Texas] se agarraba los brazos¡ Jack se volvi¨® y yo me volv¨ª¡ Todo lo que recuerdo es un edificio gris¨¢ceo enfrente. Entonces Jack se volvi¨® ¡ Parec¨ªa desconcertado¡ Entonces se desplom¨® hacia atr¨¢s¡Pude ver c¨®mo se le ca¨ªa un pedazo de cr¨¢neo¡±, explic¨® a White con gran compostura la viuda del 35 presidente de la naci¨®n"
¡°Nunca volver¨¢ a haber otro Camelot¡±, prosigui¨® ensimismada la viuda de Kennedy. ¡°Habr¨¢ otros grandes presidentes, pero jam¨¢s volver¨¢ a haber otro Camelot¡±, insisti¨® en referencia a ese universo de ficci¨®n creado por el autor brit¨¢nico T. H. White (nada que ver con el reportero de Life), en el que la gente so?aba con una Mesa Redonda como el mundo, sin esquinas, sin fronteras entre las naciones, que se sentar¨ªan alrededor de ella para festejar juntas.
Cuando White dict¨® su cr¨®nica, los editores en la sede de Life en Nueva York hicieron ciertos ajustes. Dejaron fuera el p¨¢rrafo en el que el periodista describ¨ªa c¨®mo la se?ora Kennedy hab¨ªa besado los pies de su marido, ¡°m¨¢s blancos que la s¨¢bana¡± del hospital que cubr¨ªa su cuerpo ya cad¨¢ver. Tambi¨¦n recortaron su principio, uno que se alargaba en demas¨ªa en una ma?ana lluviosa.
A continuaci¨®n, el editor ¨CDavid Maness- hizo notar a White que la referencia a Camelot era demasiado larga. Seg¨²n el relato del propio White, en aquel momento entr¨® Jackie en la sala desde la que el periodista hablaba por tel¨¦fono y debi¨® intuir de lo que conversaban ambos hombres porque neg¨® con su cabeza. Jacqueline Kennedy quer¨ªa que la historia se abriese con Camelot. White lo hizo notar educada y sutilmente a su interlocutor en Nueva York, lo que hizo que Maness sospechara de la presencia de la viuda. ¡°?Est¨¢ ella ah¨ª?¡±, inquiri¨®.
La rotativa esperaba. El coste de aguantar las m¨¢quinas era muy elevado. Life capitul¨® y dej¨® las referencias a Camelot en la pieza. La revista entreg¨® a millones y millones de americanos la definici¨®n rom¨¢ntica de una era. Acababa de nacer un mito, una leyenda, aquella que equiparaba al rey Arturo y su reina Ginebra con los plebeyos Jack y Jackie. Camelot se acababa de convertir en la moneda de cambio cultural que usar¨ªan las generaciones venideras como la idealizaci¨®n de un tiempo en que todo fue mejor. Qu¨¦ importaba si no era cierto. ¡°Fue una lectura equivocada de la historia¡±, reconocer¨ªa tiempo despu¨¦s el propio White. Y sin embargo, 50 a?os despu¨¦s, el mito sigue vivo.
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