EE UU pierde a su ¨²ltimo h¨¦roe nacional
El pa¨ªs no trata a Mandela como un extranjero, sino como una referencia m¨¢s de su propia concepci¨®n nacional
Entre las fotos que actualmente adornan el Despacho Oval, hay una, tomada en 2005, en la que Barack Obama se inclina sobre Nelson Mandela, sentado en un sof¨¢, ya con la movilidad muy limitada, para escuchar los primeros y ¨²ltimos consejos que recibir¨ªa directamente de ¨¦l. No volvi¨® a encontrarlo como presidente. Cuando viaj¨® este verano a Sur¨¢frica, Mandela estaba muy gravemente enfermo. Pero esa foto de hace ocho a?os es suficiente para testimoniar la enorme influencia de Mandela sobre Obama y sobre Estados Unidos, que fue fundamental en la derrota del apartheid y en la creaci¨®n de la leyenda.
La pr¨®xima semana, Obama, su esposa, Michelle, y el resto de los presidentes norteamericanos vivos viajar¨¢n a Sur¨¢frica para participar en el funeral de Mandela. Nunca antes la mayor potencia mundial hab¨ªa manifestado semejante grado de implicaci¨®n y afecto por la desaparici¨®n de una figura internacional. Lo que demuestra que EE UU no trata a Mandela como un extranjero, sino como una referencia m¨¢s de su propia concepci¨®n nacional. Mandela no solo es un h¨¦roe de la comunidad afroamericana ¨Cel reemplazante de Martin Luther King- sino un emblema del ideal de libertad sobre el que se fundamenta esta sociedad.
No siempre, sin embargo, ha sido as¨ª. Uno de los antecesores de Obama, Ronald Reagan, pele¨® hasta la extenuaci¨®n para mantener el Gobierno del apartheid. Fue necesaria una intensa movilizaci¨®n popular y una firme acci¨®n parlamentaria, encabezada por el desaparecido senador Ted Kennedy, para que Reagan fuera derrotado y EE UU acabase aprobando sanciones contra el r¨¦gimen de Pretoria en 1986, lo que finalmente condujo a su desaparici¨®n.
Para ello se requiri¨® un acto muy excepcional en la pol¨ªtica norteamericano: el Congreso, con una combinaci¨®n de votos dem¨®cratas y republicanos, consigui¨® una mayor¨ªa capaz de invalidar el veto que Reagan impon¨ªa tozudamente a las sanciones contra el apartheid.
Para Reagan y muchos norteamericanos en aquellos tiempos, Mandela era un comunista que dirig¨ªa una organizaci¨®n terrorista, el Congreso Nacional Africano (ANC). De hecho, algunos historiadores han recogido sospechas de que la CIA intent¨® en alg¨²n momento su captura. Lo cierto es que la ANC estuvo en la lista de grupos terroristas y Mandela y algunos de sus compa?eros estaban declarados como objetivos terroristas hasta 2008, cuando, como regalo de cumplea?os a Mandela, el Gobierno norteamericano decidi¨® formalmente excluirlos. La que entonces era secretaria de Estado, Condoleeza Rice, y quien lo es en la actualidad, John Kerry, en aquel momento un senador, coincidieron en que, con ese gesto, EE UU hab¨ªa puesto fin a uno de los episodios m¨¢s embarazosos de su historia.
Todo es muy diferente hoy. Desde el momento en el que se conoci¨® la muerte de Mandela, miles de personas han ido pasando por la embajada surafricana, en la avenida Massachusetts, en Washington, para hacer patente su dolor y su consideraci¨®n por el hombre que se ha ido.
La p¨¦rdida de Mandela ha impacto al mundo entero, pero deja un vac¨ªo particularmente grande en EE UU, donde alrededor de un 14% de su poblaci¨®n es negra y, en su mayor parte, heredera de los esclavos que fueron tra¨ªdos de ?frica. Este es tambi¨¦n el ¨²nico pa¨ªs fuera de ?frica que est¨¢ gobernado por un presidente negro y de nombre africano.
Todo eso convierte a Mandela en una figura que puede situarse a la altura de los grandes h¨¦roes nacionales. Desaparecido Martin Luther King, solo Mandela era capaz de aglutinar de forma indiscutible a la comunidad afroamericana, quiz¨¢ con la ¨²nica competencia de Mohammed Al¨ª.
El m¨¦rito de Mandela para convertirse en leyenda en EE UU radica, adem¨¢s, en su mensaje. Lejos de las sospechas por su radicalismo que surgieron de las mentes obtusas de quienes le persiguieron en el pasado, lo que ha sobrevivido del ejemplo de Mandela es su capacidad para el perd¨®n, para la reconciliaci¨®n, para la defensa infatigable de sus ideas, s¨ª, pero con la sabidur¨ªa de ceder cuando la situaci¨®n lo requer¨ªa.
Esas ense?anzas son hoy m¨¢s necesarias que nunca en un pa¨ªs en el que crece la polarizaci¨®n y la desigualdad y en el que no solo aumenta la brecha econ¨®mica que separa a blancos y negros, sino que otra comunidad, en este caso de diferentes razas, la de los hispanos, pugna tambi¨¦n con fuerza por el reconocimiento de sus derechos y por la plena integraci¨®n.
Igual que Mandela fue d¨¦cadas atr¨¢s un est¨ªmulo para la generaci¨®n que particip¨® en la lucha por los derechos civiles, es hoy un ejemplo para quienes entienden que esa lucha no ha concluido. ¡°Los j¨®venes afroamericanos que miren a Nelson Mandela deben de ver en ¨¦l a alguien que se sacrific¨® y entreg¨® su vida para hacer las cosas mejor para todos y para eliminar la segregaci¨®n en su pa¨ªs¡±, afirma Harry Shelton, director en Washington de la NAACP, la mayor organizaci¨®n negra de EE UU. ¡°La gente paga un precio por la defensa de sus convicciones y, a veces, como en el caso de Mandela, un precio muy alto. Que los j¨®venes sepan eso, que sean conscientes de lo que otros ofrecieron en la lucha por sus derechos, determinar¨¢ la forma en la que los j¨®venes dirijan el mundo y vivan sus vidas¡±, opina Willis Lodan, presidente de Operation Crossroads Africa, el primer grupo norteamericano en la lucha por la igualdad.
Esta misma semana, Obama hizo un duro discurso denunciando el incremento de la desigualdad, que hoy no tiene tanto que ver con la raza como con la clase social. No hay duda de que la batalla por una sociedad mejor es plenamente vigente. Probablemente siempre ser¨¢ as¨ª. La b¨²squeda de la justicia, como cualquier otro aspecto del perfeccionamiento humano, es inacabable. Pero EE UU carece hoy ¨Cel mundo carece hoy- de una figura capaz de liderar esa batalla. El mundo se ha hecho m¨¢s global y colectivo. El individuo desaparece en una estructura m¨¢s horizontal. Pero Mandela, como Gandhi o Martin Luther King o John Kennedy, pone de actualidad la necesidad de l¨ªderes individuales capaces de galvanizar el sentimiento de una sociedad, de una ¨¦poca.
En EE UU, pese a toda su fortaleza como comunidad nacional, siempre se ha reconocido el protagonismo de sus h¨¦roes nacionales, desde sus padres fundadores, hasta el Obama del Yes, we can. La tarea de gobierno, con todos sus desaciertos y dudas, priv¨® despu¨¦s a Obama de esa condici¨®n. Mandela, asumido como h¨¦roe propio, vivir¨¢ ya para siempre en el pante¨®n de las leyendas nacionales. Sin nadie en el horizonte capaz de sucederle.
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